Vida gloriosa en Juan - 3
Tras el relato de María Magdalena (que debe ocurrir por la
mañana), Juan pasa directamente a la tarde noche, cuando Jesús viene a sus
apóstoles. Se trata del mismo tema que trató Lucas pero en contexto absolutamente
diverso al de Lucas. En Lucas están los 2 discípulos que han regresado de
Emaús, más otros discípulos. En Juan sólo los apóstoles. Y así lo concibe el
evangelista porque va a referir algo substancial en la vida de la Iglesia: la
prolongación de su obra a través de aquellos “doce” (aunque ahora mismo sean
Diez, porque falta Tomás y porque ya hace días que Judas Iscariote, el traidor,
se perdió). Pero aquel grupo constituye el Colegio Apostólico que acabará
siendo nuevamente de doce.
A ese Colegio Apostólico aparece Jesús y saluda con su clásica:
Paz a vosotros, si bien en un primer
instante no lleva la profundidad que Él da a ese saludo y trasmisión. Y es que
lo primero que le toca hacer es poner paz en el grupo alterado y miedoso, que
anda encerrado en la casa.
Jesús se presenta en medio de ellos y –también con
diferencia a Lucas, en que mostraba manos
y pies- aquí en el relato de Juan les muestra manos y costado. Y no existen las dudas ni los temores de la otra
redacción del tercer evangelio, sino que los apóstoles, al verlo, se gozaron.
Ahora ya, en ambiente de acogida y de fe en el resucitado,
hay un segundo Saludo de PAZ A VOSOTROS, que es presagio de
lo mucho que viene ahora. Porque no es un solo saludo, no es una mera
tranquilidad…: es la trasmisión sublime del propio poder y misión de Cristo a
aquellos hombres: Como el Padre me envió a Mí, así os envío Yo a vosotros. Los
apóstoles son ahora el tercer eslabón de una misma cadena: El Padre envió a
Jesús con plenos poderes. Jesús envía a los apóstoles con esos mismos plenos
poderes.
Y eso tiene –en Juan- toda la realidad de PENTECOSTÉS, (la
que en Lucas supondrá 50 días intermedios) y que en el 4º evangelio se realiza
en este mismo día primero de la semana, en esta misma aparición y Presencia de
Jesús Resucitado: Sopló sobre ellos y les
dijo: Recibid el Espíritu Santo.
Y como una consecuencia concreta y expresiva de esa donación del mismo Espíritu
de Dios, dice Jesús a continuación: A
quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos. Una vez se escandalizaron los fariseos porque Jesús le dijo a un
paralítico: “perdonados son tus pecados”, porque –decían- “sólo Dios puede
perdonar pecados”. Y Jesús mostró su autoridad para poder hacerlo poniendo en
pie al paralítico.
Hoy Jesús
manifiesta su autoridad dando a los apóstoles la fuerza divina de poder
perdonar pecados; de tener esa llave que abre y nadie puede cerrar, o esa llave
que cierra y nadie puede abrir. Y la tal aparición de Jesús a sus apóstoles se
cierra, sin más explicaciones con esas palabras inmensas y sublimes de Jesús,
que ha trasmitido todo a esos hombres que constituyen la nueva Iglesia, la
Iglesia de Jesucristo.
Bien a las
claras queda por qué la diferencia del relato en Lucas y Juan: para Lucas es
una aparición a todos; no cabía más que el modo de relato que él le dio. Para
Juan es relato de Iglesia fundante, y ahí sólo están los que han de ser los
continuadores de la propia obra y misión de Jesús. Y verdaderamente el relato
es sublime, porque se sale de los moldes de un hecho en sí mismo.
Liturgia del día
ResponderEliminarEsteban, elegido para suministrar las ayudas a las gentes, se destaca por su celo y su predicación, e incluso por los signos y prodigios que hacía. Y consecuentemente la atracción que provocaba. (Hech. 6, 8-15)
Esas cosas generan celos, disputas… Pero aunque algunas sinagogas judías pretendían acallarlo, la sabiduría y espíritu de Esteban les superaba.
El único modo que tiene la mentira de crear “su verdad” es acusando falsamente valiéndose de gentes capaces de levantar los falsos testimonios, el malestar, el alboroto (que es de lo que se nutre el desorden). Y así acaban agarrando a Esteban, conducirlo al Consejo y acusarlo.
Pese a todo eso, los miembros del sanedrín al mirar a Esteban, tuvieron la sensación de estar ante un ángel.
En el Evangelio –Jn 6, 22-29- se produce la admiración de ver a Jesús en Cafarnaúm, siendo así que lo habían dejado en el monte y sin barca para la travesía del lago (porque los apóstoles habían venido embarcados solos).
Le preguntan a Jesús cómo ha llegado allí, y Jesús les hace los cargos: me buscáis no por mí mismo sino porque habéis comido de los panes. Trabajad por el alimento que no perece, el que os dará el Hijo del hombre.
No es un evangelio anticuado. Jesús podría decir muchas veces hoy las mismas palabras y experimentar la misma queja: que se le busca por otros motivos que no son Él mismo. Que nos perdemos en bagatelas espirituales y no entramos en lo substancial. Lo mismo, unas veces, en la Confesión; otras veces en la oración; otras veces en la Palabra de Dios. Incluso en esa incoherencia de quienes no quieren pecar pero no eliminan las causas que les conducen a su pecado habitual. Buscar a Jesús por sí mismo es algo que está pidiendo mucho, si somos coherentes.