Vida gloriosa en San Juan - 7
A mí me origina una curiosidad especial el desayuno aquel
de los “siete” en el Lago. Y no tanto por el hecho en sí y la forma en que se
desenvuelve, cuanto por la frase final con que se expresa el evangelista.
Supuesto aquel “personaje” de la playa y supuesto que es
identificado como “El Señor”, ya no me extraña ni que el desayuno esté
preparado cuando los “siete” han bajado de la barca, ni la invitación que
reciben del “personaje”: “Vamos, desayunad”.
Todo se ha desenvuelto en esos últimos instantes de una manera tan peculiar,
que yo consideraría obvio que ya están todos “viendo a Jesús”, teniendo una
nítida experiencia de haberse encontrado con Jesús, con quien se sentirían tan
felices y satisfechos.
Pero la frase final me retrae (o retrotrae) a una mera
experiencia de fe y no a una nitidez de encuentro. Porque el evangelista escribe
una frase que, o bien sobra, o bien expresa mucho más de lo que parece a
primera vista: Ninguno se atrevía a
preguntar: ‘tú, quién eres’, porque sabían que era Jesús. Mi cuestión es:
si están viendo a Jesús cara a cara, no viene a qué esa frase, ni el que no se
atrevieran a preguntar. Si no lo tienen tan evidente, y sólo están viviendo de
la fe, de saber que es Jesús, pero no de la evidencia que se toca o que
se mira, entiendo que están en ese punto de la fe en que no preguntan porque saben, pero lo mismo podrían preguntar
porque no tocan ni palpan la evidencia.
Alguien podrá decirme que esto es rizar el rizo. Y sin embargo
esa experiencia la estamos viviendo los fieles cada día, y yo me hago muy consciente
en cada Eucaristía cuando he tomado en mis manos el pan o el vino y momentos
después entre mis dedos se que está Jesús mismo, pero ni lo
veo, ni lo toco, ni lo huelo. Y sin embargo ni me atrevería a preguntar –como en
duda- porque es un hecho de fe en el que CREO totalmente…, SE QUE ES JESÚS. Y lo
mismo cada fiel que se acerca a la Comunión, o adora la Sagrada Forma, ni
pregunta, ni se atreve a preguntar, ¡ni se le ocurre!, porque SABE QUE ES
JESÚS.
Entonces la expresión de ese evangelio nos está presentando
una “visión” tan en fe como la que tenemos nosotros mismos en nuestro día a
día. Y por tanto aquellos “siete” no han visto aún a Jesús…, no lo han
descubierto…, no lo han tocado ni palpado. “Se desayunan” en la convicción de
que todo aquello no puede ser más que EL SEÑOR, pero nos sirven de anticipo a
nosotros que vivimos aun en ese “desayuno” en el que no se han hecho diáfanas
la “claras del día” (la visión directa), y sin embargo vivimos muy felices en
esa otra visión de LA FE que nos da tanta o más seguridad que la que tuviéramos
con la vista, el tacto, los sentidos.
En la liturgia del día nos encontramos con uno de los hechos
más decisivos en la vida del cristianismo: la conversión de Saulo. Era muy
arrogante, muy pagado de sí mismo. Muy seguro de no equivocarse… No podía Dios
entrarle con mano de terciopelo porque Saulo no entendía de “caricias”. Tuvo el
Señor que tumbarlo, hacerle rodar por el
suelo y que se quedara ciego, y que así experimentara la humillación. Ahora
lo tienen que llevar de la mano. Ahora tiene que ayudarle uno de los cristianos
a quienes él iba a apresar… Ahora se ha topado con JESÚS, A QUIEN TÚ PERSIGUES…
Ahora ha encontrado su salvación.
Con el Evangelio de hoy, ahora está de cara al Pan de la
Vida, que garantiza vida eterna.
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