El Espíritu es dado por el Padre y nos conduce al Padre. Toda
la obra de la salvación es una obra que regenera, en la cual la paternidad de
Dios, mediante el don del Hijo y del Espíritu, nos libra de la orfandad en la
que hemos caído. Así lo ha asegurado el papa Francisco, en la homilía de la
misa de Pentecostés, celebrada en la Basílica de San Pedro. El Santo Padre ha recordado
que la misión de Jesús, culminada con el don del Espíritu Santo, tenía esta
finalidad esencial: “restablecer nuestra relación con el Padre, destruida por
el pecado”; “apartarnos de la condición de huérfanos y restituirnos a la de
hijos”. Y así, ha asegurado que “la paternidad de Dios se reaviva en nosotros a
través de la obra redentora de Cristo y del don del Espíritu Santo”.
Francisco ha subrayado que la condición de hijos es nuestra
vocación originaria, aquello para lo que estamos hechos, nuestro «ADN» más
profundo, que fue destruido y se necesitó el sacrificio del Hijo
Unigénito para que fuese restablecido.
Así, de la muerte de Jesús en la cruz, “ha brotado para toda la
humanidad la efusión del Espíritu Santo, como una inmensa cascada de gracia”.
Quien se sumerge con fe en este misterio de regeneración –ha añadido– renace a
la plenitud de la vida filial.
Por otro lado, el Pontífice ha observado que en nuestro tiempo
se constatan diferentes signos de nuestra condición de huérfanos. De este
modo ha hablado de “la soledad interior que percibimos incluso en medio de la
muchedumbre, y que a veces puede llegar a ser tristeza existencial”, “esa
supuesta independencia de Dios, que se ve acompañada por una cierta nostalgia
de su cercanía”, “ese difuso analfabetismo espiritual por el que nos sentimos
incapaces de rezar”, “esa dificultad para experimentar verdadera y realmente la
vida eterna, como plenitud de comunión que germina aquí y que florece
después de la muerte” o “esa dificultad para reconocer al otro como hermano,
en cuanto hijo del mismo Padre”.
Las palabras de Jesús en la fiesta de Pentecostés, “no os
dejaré huérfanos”, hacen pensar también en la presencia maternal de María
en el cenáculo. Al respecto, el Papa ha indicado que “la Madre de Jesús está
en medio de la comunidad de los discípulos, reunida en oración: es memoria
viva del Hijo e invocación viva del Espíritu Santo.” Es la Madre de la
Iglesia, ha recordado.
Y para consolidar nuestra relación de pertenencia al Señor
Jesús –ha explicado Francisco– el Espíritu nos hace entrar en una nueva
dinámica de fraternidad. Por medio de Jesús “podemos relacionarnos con los
demás de un modo nuevo, no como huérfanos, sino como hijos del mismo Padre
bueno y misericordioso”. Y esto hace que todo cambie, ha asegurado.
Finalmente, el Santo Padre ha observado que “podemos mirarnos
como hermanos”, y nuestras diferencias harán que “se multiplique la alegría y
la admiración de pertenecer a esta única paternidad y fraternidad”.
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