Vida gloriosa en Juan -4
Tomás no estaba cuando aquella tarde del domingo vino Jesús
a los suyos y les trasmitió sus poderes. Tomás, a tenor de los datos que
tenemos en los evangelios, era de un carácter fuerte, lanzado, extremoso. Por
la razón que fuera él no se había quedado encerrado junto a los demás, ni
siquiera por el miedo que les mantenía con las puertas atrancadas. El hecho fue
que vino Jesús a los suyos y Tomás se había ausentado.
Regresó más tarde y los compañeros los saludaron con la
alegría en sus rostros y la afirmación de que “homos visto al Señor”. Aquella buena nueva que debía encender la
alegría en Tomás por lo mucho bueno que significaba, al discípulo le cayó mal y
reaccionó feamente, dejando a los compañeros con el corazón dolido: Si yo no meto mis dedos en los agujeros de
sus manos y no meto mi mano en su costado, no creo”.
No hubo reacción correspondiente. Nada nos narra el
evangelista. Puede completarse aquel momento con el recuerdo de aquellos Diez
que acaban de recibir el Espíritu Santo, y el envío como un Cristo mismo que se
trasmite ahora a ellos. Debieron quedar muy apesadumbrados, con dolor por el
propio compañero que se acababa de cerrar de aquella manera a creer lo que
ellos habían visto y gozado un rato antes.
Se retiraron cabizbajos con un silencio prudencial y un
respeto que Tomás no había tenido. Les quedaba la esperanza de una nueva
presencia de Jesús, que Tomás viera y abajara aquellas pretensiones. Pero
fueron pasando los días y Jesús no venía. Ellos procuraron estar a prudente
distancia y prudente cercanía: Tomás había ya bajado de su bravata y él mismo
se arrepentía de su respuesta. Alguno, más afín a Tomás se le fue apegando y
ayudando a pasar aquellos días. Porque lo más probable es que Tomás se sintiera
responsable de estar parando alguna nueva presencia de Jesús por esas
exigencias que había puesto para creer. Y la verdad es que estaba ya arrepentido
y que ahora no necesitaría realizar aquellas condiciones drásticas para asentir
con su fe.
Y Jesús, finalmente, vino. Saludó con su típico saludo
inconfundible: Paz a vosotros. Y
quedaron Jesús y Tomás frente a frente. Tomás bajaba los ojos pero Jesús se
dirigió a él, le tomó la mano y le dijo: Trae tu mano y mete los dedos en los
agujeros de mis manos; trae tu mano y métela en mi costado… Tomás acabó
postrado y sollozando. Y en un acto de fe modélico, pronunció su sagrado acto
de fe: Señor mío y Dios mío. Era un verdadero acto de fe porque Tomás
tocó las manos y el costado de su Maestro, que había sido crucificado. Y a lo
sumo que le llevaba aquel “tocar” era a reconocer que Jesús, el crucificado,
era Jesús resucitado. Pero el salto de la fe fue VER al Señor mío y Dios mío. Es cierto que para nosotros es ya una
jaculatoria normal y común, pero somos
dichosos porque CREEMOS SIN HABER VISTO. Cuando cada día nos hallamos ante
el Pan y el Vino y pronunciamos el “Señor mío y Dios mío” mirando las Sagradas Especies,
estamos reviviendo el acto de fe de Tomás. Porque lo que vemos, olemos o
tocamos es pan y es vino…, y sin embargo nuestra fe está diciendo de verdad: Señor mío y Dios mío.
Nada se dice de lo que ocurrió después. Pero no cabe duda
que la vida de aquel grupo, y de su influencia en el resto, proyectaba ahora
una nueva alegría. Verdaderamente nosotros proclamamos alegres que somos dichosos los que creemos sin haber
visto.
Liturgia del día
ResponderEliminarEsteban era muy recio en su carácter, con la intrepidez que da estar poseído por Jesús resucitado. Y, apresado como estaba, declara que aquellos sus enemigos están resistiendo al Espíritu Santo igual que sus antepasados.
Y no pudieron soportar aquellas palabras que las vieron como acusación, y empujaron a esteban fuera de la ciudad y lo mataron a pedradas. Cuando estaba ya caído al suelo, Esteban disculpó a sus enemigos y pidió a Dios que no les tuviese en cuenta aquel pecado. Así expiró, imitando en su perdón a su propio Maestro Jesús. (Hech 7, 51-59).
Jn 6, 30-35 está ya en el largo capítulo que anuncia la Eucaristía. Los oyentes le preguntan quién es, qué labor lleva a cabo… Jesús se sube a unos orígenes muy antiguos pero muy actuales: Vuestro padres comieron el maná en el desierto, como “pan del cielo”. Sin embargo os aseguro que no fue Moisés sino mi Padre el que os da el verdadero Pan del Cielo. Curiosamente, si comparamos con lo que irá sucediendo más adelante, hay una acogida favorable y CREEN EN ÉL, y se adhieren a Él muchas gentes, que le piden que les dé siempre ese pan que da vida al mundo.
Y Jesús se declara a sí mismo: YO SOY ESE PAN DEL CIELO. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí, no pasará nunca la sed.
La experiencia de Jesús resucitado ha transformado a los discípulos. Desde que Jesús exhaló su aliento sobre ellos, no sienten miedo y sienten una inmensa alegría; se sienten llenos de Espíritu Santo.
ResponderEliminarEl caso de Tomás es muy sorprendente, él no estaba en el Cenáculo y no se fía de lo que le dicen, quiere pruebas tangibles ; el ama con pasión a Jesús y está hundido; no se resigna a no verlo a no tocarlo, a no poseerlo...pero Jesús, cumplida su misión mesiánica, se fue sin que nadie pudiera retenerlo; se fue al lugar donde Él mora desde antes de la Creación del mundo.
Ahora, Jesús no se hace presente para satisfacer un gusto, pero el caso de Tomás era muy especial: quería tocar a Jesús para amarlo más y mejor; quería compenetrarse con Él; quería tocar el Corazón de Jesús para que Jesús tocara su propio corazón...Fue amado y amó ; tocó y creyó.¡Señor mío y Dios mío!
Bienaventurado Esteban que murió perdonando a sus enemigos.