UN DOMINGO MUY SERIO
Hace dos semanas que nos
encontrábamos con el drama de Amós, un cultivador de higos al que le llega –sin
pedirlo ni esperarlo- una palabra profética, y no precisamente de esperanza y
optimismo. Lo que tiene que anunciar Amós es el desastre de un pueblo y una
ciudad que va a ser asolada por un poder extranjero. Pero como la verdad no quiere escucharse
porque a todos nos gusta que nos halaguen o profeticen bienes, el sacerdote de
Betel le insta a irse a otro sitio y que profetice allí. Amós no tiene mucho que decir sino que él está
donde está porque así le ha llegado una palabra que él no ha buscado. Pero una vez que esa palabra le llega, ha de
anunciarla.
La respuesta que da la liturgia de
hoy es un volverse al Señor, pedirle su
misericordia y su bendición. Otra
cosa no queda.
Tampoco el Evangelio está hoy para satisfacer dulcemente los oídos de los
apóstoles aquellos, o de los fieles, nosotros.
Cristo envía a su Doce apóstoles, de dos en dos. Llevan la autoridad de Cristo sobre los espíritus inmundos. Y salvo las sandalias y el bastón de apoyo
para recorrer caminos, tienen que ir en la absoluta humildad y la absoluta pobreza
de sí mismos: nada propio: ni en las alforjas con dinero, ni con pan y
ni una túnica de repuesto. Lo
imprescindible. Habría que decir que Jesús les está pidiendo que no se lleven
“ni a ellos mismos”, porque ellos son “su peor riqueza”, “su mayor egoísmo”,
los peores enemigos de ese Reino al que –por otra parte- son enviados a anunciar. Queda, pues, evidencia de que el mensajero no
se predica a sí mismo. Él no es nadie. Él no va a buscarse a sí mismo, a
aparecer como protagonista. Lo
importante es EL MENSAJE.
El arma esencial que llevan en sus
manos es LA PAZ. Con la paz han de
saludar, y la paz han de comunicar. Si
alguien no tiene paz en su casa, no discutan los mensajeros, no les anuncien a
quienes no quieren saber el mensaje… Es inútil.
Sencillamente, se salen, sacuden los pies para no quedarse ni con el
polvo, y se van a otra casa o a otra ciudad (si fuera necesario). Y adonde los reciban, ¡quédense allí! Y
salgan a su labor desde ese su “cuartel general” que tiene por emblema la
paz. Si viniera Jesús en persona, sería
allí donde se quedaría. Que donde no hay
paz, el primero que se va es Jesús. [San
Ignacio de Loyola, maestro en discernimiento
de espíritus, avisa claramente que donde no hay paz, no puede estar
Dios; más aún: quien no está en paz, no
es ni sujeto idóneo para poder hacer los Ejercicios espirituales. Bien podemos concluir con mucha más fuerza,
que ni para poder hablar o para poder recibir palabra de Dios].
Los apóstoles salieron a predicar la conversión, y eso empezaba
por echar los demonios Después, todo lo demás. Y si sabemos traducir con realismo que “demonio”
es todo género de esclavitud que nos
tiene maniatados, ahí es donde empieza la conversión, y adonde se dirige la predicación.
Y San Pablo explota en alabanza de
Dios porque nos ha bendecido en Cristo. Bendecir es bien decir. Jesús siempre
“dice bien”, y eso es lo que nos trae bienes espirituales del Cielo.. Y no sólo
“dice bien” sino que sus obras responden a sus palabras, y nos elige para que seamos consagrados e irreprochables
por el amor. Como quien no dice
nada. Que aquí tiene uno que tentarse la ropa para experimentar que la elección
que Él hace pueda llegarnos. Por su
parte, redimidos…, llenos de su Gracia que nos invade (todo lo que hagáis o digáis, sea siempre a gloria de Dios). Lo que
Él hace es darnos a conocer el misterio
de su voluntad. ¡Qué serio es
esto! Porque cuando Dios manifiesta su
voluntad es para que la vivamos. Y porque llegado
el momento culminante, recapitulemos
todo en la Persona de Cristo. Es
decir: el “ya no soy yo”, el ya no
actúo yo ni a mi manera, sino que estamos todos como englobados en una unidad
substancial, amasados totalmente en UN ÚNICO SENTIR, UN ÚNICO QUERER, UN ÚNICO
AMOR. “Recapitulados en Cristo” es que ya no hay “un capítulo mío” y un
“capítulo tuyo”; que ya no hay más que
UNO, y ese uno –aunque sean muchos- ES CRISTO.
Amós, en su resignada y arriesgada
fidelidad; los apóstoles en su total
pobreza de sí mismos…; nosotros todos “recapitulados”
en un solo ideal y estilo, que es Cristo.
Y LA EUCARISTÍA haciéndose el
SIGNO SENSIBLE Y EFICAZ –sacramental- para que ahí nos abrace la Paz y no quede
espacio para ningún espíritu inmundo.
Para ser profeta en la antigüeda o mensajero en nuestros días es necesario no tener apego a las cosas del mundo, ni siquiera una segunda túnica.
ResponderEliminarCuando yo leo éste planteamiento siempre veo la necesidad deel celibato de las personas consagradas a Dios, no comprendería un sacerdote que necesita de una gran libertad de movimiento, y un total desprendimiento con una familia, esposa e hijos, que con demasiado frecuencia te obligan a decidir sin que que estés plénamente de acuerdo.
Como persona consagrada, en el Evangelio de hoy Dios me pide el total desasimiento de mis cálculos y temores humanos,mis esquemas y mis propios puntos de vista,para abandonarme a la voluntad de Dios,que no siempre es agradable,pero que mirado desde la fe,es el camino de la cruz que redime y santifica,siguiendo las huellas de nuestro MAESTRO JESÚS
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