ESPOSA INFIEL
La
lectura continua nos ha ahorrado muchos detalles desagradables y nos ha saltado
del capítulo 2º al 8º del profeta Oseas, el hombre traicionado por su esposa, a
la que él pretendió ganar para el bien y para s´`i en esa delicada luna de miel en lugar desierto, donde no
se entrecruzaran los ruidos de la gente, y donde, a solas –el y la esposa-
pudieran crear un auténtico amor en el que ella llegara a sentirlo “Esposo mío” y no “ídolo mío”… Bien
sabía Oseas que aquella esposa era capaz de volverse a sus ídolos de
prostitución, y puso todo su cariño y delicadeza en atraerla hacia sí,
volcándole el amor de su corazón abierto de par en par.
Hoy
nos encontramos con el resultado, proyectado ya directamente al objeto de la
profecía: a Israel infiel, que –pese a todos los requiebros y amorosos cuidados
de su Dios Yawhé, su Esposo fiel-, Israel lo ha abandonado. Se nombró reyes sin contar con Dios, creó
ídolos para adorar (aunque un ídolo de manos humanas, nunca puede ser Dios). Y
un pueblo que corta la trama…, como un río que se separa de su fuente, acaba en
medio de tempestades, sin que crezcan sus semillas, con sus espigas hueras, y
apartado de la misma doctrina de su Dios.
Por mucho que ya quiera Israel, Dios no puede complacerse en ese pueblo
adúltero, y ese pueblo mascará sus carencias de las mil formas inimaginables.
¿Por
qué no leemos ahora ese mismo texto de Oseas como escrito en el diario de la
mañana de hoy, como realidad de hoy, como vivido hoy? Porque podría darnos más
comprensión si somos capaces de leer el diario de hoy mismo y vemos un mundo
desquiciado por donde se coja… Luchas y rencillas, abusos y ruinas, actitudes
beligerantes y peces gordos que se traban impunemente a os más pequeños. Pensemos lo que es un mundo que ha hecho todo
lo que podía para “ser libre”, para “romper el
mito de Dios y la religión”, para ser hombres soberanos que se rigen a sí
mismos y quieren vivir a su manera… Un
mundo que pretende ser río independiente de la fuente que lo nutría. Un mundo que ha conseguido eliminar a Dios de
sus ámbitos vitales. ¿Y qué noticias
leemos o vemos hoy? El desastre humano,
que deambula sin rumbo y que cada solución que da es más mala que la anterior…,
que pretende enderezarse por sí mismo, cuando no tiene ni un punto de apoyo
verdadero en donde asentarse. ¿Oseas
exageraba? ¿Nos hubiera gustado hoy encontrar a aquella esposa que se hubiera
hecho una mujer de provecho, una verdadera compañera, una verdadera madre, una
persona horada, fiel a su marido, y felices los dos?
Todavía
el Evangelio tiene algo que añadir: Jesús ha liberado a un ciego y mudo de aquel “demonio” que lo tenía esclavizado.
Bastaría un uno por ciento de sensatez y buena fe y sana cabeza para comprender
que Jesús era liberador del mal porque él es el Bien y actúa con la fuerza del
Bien. Así lo vieron e interpretaron los de buena voluntad: los admirados por
las obras de Jesús. Pero admitirlo así
hubiera sido demasiado para un mundo fariseo que lo que le interesa es degradar
a Jesús ante la estima de las gentes. Y nada más fácil que ridiculizarlo: ha echado al demonio con el poder del
demonio. Otro evangelista sigue el
relato por otro camino. Mateo se limita
a expresar algo mucho más grave, de consecuencias más terribles: Jesús
se marchó de allí y se fue por otros pueblos y ciudades y aldeas,
enseñando, anunciando la Buena Noticia, curando toda clase de enfermedades,
compadeciéndose de las gentes, a las que veía como rebaño desparramado porque
no tiene pastor que las conduzca.
Aquellos otros “pastores” que había dejado atrás, era mejor no
discutirles porque se pierde el tiempo cuando no quiere el otro entender.
Y
lo que Jesús queda es con esa dolorida nostalgia de ver un mundo que podría ser
recuperado, pero que no hay segadores para tan amplia mes… Más bien hay quienes asolan los sembrados,
quienes impiden lo que los pueblos necesitan, para hacer ellos su negocio
infame. Y al primer pastor y segador que
quitan –para tener el camino expedito- es al propio Jesús.
¿Ha
conseguido eso un mundo más libre, un mundo mejor? Hace falta saber leer la Palabra de Dios
desde la realidad presente, para comprender la tragedia que la humanidad
arrastra, cuando las fuerzas diabólicas prefieren mantenerlas ciegas
y mudas, atrapadas por el poder del mal.
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