EL AMOR NO
PASA NUNCA
Esa
es una conclusión de San Pablo tras mostrar las características del verdadero
amor. Oseas nos pone de manifiesto esa
realidad del modo de ser de Dios. El
Pueblo ha sido (tendríamos que añadir: es
y será) olvidadizo, díscolo, desagradecido…; duro de cabeza, “adúltero” (por su facilidad
de irse tras los ídolos humanos y egoístas). Aquel pueblo y este pueblo de hoy
en el que podemos sentirnos inmersos y protagonistas. Ante esa situación, si
Dios fuera el dios pelele que muchos
imaginan, el dios culpable de los males y al que se le puede tratar como una
camisa de quita y pon (según apriete el zapato), ¡tiempo ha que nos habría
dejado ya de su mano, y a que vivamos a nuestro aire…, aunque sea un aire que
nos asfixia). Pero DIOS ES DIOS Y NO
HOMBRE, como decía ayer la lectura. Y hoy queda apoyado todo eso en las nuevas
actitudes de misericordia que nos acentúa la 1ª lectura: Conviértete…, que es palabra de esperanza
de Dios en el hombre y debe ser palabra de esperanza del hombre en Dios (porque
siempre nos está esperando con infinita paciencia). Tropezaste con tu pecado…, pero vuélvete y pide perdón. Yo curaré tus
extravíos (aunque no lo merezcas);
florecerás como azucena; como
verde olivo será tu esplendor… Rectos son los caminos del Señor, y los
justos andan por ellos. De esta manera, pese a todos nuestros pesares, el amor de Dios a nosotros NUNCA SE
PIERDE. Nosotros somos capaces de
perder amor… Dios, no.
Lo
que el Evangelio traduce en
realidades del amor, que –desde luego- no es un amor “de terciopelo” sino recio
y con cruz por delante. Porque Jesús
advierte a sus discípulos que “os envío
como corderos en medio de lobos”. Por
eso tenéis que ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas, porque os
llevarán hasta los tribunales…, vuestros mismos padres o vuestros hijos… No os
preocupéis qué tengáis que responder, que el Espíritu Santo ya os
inspirará. Todos os odiarán por mi nombre. Cuando os persigan en una ciudad, os vais a
la otra…
Queda
muy claro que nuestra vida de seguidores de Jesús no es un paseo triunfal, no
son privilegios; no es “las gentes de
Iglesia” ya tenemos nuestro “paraguas” para nuestra seguridad, ni nuestras “ventajas”,
ni nuestros “dominios”. El gran error de
los que se apegan a las instituciones de iglesia es pensar que ahí han encontrado
su seguridad y tranquilidad. Lo que Cristo nos ha anunciado es lucha,
incomprensión, “lobos”… Y a mí, que me gusta dar la vuelta a las palabras,
podemos ser lobos nosotros mismos.
Lo
que Cristo anuncia es su propia vida repetida en nosotros. Tribunales,
acusaciones y calumnias. Y persecuciones
de los mismos “de la familia”. ¿Acaso el
discípulo va a ser más que su Maestro?
Pero no os preocupéis…
¡Palabra clave! Ya saldréis
adelante. El Espíritu es quien acompaña,
inspira y sugiere.
Y
leemos estas cosas en el Evangelio y nos tiran para atrás, porque a todos nos
gusta ver el terciopelo y los lirios del campo.
Pero eso es dejar parcial el evangelio, que tiene cruz. O para decirlo con mucho realismo: La vida humana tiene cruz. No hay vida sin cruz. La cruz llega desde todos los ángulos. Donde menos se espera. Y posiblemente –muchas veces- sin culpa de
nadie. Con culpas, recelos, pasiones
humanas de todo tipo, otras. Pero EL AMOR NO PASA NUNCA, y bien tenemos que
rezar, VIVIR y aprender esa maravillosa frase de la oración de la Misa, antes
de la PAZ: No mires nuestros pecados…, SINO LA FE DE TU IGLESIA. Nosotros
seremos siempre imperfectos; no tendremos por dónde cogernos. Seremos capaces
de cualquier cosa. Y seremos capaces de
ni sentirnos culpables. Todo eso es
posible, y hemos de darlo por asentado.
Pero LA FE DE TU IGLESIA es Cristo mismo, que va purificando y limpiando
constantemente a esa su Iglesia, y
cuando la fe es fe, cuando nuestro amor a Jesús es amor a Jesús (necesariamente
–al par- a su Iglesia), nada te turbe,
nada te espante; Dios no se muda. EL
AMOR NO SE PASA NUNCA. Por supuesto el
de Dios a nosotros. Tampoco el verdadero
amor de nosotros a Dios.
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