19 de abril de 2015 (Zenit.org) - Como cada domingo, durante el
tiempo pascual, el papa Francisco rezó la oración del Regina
Coeli desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una
multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo,
que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les
dijo:
“Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy resuena por dos
veces la palabra “testigos”. La primera vez, en los labios de Pedro: él,
después de la curación del paralítico ante la puerta del templo de Jerusalén,
exclama: “Mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los
muertos, de lo cual nosotros somos testigos”. La segunda vez es en los labios
de Jesús resucitado: Él, la tarde de Pascua, abre la mente de los discípulos al
misterio de su muerte y resurrección y les dice: “Ustedes son testigos de todo
esto”. Los Apóstoles, que vieron con los propios ojos a Cristo resucitado, no
podían callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado a ellos para
que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. Y la
Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; cada bautizado
está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha
resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros
estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.
Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es
uno que ha visto, que recuerda y cuenta. Ver, recordar y contar son los tres
verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha
visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha
visto y se ha dejado involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda, no
solo porque sabe reconstruir en modo preciso los hechos sucedidos, sino también
porque aquellos hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo.
Entonces el testigo cuenta, no de manera fría y distante sino como uno que se
ha dejado poner en cuestión y desde aquel día ha cambiado de vida. El testigo
es uno que ha cambiado de vida.
El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una
ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo,
sino que es un mensaje de salvación, un acontecimiento concreto, es más, una
Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. Él puede ser
testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la
oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el
Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su
continúa conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por
la Palabra de Dios, cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús
resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un
modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso.
En cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, por las
vanidades, por el egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la pregunta
sobre la “resurrección” de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo,
como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura
infinita?
María, nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que
podamos convertirnos, con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, en testigos
del Señor resucitado, llevando a las personas que nos encontramos los dones
pascuales de la alegría y de la paz”.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del
Regina Coeli:
Regina coeli, laetare, alleluia...
Al concluir la plegaria, el Papa se refirió al naufragio de
un viejo pesquero con centenares de inmigrantes ocurrido este domingo frente a
las costas de Libia:
“Queridos hermanos y hermanas,
están llegando en estas horas noticias relativas a una nueva
tragedia en las aguas del Mediterráneo. Una embarcación cargada de migrantes
volcó la pasada noche a unas 60 millas de la costa libia y se teme que haya
centenares de víctimas.
Expreso mi más sentido dolor ante tal tragedia y aseguro para los
desaparecidos y sus familias mi recuerdo y mi oración. Dirijo un apremiante
llamamiento para que la comunidad internacional actúe con decisión y rapidez,
para evitar que similares tragedias se repitan.
Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos nuestros que buscan
una vida mejor, hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de
guerras, buscan una vida mejor… Buscaban la felicidad…
Les invito a rezar en silencio antes y después todos juntos por
estos hermanos y hermanas”.
Tras un momento de silencio, el Pontífice y los fieles presentes
en la Plaza de San Pedro rezaron un Ave María:
Ave María…
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente
realiza el Obispo de Roma:
“Dirijo un cordial saludo a todos ustedes, venidos de Italia y de
tantas partes del mundo: a los peregrinos de la diócesis de San Andrés, en
Brasil, a los de Berlín, Múnich y Colonia, a los estudiantes de Grafton
(Australia) y a los de Sant Feliu de Llobregat (España). Saludo a los polacos
de la diócesis de Rzeszów y manifiesto mi cercanía a los participantes en la
“Marcha por la santidad de la vida” que se desarrolla en Varsovia, animando a
defender y a promover siempre la vida humana.
Saludo a la Acción Católica de Formia, los fieles de Milán, Lodi,
Limbiate y Torre Boldone (Bérgamo); a los chicos de Turín, Senigallia, Almenno
San Salvatore, Villafontana y Grássina; a los jóvenes de Noventa Vicentina y
Catania; al coro de Trecate y a los socios del Lions Club.
Un saludo especial al grupo de la Universidad Católica del Sagrado
Corazón, con ocasión de la actual Jornada Nacional de apoyo a este gran Ateneo.
Es importante que pueda continuar para seguir formando a los jóvenes en una
cultura que conjugue fe y ciencia, ética y profesionalidad”.
El Santo Padre dedicó también unas palabras a la exposición de la
Sábana Santa de Turín:
“Hoy comienza en Turín la solemne ostensión de la sagrada Síndone.
También yo, si Dios quiere, iré a venerarla el próximo 21 de junio. Espero que
este acto de veneración nos ayude a todos a encontrar en Jesucristo el rostro
misericordioso de Dios y nos ayude a reconocerlo en los rostros de los
hermanos, especialmente en los que más sufren”.
Como de costumbre, Francisco concluyó su intervención diciendo:
“Por favor, no se olviden de rezar por mí. Les deseo a todos
un buen domingo y ¡buen almuerzo!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!