DOMINO 13 T.O. B
El Evangelio de
hoy se lleva el núcleo de la enseñanza de este domingo. Jairo llega a Jesús cuando su hija está en las últimas. La mujer de ls hemorragias, cuando ya se ha arruinado con los médicos,
sin hallar solución a su mal. Tenemos
que decir que han hecho bien lo que han hecho: buscar los remedios humanos
hasta donde tenían que buscarlos. San Ignacio
de Loyola -cuyo mes empieza hoy- enseña que “tenemos que hacer las cosas como si sólo de nosotros dependiera, y que
luego debemos convencernos de que todo
depende de Dios”.
Jairo
viene con su fe; la suya…, al modo que
él la tiene. Pide a Jesús la ayuda y la pide con sus condicionantes, que él
cree necesarios: “Ven, baja a mi casa,
impón las manos sobre mi niña para que se cure y viva”. Hasta ahí llega su
fe.
Al
otro lado surge la mujer de las hemorragias, que en su fe se contenta con pasar
desapercibida, y se limitaría a llegar a
rozar el borde del manto de Jesús, y así quedaré sana.
Jesús
emprende la marcha hacia la casa de Jairo, adaptándose a la fe de este hombre.
El paso es lento porque eso lo lleva en sí la multitud que va rodeando. Lo que Jairo querría es que Jesús volase,
pero se ha de adaptar a lo que hay. Y
por detrás de Jesús, abriéndose paso a codazos entre el gentío, la mujer
aquella, que logra llegar a la proximidad de Jesús, lo suficiente para rozar su
manto y luego quedarse perdida y anónima entre la multitud. ¡Y curada, en
efecto!, como ella esperaba. Pero lo
divino no es así de anónimo, y Jesús detiene su marcha y mira en derredor, y
como nadie es protagonista, pregunta ya abiertamente: “Quién me HA TOCADO? Simón
Pedro parece como querer decirle que la pregunta huelga. ¿Cómo pregunta quién
le ha tocado cuanto todo el mundo le apretuja?
Y Jesús dice: No pregunto por los que me empujan a derecha e izquierda,
sino quién me HA TOCADO. Apretujarme, ya se Yo que son muchos. Muchos vienen con sus listas de urgencias,
angustias, peticiones o necesidades. “Apretujarme”, ¡muchos! Pero TOCARME, con ese toque de la fe, es ya otra cosa.
Y que alguien me ha tocado de otra manera, lo se Yo, porque ha salido de Mí la fuerza sanadora.
Jesús sigue parado y mirando, y la mujer –ahora temerosa por haber podido
cometer una imprudencia, se llega a Jesús y se sitúa humilde ante Él. Jesús debió mirarla con inmensa compasión
amorosa y pronunció su gran palabra: Mujer:
que se haga como has creído. Vete en paz y con salud.
Realmente
–con la 1ª lectura- Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de
los vivientes, sino que hizo a todos para vivir el abismo de la bondad de un
Dios misericordioso.
Tampoco
un Dios a la medida nuestra, ni en los condicionantes nuestros, ni dependiente
de nuestras formas y pensamientos. Nadie
hubiera imaginado un Dios que deja a su Hijo en la cruz… Pero Jesús vive su fe incondicional, hasta
estar sintiendo el “abandono” y juntamente recrearse en el gozo de haber hecho
todo lo que tenía que haber hecho, y acabar “desclavando sus brazos2 no para
bajarse de la cruz sino para entregarse totalmente en las manos del Padre en
quien confía.
Pregunto
yo ahora: ¿Nos hemos puesto en este tiempo en el pellejo de Jairo? Porque Jairo debía estar que se carcomía por
dentro. Con la urgencia que él ha
venido; con los condicionantes de su fe, que piden la bajada de Jesús a la
casa, cuando su hija está en las últimas, toda esta parada con la mujer que HA
TOCADO, debía estarle destruyendo su ánimo, ya de por sí abatido. Y por si le faltaba algo, le llegan los sirvientes
de casa a decirle que ya no tiene que
molestar al Maestro, porque la niña ya ha muerto. Es evidente que el retraso provocado por la
mujer no había influido en nada el no llegar a tiempo. No hubieran llegado ni no apareciendo en
escena la mujer. Jairo se derrumba. Rompe a llorar. Y Jesús, allí tan cerca de
él, le dice una palabra de cuño divino: No temas.
Simplemente, CREE. Bueno: es
que es ahora cuando empieza la fe de Jairo. Hasta aquí, él había marcado “hoja
de ruta”. Se le ha venido abajo. Se ha
quedado sin argumentos. Sólo le queda LA
DUDA, esa duda tan esencial que purifica la fe.
Ahora, cuando le han fallado todos sus medios y formas y no tiene ya
dónde agarrarse. ¡Simplemente CREE!,
le ha dicho Jesús.
Y
llega Jesús a la habitación de la difunta, una criatura de 12 años, con su
madre llorando desesperanzadamente, la familia igual… (Las plañideras de
oficio, con sus estentóreos lamentos, a la entrada de la casa). Jesús manda que todos salgan fuera de la
habitación. Quedan sólo Jairo, su esposa, y los tres discípulos que Jesús ha
tomado consigo. Se dirige a la cama de la niña.
Lloran y ven a Jesús como el hombre bueno que va a sentir la conmiseración
ante aquellas carnes tiernas de una niña muerta. Pero Dios
no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción, sino que quiere la vida de
los que Él ha creado. Y Jesús toma a
la niña de la mano, y dice: Levántate, niña. Yo te lo mando.
La
niña se pone en pie. Los padres casi que no respiran. Ni –en su emoción-
advierten que Jesús se retira. Lo único
que hace Jesús antes de marcharse, es encargar a sus padres que le den de
comer. ¡Hasta ese detalle!
Salió,
se alejó, con su único deseo e “que nadie se enterase”. Ese deseo que hay que
decirle a Jesús que es imposible de realizar, porque una cosa como la que ha
hecho no puede silenciarse. Y aunque
todos callaran, ls piedras hablarían.
Apostillará
la 2ª lectura de San Pablo: Sobresalid en la fe, en el conocimiento y cariño
mutuo. Y expresadlo en la ayuda material
o moral que los otros necesitan de vosotros.
Que todo eso es parte de la fe.
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