Día 27.- DE DENTRO DEL CORAZÓN HUMANO SALE LA MALICIA. (Mc. 7, 20)
Es llamativo que Jesús haya enfocado
por aquí. Pero se pone uno a mirar con ojos observadores, y descubre uno de
inmediato el realismo de Jesús. Va mirando la gente y va instintivamente juzgando
mal. Tiene las mismas razones inmediatas para enjuiciar limpio, para ver
blanco. Pero el instinto hace ver ya la mota del ojo ajeno…, lo que el otro
debiera haber hecho, lo que –de entrada- se ve “malo” en la otra persona, a la
que, posiblemente, veo por primera vez.
¡Hasta tal punto está sucio el corazón!
Vio Jesús al ciego de nacimiento y lo
vieron lo apóstoles. La mirada sucia se va a indagar si pecó éste o sus padres…, o si el ciego nació ciego por estar empecatado. Está viendo Jesús lo mismo, pero está descubriendo
que allí se manifestará la mano d Dios. Y en vez de tildar al ciego, lo envía a
la piscina de agua clara.
Y realmente se queda uno admirado de
que haya tanta suciedad en el corazón, que no deje posibilidad a la primera mirada
blanca sobre las cosas, sino siempre poniendo la suciedad como primera
posibilidad.
Y la vida humana, que debiera
desarrollarse en una posibilidad de convivencia agradable, se convierte siempre
en ese reguero de enjuiciamientos negativos, que lleva a no fiarse nadie de
nadie.
Hoy es el día de la Virgen del
Perpetuo Socorro y se me ocurre asomarme al Corazón de María, en aquel día que
le revelan el plan casi inverosímil de Dios. Y aquel corazón limpio se limita a
preguntar qué tiene que hacer. No se le interpone la suspicacia, la sospecha,
la negativa instintiva porque aquello le alteraba todo proyecto d muchacha
casadera. No hizo dos preguntas donde bastó una. No pensó más que en lo que
Dios comunicaba, y de su Corazón limpio sólo brotó un Sí incondicional. Un corazón limpio no tenía otro camino.
Y pienso con ilusión y regusto si no
cabe darle la vuelta a ese corazón nuestro, para que –acorde e influido esencialmente
por el propio Corazón de Jesús- no podría plantear la visión de lo que tenemos
delante y ¿por qué no va a poder que surja de él la mirada instintiva noble y bondadosa? ¿Por qué no iba
a poder ser tan connatural ver en
blanco, ver en limpio, ver en buena fe…, en vez de ese instinto primordial
que se fija en el imaginario defecto o carencia ajena?
¿Por qué el corazón nuestro no puede
estar más cerca del modo que tiene el Corazón de Jesucristo, que se lanza a
curar toda enfermedad y dolencia, y hasta no condenar a la mujer cogida en
pleno adulterio?
¿Por qué no puede ser instintivo en el
alma la belleza de decir y sentir que Yo
tampoco te condeno; vete en paz?
Porque podría experimentarse la misericordia no ya sólo para situarse uno por encima, como
quien “perdona la vida” del otro, sino como quien se la tiene ya respetada y
amada desde que lo ve de lejos, y está ya mirando con los ojos limpios que, ni
siquiera tienen que perdonar, porque tiene aceptado al otro desde el primer instante…,
aceptado y acogido tal cual; abrazado en el mismo fondo de su corazón, y no
porque “es mi amigo”, ni porque “estoy afectivamente atado”, ni por motivos
sensibles…, sino porque así amó Jesús y así enseñó y mandó amar. ¡Porque así es
el Corazón de Jesús!
Y porque si mi corazón quiere mirar
los ojos de Jesús y poder conocer hasta
el color de sus ojos, necesita de un especial “colirio” de limpieza…, o
mejor dicho, de un antídoto de venenos interiores, para que del corazón purificado
de mala conciencia, encuentre ya vía clara y pura en esos caminos hacia el
exterior que son los sentidos: OJOS,
LENGUA, OLFATO… Porque si el corazón está limpio, estará limpio todo el cuerpo.
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