Lo que ocurrió finalmente
La liturgia de hoy iría propiamente por las lecturas que lleva
como propias la fiesta litúrgica de Santa Catalina de Siena, Doctora de la
Iglesia y Patrona de Europa.
Pero yo voy a pararme en dos puntos clave de la lectura
continua que corresponde a este miércoles: el Espíritu Santo hace una elección
(Hechos 12, 24-13, 5) de dos discípulos que alcanzarán el rango de apóstoles:
Bernabé y Saulo, y la comunidad obedece. Ora e impone las manos y los despide.
Obediencia total a la elección.
En el Evangelio –Jn 12, 44-50- Jesús expresa que al que no escucha mis palabras yo no le juzgo,
porque no he venido para juzgar… [¡Cuanta falta hace que desterremos la
idea de Cristo-Juez!]. Y no es que no hay juicio. La palabra que yo he pronunciado
es la que juzgará. Esto sí que es urgente captarlo: el dejarse penetrar
y escudriñar por la Palabra.
A mí me causa repulsa cuando alguien pretende que se le
concreten sus fallos o sus virtudes desde la visión de otro. Lo verdaderamente
esencial es que cada cual se deje
interpelar por la Palabra…, que se adentre en sí mismo y analice e
interiorice su propia realidad. Porque es inútil que nadie venga desde fuera a
señalarle “su vida”. Ni va a aceptar lo que se le dice, ni le va a servir. Lo
que no sea la propia introspección –dejarse juzgar por la Palabra- será
tiempo perdido.
REFLEXIÓN DESDE LA VIDA GLORIOSA en “Hechos”
A lo que los cuatro
evangelios nos han contado, incluidas las referencias a la ascensión de Jesús
al Cielo, el libro de los Hechos de los Apóstoles
nos completa detalles. San Lucas, su autor, comienza haciendo referencia a “su
primer libro” con un primer resumen de hechos: instrucciones de Jesús, su
elevación a lo alto, diversas pruebas de su resurrección dejándose ver. San Lucas
hablará de “cuarenta días” entre
resurrección y ascensión, en los que habla Jesús de las cosas referentes al
reino de Dios.
Ahora se detiene en un hecho concreto: estando con ellos a la mesa les ordenó que no se ausentasen de
Jerusalén, sino que aguardasen la
promesa del Padre, que me oísteis a mí…
No nos sitúa en algún lugar concreto sino que afirma que los que se habían reunido le preguntaron:
Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? ¡Buena falta
les hacía permanecer aún en Jerusalén y esperar la promesa, porque la verdad es
que aún no se han enterado de que la obra que Jesús ha venido a realizar no es
una restauración política de un estado judío!
Jesús soslayó la respuesta, remitiéndose a los designios
de Dios. No era momento de volver a empezar, y ya no quedaba sino que se dejasen
revestir cuando llegara la hora prometida. Entonces recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y
seréis mis testigos así en Jerusalén como en Judea, Samaria y hasta los
confines del mundo. [Para los judíos, “los confines del mundo” era la
propia Palestina. Pero en las palabras de Jesús se abarcaba al mundo entero,
como después demostró la historia]. Y
cuando dijo eso, viéndolo ellos, fue llevado hacia lo alto…
Así, con esa sencillez, queda cerrada la órbita de Jesús
en nuestro mundo, y descrito el momento definitivo triunfal de quien llega de
nuevo al lugar de donde salió.
"La Palabra que yo he pronunciado es la que juzgará". No nos incumbe lo que los demás puedan pensar y decir de nosotros ; lo que tiene una importancia extraordinaria es que nosotros seamos buenos escuchadores de la Palabra y que nos dejemos mover por el Espíritu de Dios. Jesús, nunca veremos que se mueve a obrar por motivos egoístas, por intereses personales, sólo un Amor lo impulsa, el Amor al Padre y su glorificación; estos deben ser nuestros intereses para conseguir desterrar de nuestras vidas todo lo que suponga la existencia de egoismo, amor propio,y el orgullo que son incompatibles con los impulsos del Espíritu Santo.
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