Liturgia:
Vamos siguiendo a Lucas, que es el
evangelista de la Infancia, y que ha narrado más aspectos de aquellos hechos
preliminares a la infancia de Jesús. Nos acaba de mostrar las dos
anunciaciones, la de Zacarías en el templo y la de María, en Nazaret. Dos
anuncios en la misma línea de presentación de la venida del Mesías, primero con
la gestación de Juan, que Zacarías no llegó a creerse totalmente, y pidió
señal… El mensajero divino le dio la señal de su mudez. Al fin y al cabo era
una señal inequívoca de que Dios estaba detrás del anuncio.
La otra anunciación, a María. Y en María plena
disponibilidad a los proyectos de Dios. Sólo necesitaba saber en concreto cómo
quería Dios desarrollar su proyecto. No pide señal, aunque el ángel se la da:
su pariente Isabel está de seis meses, aunque era una mujer consideraba
estéril.
En cuanto María se rehace del impacto de su anuncio, María
decide irse a ayudar a Isabel. [Lc.1,39-45]. Y marchó a la montaña, donde vivía
el matrimonio. En cuanto el saludo de María llegó a su parienta mayor, se
levanta una catarata de emociones en los que Isabel nota claramente que el hijo de sus
entrañas da saltos en su vientre. Y a voz en grito, –muy propios de la cultura
hebrea- comienza a decir, llevada por un Espíritu superior (“había quedado llena del Espíritu
Santo”, dice el evangelista): “bendita Tú entre
las mujeres, y bendito el fruto de tu
vientre”.
Zacarías salió
precipitadamente, entre asustado y curioso: ¿qué pasaba allí? ¿Qué le había
ocurrido a su mujer? Yo no sé si Isabel tuvo siquiera en ese momento una
palabra explicativa de que aquella muchachita era su pariente María… Más bien
fue María la que se adelantó a saludar a Zacarías. Seguía Isabel en sus mil
revoluciones por segundo, como abstraída de todo lo demás.
Podemos imaginar
la cara de sorpresa y admiración de María. No había mediado palabra ni
explicaciones. Ella no había hecho más que saludar, y no salía de su asombro.
Pero es que Isabel seguía en su paroxismo místico (allí solamente podía haber
hablado Dios), y a María se le viene encima aquello, que es un reconocimiento
público del misterio que había guardado con tanto celo... ¿Quién soy yo –sigue exclamando
Isabel- para que me visite la Madre de mi Señor? ¡Dichosa
tú, que has creído, porque lo que ha dicho el Señor, se cumplirá". Zacarías mismo estaba absorto. No podía
hablar pero se hacía plenamente consciente de las palabras de su mujer. Y él
también estaba emocionado porque estaba comprendiendo que el Mesías Salvador se
le metía por sus puertas, bajo el claustro de María.
Isabel se calmaba.
María estaba con los ojos bajos, entre extasiada y pudorosa. Y cuando ya pudo
hablar, lo que más me encanta es que María no dijo a nada que no… No podía
decirlo. (Existen personas que parecen quererse como quitar de encima las
alabanzas que reciben. Por supuesto María no es así). Cuanto Isabel le ha dicho
es verdad. ¿Qué es bendita y agraciada entre todas las mujeres? - Es verdad.
¿Qué es bendito el fruto de su vientre? - ¡Sin la menor duda! ¿Qué la llamarán
bienaventurada todas las generaciones? - Lo más seguro. ¿Qué el niño de Isabel
dio saltos en el seno de su madre al saludar Ella, que llevaba dentro al propio
Hijo de Dios? - Pues no le extraña nada… Está envuelta en la esfera de lo
sobrenatural, y ya sabe ella lo que Dios es capaz de hacer…
Las dos posibles
primeras lecturas, a elegir, no narran ningún episodio paralelo en el Antiguo
Testamento. Lo que narran son emociones ante las visitas de Dios o –también-
refiriendo la visita de María a Isabel. Si es el Cantar (2,8-14) es la búsqueda
que el Amado hace de su amada, con bellas y poéticas (=místicas) imágenes.
Reflejan la maravilla que luego se verificará en el encuentro de María, con su
Hijo en su seno, llegando a la casa de Isabel. Levántate, Amada mía, hermosa mía, Paloma mía…: ven a mí, déjame oír tu
voz; tu voz es dulce, tu figura, hermosa.
Si es la lectura
tomada de Sofonías (3,14-18) es el grito de satisfacción por el encuentro: Regocíjate, grita de júbilo y gózate de todo
corazón…: el Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva; él se
goza y se compadece de ti, y se alegra con júbilo como en día de fiesta.
Doble alegría: en Isabel, admirada ante María; María que también se regocija en
aquella alegría de isabel. Y que, como veremos mañana, se convierte en un
emocionado canto de agradecimiento a Dios.
Estamos ante un hecho histórico porque la maternidad de María no solo fue moral, fue física y determina la Presencia del Mesías en el mundo. La maternidad moralnos llega por la Fe. La Fe significa recibir el pensamiento divino y hacerlo propio. Este pensamiento divino nos eleva y nos mueve al servicio.María también experimentó este empuje divino y le dió fuerza para hacer un penoso viaje y para ayudar a su anciana prima y convertirse en Madre de Dios.
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