Liturgia:
Sigue Isaías (26,1-6) expresando las
novedades que se van a producir con la venida del Mesías: Dios defiende a su
Pueblo, con murallas y baluartes, haciendo de él una ciudad fuerte. Y el Pueblo
que observa la lealtad, entrará por las puertas abiertas. Confiando en el Señor
que es su Roca perpetua, su seguridad. En cambio a la ciudad que oprimía, la
humilla, la abaja hasta el polvo.
De hecho Babilonia se acaba para el pueblo de Dios,
mientras que ese Pueblo vuelve a su patria y a su templo.
Pasamos al evangelio, tomado del final del Sermón del Monte
(7,21.24-27). Empieza con una advertencia de Jesús. Con él no está alguien por
el sólo hecho de que se le llame “Señor”. Jesús se hace presente cuando la
persona conoce y vive la voluntad de Dios, el Padre que está en el cielo.
Ya ese comienzo es suficiente para hacer pensar. Echamos
una mirada alrededor y encontramos numerosos creyentes que viven muchas formas exteriores de religiosidad pero
están lejos de acoger de verdad los 10 mandamientos. Y no digamos si ya entramos
en temas evangélicos en los que correspondería sobrepasar los Mandamientos y
entrar en terrenos del Sermón del Monte o de las muchas enseñanzas de Jesús,
que conducen a irse acercando a lo que Dios quiere. No es inútil esa reflexión
porque la llamada del adviento no se queda en aspectos superficiales, y ni
siquiera en mirar a la venida de Belén.
Ahora se trata –en palabras de Jesús- de construir la vida
sobre roca firme, sobre actitudes fuertes. Pone Jesús la comparación de la casa construida sobre roca, que no puede
ser derruida por las avalanchas de los ríos ni por los embates de los vientos.
Construida sobre roca, tiene sus cimientos tan hondos como la roca misma.
Ya puede ocurrir alrededor lo que ocurra, ya pueden
fallarnos los hombres, ya puede haber un cataclismo en la Iglesia…, no se hunde
la fe del creyente ni se cambian los pensamientos, ni se alteran los criterios.
Como decía San Claudio de la Colombiére: “he
visto caer las estrellas del cielo y las columnas del firmamento; en cuanto a
mí, estoy seguro” porque me he afincado en la persona de Jesús, y mi
adviento nunca se puso en bombillas de colores ni en árboles de navidad, ni en
esperanzas que se derrumban como belenes de cartón.
La esperanza que se viene abajo es la que se construyó
sobre arena, como la casa que se construye sobre suelo lábil, porque en cuanto
soplan los vientos o los ríos se desbordan, la casa se abate. Y esto no es imaginación
ni mera parábola. Lo mismo que las catástrofes naturales parecen cebarse en los
más pobres, (y la realidad es que los pobres no pudieron construir sobre roca),
así ocurre en el ánimo de aquellos que son impresionables por cualquier
contrariedad. Acaban desesperando y reaccionan fuera de lógica, que con
frecuencia atañe a su fe y a su misma relación con Dios.
Así encontramos hoy día a tantos escandalizados de la
Iglesia o de los que somos iglesia, porque no dimos la talla que ellos
esperaban. Y en vez de situar el problema en lo personal de “alguien” en
concreto (que puede haber fallado), rompieron por la calle de en medio y
proyectaron contra la iglesia todas sus quejas. Y su ruptura. Y su pelea.
Habían puesto su fe donde no está el objeto de la fe. O bien podría decirse que
lo que en ellos se albergaba no era propiamente la fe teologal sino una
emotividad religiosa que se viene abajo en cuanto le tocan a la emoción
religiosa de esa persona. ¿O no será que le toca a su idea particular de lo que
apoyaba su YO más cómodo? Cuando Jesús habla de la “casa sobre arena”, está
abarcando todo ese conjunto de posibilidades de una fe que carece de sustentáculo
real.
La liturgia nos ha situado hoy este evangelio en este día
de adviento como un complemento o reafirmación de la “ciudad fuerte” de la 1ª
lectura, para que nuestro enfoque de vida en estos momentos sea muy arraigado
en eso de buscar hacer la voluntad de Dios. De ahí ese comienzo del texto
evangélico que nos advierte de la superficialidad de quien invoca a Dios y
dice: “Señor, Señor”, pero no vive de acuerdo a la voluntad de Dios.
Que nuestro adviento vaya sobre roca. Y eso se traduce en
realidades que tienen que plasmarse en cosas concretas que nos puedan hacer dar
un paso en nuestra preparación a recibir la visita del Señor.
Muy a menudo los sentimientos nos juegan malas pasadas. Nos conmueven personas, situaciones, nos acercamos a ellas; pero, al poco tiempo, se nos hace pesado el ayudarlas, nos habíamos dejado llevar por la compasión ;pero hemos sido incapaces de transformarla en amor y empezó a fallarnos la constancia y ns volvimos impacientes con el hermano que tanto necesitaba nuestro cariño y nuestra fidelidad. El amor nos hace ser bondadosos y tolerantes, pase lo que pase.
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