El tema que HOY, PRIMER VIERNES está debajo
de todo el estudio de Mt 12, 22-final, es precisamente esta misteriosa “blasfemia”.
Será muy interesante.
HAMBRE DE LA PALABRA
El
profeta Amós concluye hoy con una expresión confortadora: Enviaré
hambre sobre la tierra, pero no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar
la Palabra de Dios. Lo que es
menester es que la encontremos. Porque lo que presiente la profecía es que
esas ansias de la Palabra, no las van a acabar de saciar. Y no es porque Dios no la quiera manifestar,
sino por la falta de una búsqueda auténtica, desnuda, de esa Palabra, tal cual
es, y sin envolverla en papel de caramelo.
Por
su parte Jesús es esa Palabra que resuena en el corazón de quienes quieren
escucharla. Y cuando su Palabra es: “SÍGUEME”,
como la que dirige a Mateo, esa palabra está esperando respuesta. Mateo deja
todo el negocio y se va tras de Jesús. Y se va con alegría, y celebra su
llamada dando un banquete de despedida a sus amigos –los publicanos y
pecadores, los despreciados de la sociedad puritana, y por tanto, de los
fariseos-, pero no despreciada por Jesús, el Jesús que no quiere sacrificios y holocaustos de animales sino la misericordia. Es la respuesta que da cuando los fariseos
que siempre acechan sus pasos, intentan minar la confianza de los apóstoles,
con la pregunta capciosa: ¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y
pecadores?
Teniendo
en cuenta una sociedad en que comer juntos supone amistad, afinidad, acuerdo
entre los comensales, la presencia de Jesús en medio de pecadores públicos es
un escándalo para los puritanos. Jesús,
otro hambriento de la Palabra de Dios, que viene ya de antiguo, responde con
una verdad diáfana: en vez de santidades
postizas con devociones y sacrificios postizos, quiero misericordia por encima de aquello.
Esta
mañana, muy temprano, el momento de reflexión de una emisora de radio ha
versado sobre VERDAD y ASTUCIA. El que
llevaba la breve instrucción, citó a un autor que dice La verdad va siempre desnuda; la astucia envuelta en ropajes. Verdad desnuda, sin sentir vergüenza de
ello. Astucia, verdad revestida de
disfraces y caretas.
Y
creo que viene muy bien al tema de hoy.
Porque la Palabra de Dios y la misericordia que Él prefiere, empieza por
ser VERDAD escueta. Y una verdad “sin pudor” (decía el que llevaba la
reflexión), porque la verdad, tan desnuda que sólo es VERDAD, es el reflejo
perfecto de Cristo, que a sí mismo se define como: Yo soy LA VERDAD. Y así lo
descubrimos, sin que podamos hallar en Él ningún revestimiento para endulzar su
llamada, ni para hacerse acreedor de la simpatía de los fariseos.
En
los fariseos está la ASTUCIA. Sin que digan una mentira, “se verdad” lleva mil
caretas y mil disfraces, y cada uno se aplica según momentos y situaciones: “la
ley” (como ellos la han revestido), “las costumbres” (que ellos han creado,
incluso contra mandatos de Dios), su “fidelidad” (persiguiendo cada actuación
de Jesús y poniéndole zancadillas).
Cuando
Jesús exhortó a ser astutos como serpientes
y sencillos como palomas, no estaba azuzando a vivir de medias verdades
sino a ser prudentes y sencillos en nuestro corazón, pero no bobos que nos dejáramos
caer en brazos del frescales de turno.
Por eso es una actitud de ojo avizor, que nada tiene que ver con la
astucia de la careta, o del camuflaje. La verdad irá siempre como buque insignia,
abriéndose paso –aunque sufra tortazos- por entre la realidad de la vida. Jesús se los llevó con los fariseos, con los
puritanos, con los sacerdotes…, ¡y hasta qué punto! Y fue limpio como el agua del manantial con
la gente sencilla. Y bien que esas personas lo agradecían y se admiraban y
alababan a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!