6º día del MES
DEL CORAZÓN DE JESÚS
YO
SOY LA LUZ DEL MUNDO
Hay muchas “definiciones” que hace Jesús de si
mismo. Y una de ellas es esa: “Yo soy la luz del mundo”. “Luz que vino a las tinieblas”, como lo
describe San Juan en el prólogo de su evangelio. La misión de la luz es iluminar. Eso es evidente.
Por eso la luz siempre se pone allí donde no sólo esté encendida sino que lo
esté para alago: para iluminar, expandir su reflejo y hacer que puedan otros
aprovecharse de ese resplandor.
“Yo
soy la Luz” es toda una definición de vida. Porque manifiesta una misión.
Cuando el mundo estaba en tinieblas, vio
una luz grande; una luz les brilló.
Así se aplica a la liturgia del nacimiento de Jesús. Jesús ha venido a
hacer que el mundo pueda ver, y pueda ver esa VERDAD que ayer era la base de
nuestra reflexión. Porque, a oscuras,
todo es mentira. Entramos en una
habitación oscura y no nos atreveremos a dar paso, porque no sabemos qué hay
delante. Damos al interruptor y queda diáfano por dónde hemos de caminar, o qué
es lo que vamos a hacer allí. Todo era como una mentira…, y de pronto tenemos
ante nosotros lo que hay allí…, la verdad de lo que encierra esa habitación.
El
símbolo del Cirio Pascual es muy expresivo.
Está el templo a oscuras. Resulta hasta molesto. Se enciende el Cirio y ya hay una luz que
ilumina. Pero conforme avanza, reparte
luz…; todos van emprendiendo su propia vela. Y de lo que eran tinieblas y
sombras de muerte, el templo se va haciendo luminoso. Cada uno se llevará su vela, emprendida en LA
LUZ DE CRISTO. Pero esa vela no debe
permanecer apagada… De hecho se le vuelve a entregar el símbolo en el día del
bautismo, y en algún momento más del proceso cristiano. Y cuando el fiel muere,
a su cabecera sigue luciendo el Cirio Pascual, como un recordatorio de que
CRISTO LUZ sigue siendo Luz en medio de la aparente nueva tiniebla de la muerte…
Pero presagiando que el que yace ya en esa “tiniebla”, va –sin embargo-
alumbrado por aquella Luz de Cristo, que de forma misteriosa luce en el alma
del que ya no puede sostener su vela.
Pero sigue siendo luz… Porque vosotros
sois la luz del mundo…, y vuestra luz debe alumbrar a todos, de manera que
alaben a vuestro Padre del Cielo.
Ha
habido, pues, un proceso por el que Cristo-Luz se ha ido trasmitiendo durante
la vida del cristiano, que se ha convertido también en luz…, y luz sobre
candelero, para que ese tal, a su vez, siga iluminando. O como Jesús expresará
de una forma muy dinámica, convirtiendo la luz en antorcha de fuego (que es lo
que existía en su tiempo): “He venido a
traer fuego a la tierra y tengo ansias de que arda”. Es lo propio del celo por la gloria de Dios.
La urgencia de mi lámpara –mi persona- ha de lucir y alumbrar y emprender… Es
tomar conciencia de que otras personas están esperando que yo les sea luz y les
tramita luz. Y con la luz, la esperanza, y con la esperanza ese necesario
espíritu propio del seguidor de Jesús.
Hay
verdades que quedan más aclaradas cuando se plantea el modo contrario. Hallamos a una persona que respira pesimismo,
queja, juicios negativos, visión oscura de la vida… Cada palabra suya
descalifica, protesta, siembra malestar… No expresa nunca un rasgo positivo,
confortador. Provoca angustia en quienes le escuchan. Es la “persona-oscuridad”. Algo que llega
encontrar el alejamiento, el rechazo, el intento de no volver a cruzarse con
esa persona.
El
caso contrario: la persona que ve la parte hermosa de una circunstancia, de
otra persona, de los sucesos que produce la vida. Una persona que habla
construyendo, que sabe abrir cauces y que en vez de problemas aporta posibles
soluciones. Sencillamente colabora, crea… Y junto a esa corriente de aguas, crecen los árboles frutales…: hay vida. Trasmite.
Yo soy la Luz del mundo es una realidad
que no se limita a esa “definición” que hace Jesús. Es una “definición
provocadora”. Y está pidiendo respuesta.
Y cuando el mundo anda en tinieblas, y cuando el mundo se siente vacío y
está buscando pero no sabe ni qué busca…, Cristo-Luz, el cristiano-Luz, están
queriendo “emprender”. ¡Deben estar queriendo! Porque si lo que viniéramos a ser en realidad
responde a la misión que Jesús nos ha
encargado, entonces esa “definición” que hace Jesús, no se queda en una frase de
una estampa-recordatorio, sino que se convierte en llamada, en encargo, en misión… Y eso ha de pasar a la realidad de la vida:
la propia –por supuesto-; la de los que están alrededor nuestro, como necesidad
que nos impone nuestro celo apostólico.
Estamos ante el lema
del Apostolado de la Oración: ORACIÓN Y SERVICIO.
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