Liturgia:
Interesa la segunda parte del texto
de Is.40,25-31, ese texto que ya corresponde al asentamiento del Pueblo de Dios
en Jerusalén. El profeta “traduce” la llamada de Dios, que se presenta poderoso
y eterno, creador de los últimos confines de la tierra. Un Dios que no se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia.
Por lo mismo no se deja vencer por las debilidades y fallos humanos, sino que
apoya lo bueno que puede haber en las personas: Él da fuerzas al cansado, acrecienta el vigor del inválido. Se cansan
los muchachos y se fatigan…, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus
fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin
fatigarse.
Es un alegato que necesitaría meditar el mundo de hoy, que
se muestra con frecuencia cansado, deprimido, desesperanzado, arrastrando la
vida, buscando la felicidad en las cloacas del dinero, del sexo, de la
diversión vacía… Esas manadas de gentes que pasan ebrios de madrugada de un
jueves o un viernes, sin más sentido que haberse enfangado durante una noche, y
ahora acostarse para esperar repetir el mismo vacío el final de semana
siguiente. No les nacen precisamente alas…; arrastran cansinas sus vidas,
“tropiezan y vacilan”. Es un estamento que ha perdido su sentido religioso y
humano: no esperan en el Señor, no renuevan sus fuerzas.
Humanamente es una amplia generación perdida. Perdida
porque ellos y ellas se han envuelto en una capa impermeable a lo que es un
valor, una trascendencia, un mirar al futuro… Y sin embargo, desde la voz de
Jesús no se ha perdido nadie: Mt.11,28-30 está poniendo delante una tabla de
salvación: el propio Corazón de Jesucristo: Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. En medio de la borrasca, de esa
vida sin brújula en medio del mal (digo bien: “mal”), surge la llamada de la
estrella que luce en el horizonte…, surge la voz de Jesús que sigue invitando a
acudir a él, para que los que están cansados de la vida y agobiados por su
propio fracaso humano, acudan a refugiarse en él. Y él los aliviará. Los hará
salir de sus propios aburrimientos y sinsentidos para situarlos en otra
dimensión.
Cierto que esa “generación” no ha gustado lo dulce que es el Señor, y no siente la
atracción que ejerce sobre las almas. A veces Jesús tiene que usar su “mano
izquierda” para atraerlos de maneras inconcebibles para ellos, que sólo han
montado su pensamiento sobre hojarascas de placer y falsa felicidad, y de
pronto se han de topar con la dureza de la realidad. Algunos optan por quitarse
la vida. Otros sienten la brisa amorosa de quien dijo: Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y hallaréis vuestro descanso.
Y es así como algunos recobran sus sentimientos
primordiales de aquellos años en que sentían la caricia de Dios que les llegaba
desde la fe. Y descubren que ahí es donde pueden recuperar aquellos sueños de
paz de su adolescencia primera. Y la “mano izquierda” de Dios se hace suave, de
terciopelo, que acaricia la cabeza de su criatura, hijo pródigo que regresa
macilento y desarrapado a la casa del padre. Y se oye la voz de Jesús, que
dice: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Y se ha desembocado en
ese bello sentido del Adviento que recupera la esperanza y hace sentir ese oxígeno
de la vida que se tiene recostándose sobre el pecho de Jesús.
A modo de villancico
De luz nueva
se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha
venido
en la entraña feliz de la Virgen
de su carne se ha revestido.
El amor hizo
nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido,
y la sombra del que todo lo
puede,
en la Virgen su luz ha encendido.
Ya la tierra
reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría,
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.
La verdadera humildad nos capacita para que podamos cargarnos con el peso de los demás sin cargarlos a ellos con nuestros puntos de vista y nuestros juicios. Cuando somos constantes en la Oración, el encuentro con el Señor nos trsnsmite seguridad para tomar las decisiones adecuadas. Nunca debemos agobiarnos, el Señor está al tanto de nuestras necesidades y sabe cuando nos tiene que socorrer.
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