Liturgia:
La lectura de ayer queda explicada
(en lo posible) con la lectura de hoy (Dn.7.15-27), y como ya se dijo, las
fieras aquellas que aparecían en la visión estaban representando reinos e
imperios enemigos que, posiblemente se daban en los reyes del mismo Pueblo de
Dios. Por ejemplo la cuarta bestia que proferirá
palabras contra el Altísimo y pondrá a prueba a los santos, se está
refiriendo al rey Antíoco Epifanes (primer libro de los Macabeos, 1,41-52), que
prohibió el sábado y las fiestas. El “tiempo” que se señala es el tiempo que
duró la persecución de Antíoco. Período de calamidades que duró tres años (o
“tiempos”) y medio, que es acortado en atención a los “santos”, los elegidos.
Es decir: no llega a “siete” que es el número de totalidad. Dominará finalmente
el poder del Altísimo, cuyo reino es eterno, en contraposición con los otros
tiempos de los reinados de los reyes enemigos. Y el reino será entregado a los
santos del Altísimo, y se someterán todos los soberanos.
Pasamos al evangelio final del año litúrgico (Lc.21,34-36)
que quiere ponernos ante nuestro final. Y para ello las recomendaciones
concretas de que no se os embote la mente
con el vicio y la bebida y la preocupación del dinero… Hay que guardarse
muy mucho de que aquel día caiga de
repente. ¡Nunca debe coger de repente, inesperadamente…! porque hay que
estarse esperando siempre mientras estamos en la vida: estad siempre despiertos, pidiendo la fuerza para escapar de todo lo
que está por venir]. Es la incertidumbre del final, que es directamente
aplicable a la vida de cada persona. Lo que recomienda el texto de Lucas es mantenerse en pie ante el Hijo del hombre,
postura propia de tener buena conciencia y no tener que esconderse. Claro que
aquí no valen los escondites, porque la vida siempre queda patente ante Dios.
Hemos llegado al final. Si pudiéramos recordar cómo lo
empezamos…, cuántos deseos y proyectos tuvimos al empezar… Es verdad que los
adelantos en nuestra actitud de respuesta a Dios no es cosa que se pueda ver en
pequeños espacios de tiempo. Pero tampoco podemos dejar de mirar en qué estadio
nos encontramos. Y lo que importa es que echando la mirada atrás, podamos tener
una experiencia de mejora, de purificación interior, de pasos dados en nuestro
caminar hacia adelante.
Lo normal es que no notemos grandes pasos, pero también
debe ser normal que comparando el momento presente con “el anterior”, nos sea
posible vislumbrar avances…., unas veces en la corrección de algún defecto;
otras en la consecución de alguna nueva actitud…, el dominio de tal situación
“desordenada”… [Y me expreso en el lenguaje ignaciano, en el que “desorden” es
aquello que no se hizo puramente por Dios].
Con lo cual podemos examinar nuestros afectos, nuestras
preferencias, nuestras actitudes, nuestras reacciones, nuestros juicios y
comentarios, el dominio de nuestros impulsos…, y tantas cosas más como cada
cual puede concretar en su mundo propio. ¿Podemos encontrar algún
aventajamiento personal?
Lo que no nos
debe hacer es girar sobre sí mismo y solamente analizar si se estuvo bien en la
parte espiritual. Hay que abrir el horizonte a la relación hacia afuera, a lo
familiar, la vida social, a lo que exigió cierto sacrificio o desprendimiento…,
a la respuesta ante quien nos resulta simpático y ante quien “nos cae gordo” y
somos proclives a enjuiciarlo, a que instintivamente nos caigan mal “sus
cosas”.
La pregunta
que nos debemos hacer en nuestro interior es si tal o cual manera de hacer, fue
agradable a Dios o no. No nos paremos ante el concepto de “pecado”, y ni
siquiera de nuestra propia deficiencia que nos hace “sentirnos feos”. Hay algo
más fino, más sutil, y es si tal reacción, si tal pensamiento, si tal
respuesta, etc., fue agradable a Dios, o pudo serle desagradable, porque allá
en el fondo de nuestra conciencia no las tenemos todas consigo de haber sido
limpios de corazón.
Se acaba el
año litúrgico. Pero parece ser que el Señor aún no ha llamado a salir a su
encuentro de modo definitivo. Lo importante entonces es abrirnos al nuevo
período que se nos brinda y poderlo plantear con una finura de alma aún mayor.
¡Estad despiertos todo el rato, firmes, pidiendo al Padre mucha fuerza para mantenernos erguidos ante el Hijo del hombre! (Lc, 21).
ResponderEliminarEl Evangelio de hoy nos dice que los excesos son malos para el cuerpo y para el alma, todos. Es muy triste andar de aquí para allá, como un alelado, perdiendo el tiempo alegremente en mil cosas y dejar de lado lo que es realmente importante...Pararnos, de vez en cuando y depositar en las manos de Dios nuestros afanes es la medicina recomendada.