Liturgia de PENTECOSTÉS
Llegamos a uno de los días fundamentales de la fe católica. Quizá el 2º
en importancia. El primero es la Resurrección, la Pascua, el triunfo de Jesús
sobre la muerte, sobre el pecado y sobre el mal; la rúbrica definitiva de su
veracidad de vida y obra. Luego Jesús se va al Cielo, de donde había salido y
desde allí envía al Espíritu Santo que conduzca al conocimiento de la verdad
completa y fortalezca a las almas para poder llevar adelante la obra de Jesús.
¡Nada menos que el nacimiento de la Iglesia!, que ese día de Pentecostés tiene
su origen, como una “segunda encarnación” en la conjunción del Espíritu y
María, unida en la oración con los apóstoles. (Hech. 2, 1-11).
La llegada del Espíritu Santo se hace sensible a través de
signos: un viento recio que conmueve
los cimientos de la casa. Jesús había anunciado que el Espíritu es como el viento que nadie sabe de dónde viene y adónde
va, pero lo captan los nacidos del Espíritu.
Lenguas de fuego
que se posan sobre ellos, como llamaradas sobre cada uno, y que lanza a los
apóstoles a hablar sin miedos y con la autoridad de personas que han llegado a
ese conocimiento de la verdad. Y
hablan lenguas nuevas, como también
había anunciado Jesús que sería una característica de los creyentes. De hecho,
hablando los apóstoles en su lengua, los entienden personas venidas de 16
países o regiones muy diferentes, uniéndose en una única voz los que antes –por
el pecado- habían quedado disgregados (Babel).
Pero Pentecostés no queda sólo en aquel día. El Espíritu
Santo se manifiesta constantemente en los fieles. Ya advierte Pablo (1Cor 12,
3-7. 12-13) que sólo decir: Jesús es el
Señor es una manifestación del Espíritu Santo en esa persona. Por lo demás,
hay muchas formas de expresarse ese Espíritu en los llamados carismas, que son las mil formas con las
que el Espíritu se manifiesta en las personas y que redunda en un bien común.
De ahí que las gracias que recibimos no son para guardarlas y disfrutarlas
individualmente. Los dones que recibimos de Dios están ordenados al bien de la
comunidad cristiana. Todos hemos sido
bautizados en un solo Espíritu.
El Evangelio recoge la última aparición de Jesús el día de
la Resurrección. Allí dice el evangelista (Jn 20, 19-23) que Jesús se presentó
en el Cenáculo, y exhaló su aliento sobre
los apóstoles y les dijo; recibid el Espíritu Santo. Y los efectos visibles
de ese “soplo” o trasmisión del Espíritu es el poder que otorga a los apóstoles
(y en ellos a sus sucesores) para perdonar los pecados en el nombre de Dios. A quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes no se los perdonéis, no se les perdonan. Valor
inmenso de esa donación puesto que “pecados
sólo Dios puede perdonarlos”. Pero Jesús trasmite a sus apóstoles ese poder
divino, o –lo que es igual- delega en la Iglesia el poder de perdonar pecados
en nombre de Dios.
Es el mismo Espíritu al que se invoca en la celebración de
la Eucaristía para que su presencia haga posible la transformación del pan y
del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y para que –extendiendo el sentido
profundo de la Eucaristía- congregue en
la unidad o realice la unión en la caridad de los que participamos en esa
celebración. Aspecto en el que no hacemos todo el hincapié que correspondería
hacer, si tenemos en cuenta la dura advertencia de San Pablo a los fieles de
Corinto cuando les hace saber que esa falta de vivencia de caridad entre los
participantes en la Cena del Señor, significa que “eso no es ya celebrar esa Cena del Señor”.
Hoy es un día grande en la historia de María. Su
personalidad llega al completo cuando su estancia en el Cenáculo, en oración
junto a los apóstoles, supone en la historia el nacimiento de la Iglesia, bajo
esa venida del Espíritu. Cierto que ella era llena de Gracia, llena de Espíritu
Santo. Pero se visibiliza y se proyecta hacia la humanidad en aquel sublime
momento en que las lenguas de fuego se posaron sobre todos. También María habla
entonces todas las lenguas (me llamarán
bienaventurada todas las generaciones), es venerada en todos los rincones,
y está presente allí donde está presente la Iglesia. María la ha concebido,
como aquella otra encarnación en que el Espíritu
Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Nuevamente el Espíritu la ha fecundado para que la Iglesia nazca de las
entrañas de la Virgen Santísima en aquel día de Pentecostés.
Que el Espíritu Santo inspire nuestras peticiones.
-
Por el Papa y por la
Iglesia. Que tu Santo Espíritu les guíe, fortalezca y conduzca. Roguemos al Señor
-
Por el mundo y por España.
Que tu Santo Espíritu les abra las luces de la justicia y la paz. Roguemos al Señor.
-
Por nuestros políticos y
gobernantes. Que se dejen mover por el equilibrio y el bien. Roguemos al Señor.
-
Por nosotros y por todos los
cristianos. Que acojamos los carismas y busquemos el bien común. Roguemos al Señor.
Ven, Espíritu Santo: llena los corazones de tus fieles y mueve en todos
el espíritu de amor.
Por Jesucristo N. S.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)
ResponderEliminarSEXTO MANDAMIENTO:"NO COMETERÄS ACTOS IMPUROS"
"lo más terrible de toda la tragedia no es la brutalidad de las personas malas, sino el silencio de las buenas".
QUÉ PUEDE HACER UN MATRIMONIO QUE NO TIENE HIJOS?.-Los matrimonios que sufren a causa de la esterilidad pueden acoger toda ayuda médica que no entre en contradicción con la dignidad de la persona, los derechos del niño que se desea concebir y la SANTIDAD DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO.
No hay nigún derecho absoluto a tener un hijo. Todo hijo es un don de Dios. Los matrimonios que se ven privados de este don, tras haber agotadon los recursos legítimos de la medicina, pueden adoptar o acoger a niños o comprometerse de otro modo en la sociedad, ocupándose, por ejemplo de niños abandonados.
¿QUÉ OPINA LA IGLESIA DE LAS MADRES DE ALQUILER Y DE LA INSEMINACIÓN O LA FECUNDIDAD ARTIFICIAL?.-Toda ayuda por parte de la medicina y de la investigación para concebir un hijo debe detenerse cuando se disuelve o se destruye por medio de una tercera persona la paternidad conjunta de los padres o cuando la concepción se convierte en un acto ténico fuera de la unión sexual dentro del matrimonio.
Por respeto a la dignidad de la persona, la Iglesia rechaza la concepción de un hijo por medio de inseminación o fecundación artificial. Todo hijo tiene el derecho, dado por Dios, a tener un padre y una madre, a conocer a ese padre y a esa madre y, si es posible, a crecer en el ámbito de su amor. La inseminación o la fecundación artificial con el semen de un hombre extraño o el óvulo de una mujer extraña ( inseminación o fecundación artificial heteróloga) destruye también el espíritu del matrimonio, en el cual el hombre y la mujer tienen derecho a ser padre o madre exclusivamente a través del otro cónyuge. Pero también la fecundación artificial homóloga (cuando el semen y el óvulo proceden del propio esposo y de la propia esposa) hace del hijo un producto de un procedimiento técnico y no el fruto de la unidad amorosa del encuentro sexual personal. Y cuando el niño se convierte ven un producto, surge en seguida la pregunta cínica acerca de la calida y la garantía de ese producto. La iglesia rechaza también la técnica del diagnóstico genético preimplantación (DGP), que se lleva a cabo con el fin de eliminar a los embriones que no se consideran perfectos. También el a una madre de alquiler, por el que se implanta a una mujer extraña un embrión obtenido por fecundación artificial ,es contraria a la dignidad de la persona.
"VEN ESPÍRITU SANTO: LLENA LOS CORAZONES DE TUS FIELES Y MUEVE EN ELLOS EL ESPÍRITU DE AMOR.
ResponderEliminarAcabamos hoy las celebraciones pascuales con la solemnidad de Pentecostés, memoria de la efusión del Espíritu Santo sobre María, la Madre del Señor y los discípulos. Jesucristo, la Palabra de Dios hecha Hombre, es Dios mismo que se anonada y desciende a la tierra porque quiere ser nuestro interlocutor y, sin dejar de ser Dios,se complace con sus criaturas a las que viene a salvar y pueden comunicarse con Él
El Espíritu Santo es la presencia íntima y vivificadora de Dios en nosotros. No lo podemos ver, no tenemos instrumentos para detectarlo, pero lo sentimos: sin El, no hay gozo, no hay aliento, no hay vida...
Él vivifica los huesos secos, une en una asamblea gentes de todas las naciones; nos hace participar de la misma msión que el Padre encomendó a Jesús. Siempre respetando nuestra libertad. Él nunca coacciona, inspira pero no obliga ni posee.
Aquella reunión de los discípulos con ,María , el Espíritu la transformó en la Iglesia viva que es hoy y que será por los siglos de,los siglos, mientras El esté con nosotros.