“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Todos conocemos la imagen del Buen Pastor que carga sobre los
hombros la oveja perdida. Desde siempre este símbolo representa la
preocupación de Jesús hacia los pecadores y la misericordia de Dios que no se
resigna a perder a nadie. La parábola es contada por Jesús para hacer
comprender que su cercanía a los pecadores no debe escandalizar, sino al
contrario, provocar en todos una serie reflexión sobre cómo vivimos nuestra fe.
El pasaje ve por una parte a los pecadores que se acercan a Jesús para
escucharlo y por otra a los doctores de la ley y los escribas que sospechaban y
se alejan de Él por ese comportamiento suyo. Se alejan de Él porque
Jesús se acercaba a los pecadores. Estos eran orgullosos, eran soberbios, se
creían justos.
Nuestra parábola se desarrolla entorno a tres personajes: el
pastor, la oveja perdida y el resto del rebaño. Pero quién actúa es solo el
pastor, no las ovejas. Por tanto el pastor es el único verdadero protagonista y
todo depende de él. Una pregunta introduce la parábola: “Si alguien tiene cien
ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a
buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?”. (v. 4).
Se trata de una paradoja que lleva a dudar de la actuación del
pastor: ¿es sabio abandonar a las noventa y nueve por una sola oveja? ¿Y además
dejándolas no seguras en un redil sino en el desierto? Según la tradición
bíblica el desierto es lugar de muerte donde es difícil encontrar comida y
agua, sin refugio y a merced de las fieras y los ladrones. ¿Qué pueden hacer
las noventa y nueve ovejas indefensas?
La paradoja por tanto continúa diciendo que el pastor, al
encontrar la oveja, “la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar
a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: Alégrense conmigo”(v. 6).
¡Parece que el pastor no vuelva al desierto a recuperar a todo el rebaño!
Ocupado con esa única oveja parece olvidarse de las otras noventa y nueve.
Pero en realidad no es así. La enseñanza que Jesús quiere darnos es más bien
que ninguna oveja puede quedarse perdida. El Señor no puede resignarse al hecho
de que una sola persona pueda perderse.
El actuar de Dios es de quien va a buscar a los hijos perdidos
para después hacer fiesta y alegrarse con todos por haberlos encontrado. Se
trata de un deseo irrefrenable: ni siquiera las noventa y nueve ovejas pueden
parar al pastor y tenerlo encerrado en el redil. Él podría razonar: ‘Pero, hago
un balance: tengo noventa y nueve, he perdido una, pero no es una gran
pérdida’. No, él va a buscar a esa, porque cada una de ellas es muy importante
para él y esa es la más necesitada, la más abandonada, la más descartada; es Él
quien va a buscarla.
Todos estamos avisados: la misericordia hacia los pecadores es
el estilo con el que Dios actúa y a tal misericordia Él es absolutamente fiel:
nada ni nadie podrá distraerlo de su voluntad de salvación.
Dios no conoce nuestra cultura actual del descarte, Dios no
tiene nada que ver con esto. Dios no descarta a ninguna persona; Dios ama a
todos, busca a todos… ¡Todos! Uno por uno. Él no conoce esta palabra ‘descartar
a la gente’, porque es todo amor y misericordia.
El rebaño del Señor está siempre en camino: no posee al Señor,
no puede pretender encarcelarlo en nuestros esquemas y en nuestras estrategias.
El pastor será encontrado allá donde está la oveja perdida. El Señor por tanto
es buscado allí donde quiere encontrarnos, ¡no donde nosotros queremos
encontrarlo! De ninguna otra manera se podrá recomponer el rebaño si no es
siguiendo el camino marcado por la misericordia del pastor. Mientras busca a la
oveja perdida, él provoca a las noventa y nueve para que participen en la
reunificación del rebaño. Entonces no solo la oveja llevada a hombros, sino
todo el rebaño seguirá al pastor hasta su casa para hacer fiesta con “amigos y
conocidos”.
Debemos reflexionar a menudo sobre esta parábola, porque en la
comunidad cristiana siempre hay alguien que falta y se ha ido dejando el puesto
vacío. A veces esto es desalentador y nos lleva a creer que sea una pérdida inevitable,
una enfermedad sin remedio. Es entonces cuando corremos el peligro de
encerrarnos dentro de un redil, donde no habrá olor de ovejas, ¡sino olor a
cerrado!
Y nosotros cristianos no tenemos que estar cerrados porque
oleremos a cosas cerradas. ¡Nunca! Debemos salir y este cerrarse en sí mismo,
en las pequeñas comunidades, en la parroquia, allí, …’Pero nosotros, los
justos’… Esto sucede cuando falta el impulso misionero que nos lleva a
encontrar a los otros.
En la visión de Jesús no hay ovejas definitivamente perdidas,
este debemos entenderlo bien: para Dios nadie está definitivamente perdido.
¡Nunca! Hasta el último momento, Dios nos busca. Pensemos en el buen
ladrón. Pero solo en la visión de Jesús nadie está definitivamente perdido sino
solo ovejas que son encontradas, ovejas que son encontradas.
La perspectiva por tanto es dinámica, abierta, estimulante y
creativa. Nos empuja a salir en búsqueda para emprender un camino de
fraternidad. Ninguna distancia puede tener lejos al pastor; y ningún rebaño
puede renunciar a un hermano. Encontrar a quien se ha perdido es la alegría del
pastor y de Dios, ¡pero es también la alegría de todo el rebaño! Somos todos
ovejas encontradas y recogidas por la misericordia del Señor, llamados a
recoger juntos a Él y a todo el rebaño!
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