AMÓS, profeta realista
Lo normal es que a quien no es
optimista o idealista, capaz de hacer las casas de caramelo, se le llame “pesimista”. Y el que es tachado de pesimista suele
reaccionar diciendo que es realista.
Claro que la verdad nunca es absoluta.
Yo diría que Amós no es precisamente un profeta de esperanza. Pero me lo quisiera ver yo a Amós en nuestro
año 2012 y que nos expresara su visión en este momento de la historia del mundo
y de lo religioso. Una primera palabra
de lo que hoy leemos en Amós es de exhortación: Buscad el bien y no el mal y así estará con vosotros el Señor. Odiad el
mal, amad el bien. Quizás se apiade de vosotros el Señor poderoso.. Lo que sigue es otro “pesimismo” inmensamente
realista: Detesto y rehúso vuestras fiestas;
no quiero oler vuestras ofrendas. Aunque me ofrezcáis holocaustos y dones, no
me agradarán. Retirad de mi presencia el
estruendo del canto… Quiero que fluya la bondad y la honradez.
Se me ocurre preguntar: ¿no leemos aquí una historia realísima de
nuestro tiempo? Recorred tantas y tantas
manifestaciones “religiosas”, tantos y tantos “cantos estruendosos”, tantas
ofrendas externas, e tantas religiosidades populares en las que no es el
elemento religioso el que domina y ejerce su influencia sobre las vidas y
actitudes humanas. Que si les pusiéramos
nombres propios saltarían chispas. ¿Y no
ha sido Amós el profeta valiente que lo ha dicho? Comprendo que Amós no será popular, pero me
sospecho que hoy iría diciendo igual por muchos sitios.
Evangelio igualmente “penoso”, como un calco en el tiempo de Jesús,
de aquello que dijo mucho antes Amós.
Tras el enorme peligro pasado por os apóstoles en la tempestad del Lago,
la barca ha venido a parar –sin pretenderlo- a una región un tanto inhóspita:
la de Gerasa (o Gadara). Y lo primero que encuentran al desembarcar es un
endemoniado energúmeno que tenía atemorizado a todo el contorno. Jesús va al hombre y lo libera de su esclavitud
opresiva demoníaca. El propio demonio,
multitud de demonios (que se sabe dominado por Jesús, y que va a echarlo del
hombre), ruega ir a “su lugar natural”: los cerdos, animal igualmente inmundo,
prohibido, desterrado de la legalidad de Israel. Y Jesús lo permite. Y los cerdos dan la
estampida y se ahogan en el mar. Ahora
tenemos una clara elección de aquel pueblo:
o el hombre curado, libre de sus cadenas diabólicas, o sus cerdos, negocio prohibido. O como dijo Jesús: O Dios o el dinero. O conmigo o
contra mí. No se puede servir a dos señores. Y el pueblo elige el dinero, su negocio, al “otro
señor” del Yo egoísta, al “cerdo” que se revuelca en el fango. Y a Jesús le pide que se vaya de allí. Jesús ha obrado el bien, ha odiado lo inmundo…
Y es el que tiene que irse. No tiene
lugar en ese pueblo que –seguramente- se irá luego a hacer “su oración de la
tarde”.
Tremenda
fotografía de nuestro momento actual. No de casualidad, Jesús ha desembarcado
en nuestra playa. Providencialmente
Jesús ha llegado ahí donde pululan las esclavitudes del dinero, del egoísmo,
del YO, de los sistemas placenteros de culto y goce del cuerpo, y de las cuatro
aparentes manifestaciones “religiosas” donde no es precisamente Dios quien es
el protagonista. [¿Seríamos capaces de
ponerle nombres? Evidentemente nos
echarían como a Jesús]. Pero Gerasa es
un enorme símbolo. También en niveles de
personas espirituales, que ahí están piadosamente
mientras no le toquen “sus cerdos” (valga la expresión para hacerla más al paso
del evangelio de hoy).
¿Visión pesimista? Es evidente que cada cual es el único que
puede responderse. Porque todos preferimos quedarnos en lo que tenemos…, aunque
el “energúmeno” se quede con su “demonio” dentro. ¿Qué más da si ese sigue esclavizado, si yo
puedo tener mi tranquilidad? Ayer mismo
decía una persona carente de toda práctica sacramental: Yo me siento bien como estoy, y por ahora no veo que tenga que cambiar. Se me vino a la cabeza Gersa, el pueblo que
echa a Jesús, los cerdos…
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