CRISTO ES SALVADOR
San Pablo
escribe a los fieles de Éfeso. Él es judío y “estábamos destinados a ser alabanza de la Gloria de Dios por decisión del que lo hace todo según su
voluntad” “También vosotros, los que escucháis la Verdad, la extraordinaria noticia de
que habéis sido salvados, habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo
prometido, el cual es prenda de nuestra herencia para alabanza de la Gloria de
Dios”
Ya está dicho todo. El Salvador es
Jesucristo. “Nosotros” o “vosotros” tenemos el mismo destino, y ese destino es alabar a Dios. Ese es el canto que
resonará siempre en el Cielo. No ha
pedido Pablo condiciones. Ha asegurado que el Salvador es Jesús.
En el Evangelio advierte Jesús –eso sí- que hay que precaverse de la levadura de los fariseos,
precisamente el estilo de condicionamientos añadidos para obtener la salvación,
como si esa salvación fuera a venir de las minucias farisaicas. En el fondo de
esa “minucias” que no son tan “minucias” porque su esencia es la hipocresía, la
apariencia, el aferramiento a leyes y leyes, y ridículas leyes. Y dice Jesús que a esos es a los que hay que temer porque –en el fondo- matan. Matan el cuerpo; no pueden matar el espíritu…, pero pueden
hacerle mucho daño y acabar “mandando al fuego”, encendiendo aversiones. A eso sí hay que tenerle miedo. En realidad toda esa mentira de la vida, todo
ese disimulo, toda esa apariencia –que parece que no se hace nada, pero se está
haciendo solapadamente, se acaba sabiendo, porque hasta ls piedras hablan…, o
sale en cualquier momento a la luz del día.
A quien no se le puede tener miedo
es a Dios, porque Dios no mata sino que da vida; no agobia sino que ensancha;
no atosiga sino que da oxígeno. Porque
Dios se cuida de nosotros…, hasta del pelo de nuestra cabeza que no podrá caer
sin el permiso de Dios. Si ya cincos
gorriones se venden por dos cuartos, y Dios no se ha olvidado ni de uno solo,
¡cuánta debe ser nuestra seguridad de un Dios que ama a los hombres con pasión!
Sigue, a la viceversa: estamos
nosotros pendientes de muchos detalles. Nos ocupamos de muchas pequeñeces. No tenemos
tiempo de dedicar a Dios un espacio. Perdemos el tiempo en “construir” paja y
encima de todo nos quedamos satisfechos. Hasta nos creemos estar “haciendo algo
meritorio”. Es evidente que luego “se pregona desde las azoteas” el ridículo de
esas cosas. Uno se pegunta si corresponden esas “perfecciones” al amor cuidadoso de Dios o lavadura de fariseo. Si está
en el objetico central de muchas actuaciones DIOS, por ser Dios, y por el amor que
merece SOBRE TODAS LAS COSAS, o si nos camuflamos de “dioses” y nos servimos a
nosotros mismos, hinchándonos como pavos reales, para aparecer como salvadores
de nosotros mismos por nuestros propios méritos. Y surge esa pregunta de si hemos sentido en
el fondo del alma la verdad inmensa del Dios providente, de Cristo Salvador,
que ha proclamado el valor del humilde y sencillo frente al inflamiento del pagado
de sí mismo, que se cree el “no va más” de toda la humanidad: “yo no soy como los demás”, prototipo
del más llamativo ridículo humano.
NO MÁS LEYES. MUCHA MAYOR FINURA. Mucha mayor sensibilidad para pensar antes en
el otro que en sí mismo. Para saber que la vida no gira en torno a mí, que soy
un insignificante punto en medio de la sociedad. Y muchos más poner la mirada en Dios, orar,
examinar, profundizar, analizar…, porque la insensatez es la carencia
de la sensatez de quien hace inventario para saber lo que ayuda y lo que
estorba. Sin lo cual no se puede
avanzar. Bueno: es que ni se vive
decentemente ante Dios, ni se deja vivir a los demás.
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