Liturgia:
Una lectura muy expresiva del
adviento (Is.11,1-10), que casi habría que copiarla entera porque revela la
novedad absoluta que supondrá la liberación prometida por el Señor. Narrada con
imágenes muy bellas, muy orientales, pone de relieve la prosperidad que vendrá
a la llegada del Mesías, nacido como renuevo
del tronco de Jesé, vástago que florecerá de su raíz.
Será algo especial y fruto directo de Dios, pues se posará sobre él el espíritu del Señor:
espíritu de ciencia y discernimiento, de
consejo y valor, de piedad y de temor de Dios, remarcando éste último
“espíritu”: le llenará el espíritu de
temor del Señor. Mal entiende el lenguaje bíblico quien interpretara ese
“temor” como un espíritu divino de miedo a Dios, de terror ante Dios, porque la
Biblia siempre que expresa el sentimiento de “temor” añade en el renglón
siguiente la idea del amor, de la adhesión, del respeto filial, la reverencia.
Y ya dice San Pablo, escribiendo a los romanos que no hemos recibido espíritu de miedo para recaer en el temor, sino el
espíritu de hijos para llamar a Dios: ‘Padre’. Y el contexto lo pide, porque Isaías está
pretendiendo elevar la esperanza del pueblo exiliado, y no la iba a levantar
predicándoles un Dios al que hay que tenerle miedo.
Consecuencias de ese Espíritu de Dios que va a presidir, no juzgará por apariencias, ni sentenciará
de oídas…, defenderá con justicia al
desamparado, con equidad dará sentencia al pobre… Será la justicia ceñidor de
sus lomos…
Y para poner todo eso en imagen, añade ese poético párrafo,
de belleza extraordinaria para indicar la paz, la buena fe, la novedad de esa
etapa que se abre con la venida del Mesías: habitará
el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo con el
león… Pastarán juntos. Un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el
oso, el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid y
meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.
¿No es todo eso contra natura? Pues aún así, ese será el
efecto de la llegada del Mesías. Aquel
día la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos…, el Señor tenderá
otra vez su mano para recatar al resto del pueblo.
¿Verdad que resulta bello y reconfortante el seguir esa
lectura? Máxime cuando ahora ya no la leemos desde la angustia de aquel pueblo
sino desde la experiencia gozosa de que Jesús ha llegado y es una realidad
entre nosotros. La leemos desde otra concepción del adviento –el adviento
litúrgico- que ya no es una espera desesperada sino una seguridad de Jesús
actuando en la vida de las personas y, en definitiva, de la Iglesia. Ya no se
trata de tener que esperar sino de ponerse en acción…, de plantearse en la vida
real lo que inspira el tal Espíritu del Señor. Y lo que quizás nos puede tocar
para hacer vida ese lobo que habita con el cordero, esa pantera con el cabrito,
ese novillo paciendo tranquilamente con el león, ese no ser envenenado por el
áspid o la serpiente. Un mundo de paz donde siempre hay una capacidad de
interpretación que favorece y no condena.
Más aún: con el evangelio (Lc.10,21-24), hay por todo una
elevación del alma a Dios y convierte la crítica farisaica de aquellos que se
habían puesto contra Jesús, en una emoción del Corazón de Cristo que exclama: Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de
la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has
revelado a la gente sencilla. Preciosa reacción. Y como quien vuelve sobre
su propio pensamiento, sigue diciendo: Sí,
Padre, porque así te ha parecido mejor.
Todo eso supone que es el Padre quien da la gracia para
conocer al Hijo, los entresijos del Hijo, como que es el Hijo quien revela al
Padre, sin cuya inspiración nadie podría conocer al Padre. De ahí que a
Jesucristo se le conozca como sacramento del Padre porque lo mismo
que los sacramentos son realidades visibles que nos hacen conocer lo invisible
y divino, así Jesucristo nos hace conocer al Padre a través de las obras y la
vida humana de Jesús, que era tan fácil de conocer. Pues bien: quien me ve a mí, ve al Padre. Y quien
va descubriendo a Jesús, va descubriendo a Dios Padre.
Todo esto nos hace sentir el adviento como una acción de
gracias a Dios, porque nos lleva como Padre amoroso hasta sus brazos. Y nos
pone ante Jesús para que mirándolo a él, repitamos su vida y la hagamos
patente, y nos vaya acercando a la vivencia de un adviento que no pasa de
largo. Ahora toca CONCRETAR a realidades de la vida personal para no quedarnos
en la poesía de la 1ª lectura ni en una acción de gracias tan genérica que no
refleja el pensamiento de Jesús.
Tengo deficiencias y tengo virtudes. Necia cosa es decir que soy un desastre y falsa humildad, a menos que sea cierto, cosa dudosa, porque Dios no ha creado desastres. El desastre lo atrae cada uno por no ejercitar sus virtudes con más ganas. He leído que San Pablo se compara a la basura en un pasaje y en otro se elogia un poco. Normal. Aparte de santo es humano.
ResponderEliminarLa etapa de la niñez espiritual tambien es una buena etapa para crecer sin salirse del buen camino. Serán siempre los brazos de Dios los que nos lleven, aunque muchas veces nos empeñemos en acompañarlo con nuestros pasitos pequeños y torpes para evitar los tropiezos. Pero ahí está Papá Dios ejerciendo su misericordia ante nuestros frecuentes errores.
ResponderEliminarJesús parecía cansado, sentía compasión por todas aquellas personas que piden ayuda. Sufre por los refugiados que lo han perdido todo por la guerra...