Liturgia:
Una vez más la liturgia nos sorprende
con una serie de comparaciones atrevidas para anunciar la dicha que traerán los
tiempos mesiánicos. Is.35,1-10 merece la pena ser leído con fruición porque nos
pone delante un verdadero paraíso: el
desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa,
florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Sólo este
comienzo ya es un botón de muestra de lo que va a ser esta perícopa bíblica.
Fortaleced las manos
débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: ‘sed
fuertes, no temáis’. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en
persona, resarcirá y os salvará.
La presencia de ese Dios es la que cambiará todo el
panorama y hará que la vida adquiera una dimensión salvadora. Y como eso había
de hacerse patente a los ojos de aquel pueblo deprimido, lo plasma el profeta
en una serie de hechos extraordinarios en la vida corriente: Se despegarán los ojos de los ciegos, los
oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo
cantará. Para una mente tan imaginativa como la oriental, estas
afirmaciones eran inmensamente significativas de la nueva realidad que iba a
traer la llegada del Mesías salvador, y les expresaba de modo evidente el
cambio radical que iba a producirse en la vida del pueblo.
Y por si fuera poco, brotarán
las aguas en el desierto; el páramo será un estanque; lo reseco, un manantial.
Toda una revolución de la misma naturaleza. Para concluir con una afirmación
que desciende ya a lo normal: Vendrán a
Sión con cánticos; en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Y
para poner negro sobre blanco, Pena y
aflicción se alejarán.
El más imaginativo poeta no hubiera podido describir mejor
el triunfo del bien sobre el mal, el nuevo mundo que vendrá cuando el hombre
haya colocado a Dios en el centro de su historia. Un mensaje que si ahora los
medios de comunicación empezaran a extender, acabaría atrayendo a muchas
personas a este nuevo paraíso que sobrevendría al colocar a Dios en el centro
de la vida. Porque no otra cosa pretende ponernos delante el adviento, que nos
anuncia el nuevo mundo que surgirá a partir de la llegada de Jesús. Si los
medios de comunicación hicieran la labor de aquellos profetas, heraldos de la
verdad, darían que pensar a esas masas de gentes que hoy viven alejadas de la
salvación de Dios.
“Saltará como un ciervo el cojo”. Es el tema que apuntala
el evangelio de hoy (Lc.5,17-26) con el hecho real de un paralítico imposibilitado
de todo, al que Jesús le sale al paso. Lo traían unos hombres en una camilla,
porque el enfermo no podía valerse por sí solo. Se toman el trabajo de
descolgarlo desde la terraza que había sobre el porche en que estaba hablando
Jesús. Y Jesús ve descender al enfermo y le dice: Hijo, tus pecados son perdonados. De hecho es el fondo principal de
la acción de Jesús: perdonar el pecado, liberar el alma, tan paralizada como el
propio cuerpo del enfermo. Máxime en una mentalidad como aquella en la que se
consideraba la enfermedad como un castigo del pecado. Jesús se fue a la raíz: a
perdonar el pecado, a atacar a la causa, con lo que se seguirían los efectos y
el cuerpo paralizado adquiriría su elasticidad.
Los fariseos se escandalizan. Como no ven en Jesús más que
a un hombre, y no precisamente al hombre al que se acepta, acaban pensando que
es una blasfemia que un hombre diga que “perdona los pecados”. Y visto así,
llevaban razón. ¿Qué hombre puede perdonar pecados sino solo Dios? Y Jesús les
sale al paso y les demuestra que dice aquello porque puede decirlo. No se puede
demostrar que él pueda perdonar pecados…, pero él puede demostrar que tiene el
poder de Dios. Y lo hace dirigiéndose al paralítico y diciéndole: A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu
camilla y vete a tu casa. Y él, levantándose al punto, a la vista de ellos,
tomó la camilla donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios.
En efecto, la presencia de Jesús en la vida de las
personas, las transforma. Y ese quiere ser el efecto de este período de
esperanza que marca el Adviento. Quiere ser un momento en el que el que no ve,
vea; el que no oye, oiga; el paralítico se ponga en pie… Y como eso no va a ser
en lo físico, el fiel cristiano está llamado a vivirlo y hacerlo eficaz en lo
interior y en la forma de actuar. Un mundo nuevo que podemos soñar, apoyados en
la verdad de Dios. Ojalá el mundo abra un portillo por el que deje entrar esa
Gracia de Dios. Dios es respetuoso y no fuerza. Pero entra donde se le deja
entrar.
A tí te lo digo:ponte en pie, toma tu camilla y echa a andar....Los que llevan al paralítico ante Jesús, son personas buenas; dejan de lado su comodidad y por la salud del tullido, se exponen al juicio de las autoridades judías. Ponen en relieve su FE, Ellos creen que Jesús puede curar al paralítico.Y, Jesús, tal vez lo ve desesperanzado y acomodado a su situación y ha querido que el tullido hiciera el esfuerzo de ponerse en pie...Los cristianos cometemos muchísimos pecados de omisión.
ResponderEliminar