ANTE LA DIFICULTAD
Relata el profeta Miqueas a esos que
se acuestan maquinando maldades y se levantan haciéndolas. Codiciosos, ladrones, opresores de sus semejantes. Naturalmente que nunca me quedo yo
concretado a esos términos tan extremos, porque no hace falta llegar a
ellos. Muchas veces puede rebajarse la expresión y entrar en la vida diaria en la que encontramos al paso, desde que
empezamos el día o vamos en el autobús o vamos al mercado. El tema no es la
gravedad de los hechos sino lo que encierran los corazones. Los psicólogos hablan de fallo anécdota y de fallo postura. La “anécdota” ocurre casi
inesperadamente, sin pensar, en un casi abrir y cerrar de ojos, sin premeditación. La “postura” es ya una actitud, es un modo
ante la vida, es un temperamento que maquina. Jesús habla de lo que sale del corazón. En la vida diaria tenemos los dos casos a
derecha e izquierda, y lo único que diferencia es que se reflexione o no para
poder superarlo.
El SALMO suplica al Señor la única solución que puede tener el que
encuentra a su lado situaciones semejantes: No
te olvides de los humildes, Señor.
El Evangelio es de una elocuencia enorme, para ponernos delante esa
situación, que Jesús la padeció. Los
fariseos no dejaban de hostigar. Y Jesús intentaba hacerles entrar en razones,
como –ayer- con aquello de las espigas y el sábado, y David y sus hombres
comiendo los panes presentados al Señor (que sólo podían comer los sacerdotes).
La reacción de fallo postura farisaico
no es –naturalmente- la reflexión, o serenarse y dejar tiempo al tiempo para
llegar a aprender y asimilar. La
reacción es “acabar con Jesús”. Y
Jesús, que sabe que Dios se ocupa de los humildes, pero que los humildes tienen
que ocuparse también de sí mismos, opta –como tantas veces- por retirarse,
hacer mutis por el foro, callar,
quitarse de en medio. Se van detrás los
que también son gentes sencillas y sin legalismos previos, porque entienden más
lo de la misericordia antes que los
sacrificios. Y en Jesús hallan
misericordia. Jesús cura sus enfermos, y
les pide que ellos también guarden silencio para evitar la confrontación.
Y hay un final de muchísimo valor
que es el propio juicio que aporta el evangelista para explicar la actitud de
Jesús: Jesús hace real el anuncio de Isaías. Jesús no va al “cuerpo a cuerpo” y deja
correr. No rompe la caña cascada; no apaga la mecha titilante, a punto de
extinguirse. Jesús busca la paz, que es el instrumento que salva a judíos y no judíos. La paz será siempre la clara expresión de que
Jesús anda entre los pucheros.
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