Vida gloriosa en San Juan - 5
El evangelio de San Juan había tenido su punto final en la
aparición a Tomás y la proclamación como “dichosos
los que creen sin haber visto”, que era la proyección de los efectos de la
Resurrección a todos los que no habían visto a Jesús resucitado…, a todos los
que veníamos después. El epílogo de todo lo pone el evangelista indicando que
Jesús obró en presencia de sus discípulos muchos otros milagros que no están escritos en este libro. Y es
evidente: la vida de Jesús fue mucho más rica de palabras, acciones y signos
que lo que se puede encerrar en unas pocas páginas.
Pero el autor considera que lo escrito ya da una idea de
quién fue Jesús, el Mesías Hijo de Dios, para que los que siguieran despacio
estas páginas pudieran acoger en fe profunda a ese Jesús que ha ido
describiendo el 4º evangelio. Y para que, creyendo, tengamos vida en nombre de
Jesús.
Pero algo faltaba… Algo que luego retomó ese evangelio y lo
plasmó en uno de los capítulos más profundos y bellos y densos de la colección
de los 4 evangelios. Fue el capítulo 21, en donde todo contribuye a pensar que hay
mucho más que la narración de un hecho, y que ahí hay una intervención que va
más allá que la pluma de un autor determinado.
Se presenta como la
tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, y se nombra los que
estuvieron presentes (no lista tan cerrada que no deje opción a entremezclar
diversos testigos y destinatarios). Se nombra por supuesto a Simón Pedro, que
será siempre quien lleva la voz cantante y el que queda protagonista de los
hechos (en la parte humana). Nombra a Tomás, a Natanael (Bartolomé). Y los dos
hijos de Zebedeo (Santiago y Juan). Quedan ahí sin determinar otros dos discípulos, algo llamativo en
un evangelio de tantos detalles. Y que –siguiendo una línea que no es absurda
en la mística de este 4º evangelio- muy bien podría dar el lugar a aquella
comunidad naciente en la que ya se desenvuelve esta redacción del capítulo “añadido”,
con dos partes diferenciadas claramente: una la Presencia difusa de Jesús en el
“hombre de la playa”, incluyéndose hasta el mismo desayuno en que los
discípulos no se atreven a preguntar “quién
eres”… Y otra parte abiertamente referida a Jesús que “se queda a solas”
con Simón Pedro, con quien concluye el capítulo en cuestión, que llevará su
nuevo y emocionadamente exaltado segundo epílogo y definitivo cierre de este
evangelio.
Habremos de dedicar todavía un espacio más detallado a esas
dos partes.
Por lo demás, hoy dedico unas líneas a la FIESTA jesuítica que celebramos con
María como protagonista, en la advocación de Reina y Madre de la Compañía de
Jesús. Fiesta cordial y de ecos muy profundos en la vida de cada
jesuita, que encuentra lleno ese hueco afectivo y esencial de LA MADRE, que es
a su vez Reina de los corazones de cada uno, apoyo en la dificultad, brújula en
el camino, Maestra en el día a día. Y la Madre de Jesús, a la que se recurre
frecuentemente en los momentos más álgidos de la vida. Ella, María, constituye
el eslabón primero de esa cadena de oraciones por las que el jesuita aprende a
llegar al Hijo, y desde el que tiene abierto el camino hacia el Padre.
Caminamos hacia la Pascua; si somos dóciles, el Resucitado, nos irá transformando en hijos de la Luz; lo encontraremos en cada Hermano y viviremos todos los instantes de nuestra vida la dulzura de encontrarlo y de encontrarnos.
ResponderEliminarPadre, espero con ilusión las dos partes que nos promete para "acabar "el cuarto Evangelio.
Padre Manuel Cantero; le felicito en compañia de la Comunidad y les deseo que pasen un feliz día de la Madre, cobijados todos bajo su manto.¡déjense acariciar por Ella!
ResponderEliminarMaría es la que mejor representa y comprende a sus criaturas: pobre y humilde; escogida y muy amada, porque creyó y se dejó amar...asumió todo el dolor de la Pasión y de su Hijo crucificado. Pero exaltada María porque asumió toda la fuerza de Cristo resucitado.¡FELICIDADES CON MARÍA!