Luto en la
Iglesia
Hoy permanecen
cerrados los templos en signo de luto, Ha muerto Jesús y lo queda es silencio,
desconsuelo, orfandad. Si hoy se abren algún rato los templos, el objetivo es
poder acercarse a María, la Madre de Jesús para compartir su dolor. “Discípulos
amados” la recibimos en nuestras casas, en nuestros sentimientos más íntimos, y
nos unimos a los suyos.
Porque, no es
sólo que ha perdido a su Hijo; es cómo…, son las circunstancias vividas, es la
vorágine de las últimas tres horas desde la muerte a la sepultura y regreso.
Había muerto
Jesús antes de lo normal en un crucificado. Es que Jesús llegó ya destrozado al
momento supremo de la crucifixión. Con Jesús muerto se planteaba al corazón de
aquella madre otro trago muy duro: en breves momentos vendrían a descolgar el
cadáver para arrojarlo a la fosa común de los ajusticiados. Y no había otra
salida. María pensó en los Once, que hubieran podido ayudar si estuvieran allí…;
pero aún estando, ¿qué resolvían, si Ella no tenía dónde darle sepultura?
Todavía le
quedaba un trago muy doloroso. Subió un pequeño destacamento de “especialistas”
en acelerar la muerte de los crucificados, a cargo de algún soldado o
centurión. María y el grupo que estaba con ella tuvieron que asistir a la
macabra acción de partir las piernas de los otros dos condenados, para
impedirles que pudieran a poyarse y respirar, y así acelerar su muerte. Se
conmovió el corazón de María, aunque Jesús ya había muerto y no había que hacer
con él aquella obra tan desagradable. En efecto, comprobaron que estaba muerto
y no le quebraron un hueso.
Pero como un
arrebato absurdo, no sabe uno si vengativo, o simple gesto de barbarie, el
soldado arremetió con su lanza contra el costado derecho de Jesús… Que más bien
hirió de intenso dolor el corazón de la Madre. Un líquido sanguinolento brotó
del costado de Jesús, y María se apresuró a acercar su paño en un gesto
instintivo de consuelo al hijo profanado.
Lo que en ese
momento nadie podía imaginar que aquel momento era un parto infinito. Del
costado de Adán dormido nació Eva. Del costado abierto de Jesús muerto, nacía la Iglesia. Y aquel agua que manaba
de su fuente de vida era agua vivificadora de Bautismo; y aquella sangre que brotaba
de la herida esa la misma Eucaristía, los dos grandes pilares de esa Iglesia.
Pero no
acababa todo ahí. La lanza había abierto vía directa al Corazón. Y por esa
inmensa avenida del amor quedamos todos invitados a entrar para llegar hasta la
fuente misma de donde eclosionan todos los bienes como una infinita catarata
que no se puede agitar.
Vivía María su
dolor. Aumentado por aquel gesto aparentemente inútil del alanceamiento del
cadáver. Y el tiempo que avanzaba y tendría que asistir a ese muy penoso hecho
de ser arrojado su hijo muerto a la fosa común.
En esto,
aparecieron dos hombres, con unas escaleras. Se presentaron a María: José de
Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, y el salvoconducto de Pilato para
descender el cadáver. Y además, José de Arimatea poseía allí cerca un sepulcro.
María miro al Cielo y lloró de agradecimiento. Los dos varones y el “discípulo
amado” (ahí está nuestra parte protagonista en el hecho), cruzaron la amplia
sábana por el pecho y bajo los brazos de Jesús en la cruz, los cruzaron por
detrás para tener así seguro que no se desplomaba el cuerpo, desclavaron los
fuertes y toscos clavos (no sin gran trabajo y el momo para respetar los
miembros), y fueron descendiendo el cuerpo de Jesús hasta depositarlo en el
seno de María. ¡Nunca podía María imaginar el destrozo que habían infringido a
su Hijo!
No dio tiempo
a preparar el cadáver. Extendida la sábana y depositado el cuerpo de Jesús lo
trasladaron al sepulcro. Agachados para pasar de la primera cámara a la cámara
mortuoria, Nicodemo y José elevaron el cadáver hasta su lugar, y Nicodemo
extendió por el cuerpo de Jesús la mixtura de mirra y áloe. Pasó María para
comprobar, los demás para despedirse de su ser querido, y cubrieron el cuerpo
con la otra parte de la sábana.
Una vez fuera,
los varones empujaron la losa redonda que dejaba el sepulcro a buen recaudo y
hubieron de darse prisa en regresar a la ciudad porque estaba cercana la hora
de las 6 de la tarde en que empezaba el Gran Sábado judío.
María y las
mujeres se refugiaron en los aledaños del cenáculo. Un silencio respetuoso y
condolido por parte de los Diez se inclinó hacia la madre doliente, que musitó
en voz muy queda: Todo está cumplido.
Y se retiró.
Acompañamos a
María en su luto, su soledad, su orfandad. Y, habremos de pensar que –también-
en su esperanza. Aunque ahora mismo el dolor tapa todo, en el hondón de María
no se ha apagado la luz.
Liturgia del día
ResponderEliminarHoy celebramos la mayor liturgia del año.
Se compone de 4 partes.
1.- El fuego, la luz. Es el momento explosivo de esta noche, tras el “apagón” del Viernes Santo y el luto del sábado. La LUZ salida del Fuego bendecido, es el paso de la noche al día. Y el ENCENDIDO del Cirio Pascual expresa a Jesús resucitado, que vuelve a emprender los corazones (en la velas) de los fieles. Explosiona todo este rito en el PREGÓN PASCUAL, en el que todos se mantienen en pie con sus velas encendidas en la Luz de Cristo
2.- La historia de la salvación.- Momento de sosiego emocionado: recordar pasos bíblicos esenciales por los que Dios ha llevado la historia hasta aquí. En la liturgia completa, 10 lecturas, culminadas por el evangelio de la Resurrección. Nunca se omite el paso del Mar Rojo, el acontecimiento liberador, por el agua.
3.- Rito bautismal o renovación de las promesas bautismales. El agua cristiana, definitivamente liberadora, y puerta de la fe, con renuncia al pecado y lo que conduce a él.
4.- EUCARISTÍA. Lo más definitivo. Lo más festivo. Volvemos a este pulmón de la vida de la Iglesia, que es la celebración de la Eucaristía, realización real, actual y profunda de todo el acontecimiento salvador. El ALELUYA, como grito distintivo de la alegría de la Iglesia, presidirá ya todas las liturgias del año.
Y tal fuerza tiene el Domingo de Resurrección, que se irá repitiendo como eco, en todo esplendor, hasta el domingo siguiente. Es la SEMANA DE PASCUA.
ElCuerpo de Jesús yacía en el sepulcro. El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios,porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado. ¡ Tú y yo hemos sido comprados a un gran precio !.
ResponderEliminarHemos de hacer vida nuestra la vida y muerte de Cristo.Morir por la mortificación y la penitencia,para que Cristo viva en nosotros por el Amor.
Siempre, pero de modo particular,si alguna vez nos encontramos desorientados, debemos acudir enseguida a esa luz continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen María.Junto a Ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección.