Memoria de los dones que Dios nos ha dado, profecía para abrir
el corazón y entender donde hay que ir, aunque tuviéramos
que arriesgar para hacerlo, y esperanza para evitar una jaula de normas y
preceptos que sirven solo para dar un sentido de seguridad.
Son las tres coordinadas que Francisco ha ofrecido este lunes en
la misa diaria que ha celebrado en la Residencia Santa Marta.
El Papa vuelve a hablar de esos corazones demasiados cerrados a
la obra de Dios y al soplo del Espíritu Santo. Lo hace recordando las parábolas
de Jesús, el cual desmonta los andamios de leyes y prescripciones con las
cuales los escribas y los fariseos sofocaban la memoria, la profecía y la
esperanza.
En particular evoca la parábola de los viñadores homicidas
narrada en el Evangelio de hoy, los cuales se rebelan contra su patrón
matando a los siervos que enviaba para solicitar lo que le debían,
llegando estos a asesinar al mismo hijo del patrón, el único, para así lograr
que la herencia terminara en las manos de ellos.
Una metáfora clara, observa el Papa de “un pueblo cerrado en sí
mismo, que no se abre a las promesas de Dios”, que asesina a los siervos y al
hijo, o sea a los profetas de la Biblia y a Cristo, para no oírlo. Porque a ese
pueblo le interesa “un sistema jurídico cerrado” y nada más. Prefieren que no
vengan los profetas. Y legitiman a los doctores de la ley, a los teólogos que
siempre entran en la casuística y no quieren la libertad del Espíritu
Santo, y lo enjaulan, porque no permiten la profecía ni la esperanza”.
Es un sistema que san Pedro en la Primera lectura define como
“corrupción, mundanidad y concupiscencia”. Por ellos Jesús no evita de
increparlos, Él durante los 40 días en el desierto ha sufrido la tentación “de
perder la memoria de su misión, de no dar espacio a la profecía y de preferir
la seguridad en lugar de la esperanza”. Por eso les grita: ‘Ustedes giran en
medio del mundo para tener un prosélito y cuando lo encuentran lo vuelven
esclavo’, “una iglesia así organizada –exclama el Papa– hace esclavos”.
La viña bien organizada, subraya el Pontífice, es “la imagen del
pueblo de Dios, la imagen de la Iglesia y también la imagen de nuestra alma”,
que el Padre cuida siempre “con tanto amor y tanta ternura”. Rebelarse a Dios,
como a los viñadores homicidas significa “perder la memoria del don recibido”,
por para “no equivocarse en el camino” es importante “volver siempre
a las raíces”.
El Papa al
concluir invita a preguntarnos: “¿tengo yo memoria de las maravillas que
el Señor hizo en mi vida?, ¿de los dones del Señor? ¿Soy capaz de abrir el
corazón a los profetas, o sea a aquello que me dice ‘esto no va’, debes ir
allá, ve adelante y arriesga? ¿Estoy abierto a aquello o prefiero cerrarme en
la jaula de la ley? Y para finalizar: ¿tengo yo esperanza en las promesas de
Dios, como las tuvo nuestro padre Abraham, que salió de su tierra sin saber
dónde iba, porque esperaba solo en Dios?”.
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