MES DEL SAGRADO CORAZÓN
DIA 1º
La
santidad. “Sed santos como Yo
soy santo”. Dios nos ha creado para la santidad. El Evangelio es el “manual de
santidad” más perfecto que pudo escribirse…, porque escribió la propia vida de
Jesús. Y Jesús nos incita a la santidad: “Sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (o sea: sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, que es la
redacción más concreta de la expresión anterior). En la misericordia se expresa
la BONDAD, y “bueno” es el que hace la voluntad de Dios. Como Jesús mismo que hacía siempre lo que agradaba al Padre De ahí que nos advierta que no vale la
“bondad” exterior, que siempre está clamando: “Señor, Señor”, sino la que
siempre hace la voluntad de Dios. Ese
será como el que construye sobre roca.
Lo otro es construir sobre arena.
Y ya se sabe: vienen vientos y oleajes y esa casa sobre arena se hunde
totalmente.
El Corazón de Jesús es fuente de toda santidad
(dicen las letanías del Sagrado Corazón). O sea: manantial de bondad, la que un
día nos enseñó, no sólo con palabras, ejemplos y llamadas…, sino con su propia
vida.
El día que se le presentó aquel joven que parecía
querer seguirlo, le puso delante el único camino para poseer la vida eterna: dejar, ceder, abandonar…, todo eso que va
contra la terrible suficiencia que atesora el YO. Porque el gran enemigo de la voluntad de Dios
es la voluntad propia, el amor propio, el juicio propio, el egoísmo, el
egocentrismo, la manipulación de todo para sacar la propia cresta adelante.
Por eso pedimos al Sagrado Corazón que nos conceda
tener una verdadera ilusión por conocer su Corazón…, el que tanto HA AMADO, que
llegó a dar la vida por amor. Y como ya
se dice en San Pablo: lo grande es que
nos amó, no cuando éramos buenos sino cuando éramos pecadores, no por vivir
como amigos de Jesús y amigos de Dios, sino cuando éramos enemigos.
Haz, Jesús, que vivamos el gusto por tu Evangelio, y
que así produzcamos frutos de santidad que tanto necesita tu Iglesia.
Aviva en nuestro pecho el ardor de la santidad para
que cumplamos dignamente con nuestra realidad de cristianos (que al fin y al
cabo es ya nuestra libre obligación que hemos adquirido por querer ser
cristianos), que de Ti, oh Dios, tan amorosamente hemos recibido.
Haz que, fieles a esa
obligación, procuremos llegar adonde tantos valientes de la fe han llegado.
Que tratemos eficazmente de estar a la altura que nos corresponde y que vivamos
alegremente, en la lucha por tu Reino, las virtudes cristianas de la unión con
Dios y la caridad con nuestros semejantes, consecuentes así con nuestra
vocación de cristianos…, nuestra realidad de hijos de Dios y hermanos de
Jesucristo.
Y vendrá a ser una
realidad de cada hora nuestro esfuerzo para que se establezca en nuestras almas
y en todo el mundo el reinado del AMOR, que es el que se expande desde tu
Sagrado Corazón.
Todo esto sería
teórico, descripción de libro, sermón de cura, si no se traduce en examen de
conciencia serio, con preguntas muy concretas –desde la luz del evangelio-
sobre nuestra realidad personal desde que comienza el día: sobre nuestra
primera mirada a Dios, y el tiempo y calidad de contacto sincero que tenemos
con Él. No como “primos hermanos de Dios”
(los que viven a su aire y encima de todo están satisfechos…; lo que hacen su “santa”
voluntad de la mañana a la noche y
remueven Roma con Santiago para salirse con la suya, y encima de todo creen
estar agradando a Dios). Los que hacen
examen de conciencia de sí mismos: su sentir hondo, su pensar, su enjuiciar,
sus recámaras para ir conduciendo las aguas a su molino…, y acabar sintiéndose “satisfechos”
de sí… Examen de conciencia que se
pregunta –a lo San Pablo- si estima a los demás más que a sí mismo. Porque el pecado mayor contra la santidad es
el endiosamiento, el creerse los mejores (es una de las renuncias que se hacen
en las promesas bautismales de la Vigilia Pascual), el constituirse en
metro-patrón…
La santidad no cae
como las brevas. Partiendo, evidentemente, de la Gracia la de Dios (sin la
cual, ni podremos mirar al Cielo), nos queda un trecho personal muy serio y
urgente. Y ese no se recorre sin el
examen de conciencia a fondo. El actual
Padre General de los jesuitas, ha afirmado en una entrevista, que para San Ignacio el examen de conciencia era más
importante que la misma oración.
Y buena prueba de eso es que –después de haber hecho una hora de
oración- él sitúa como fundamental el EXAMEN DE LA ORACIÓN: ¿qué me dijo Dios, qué exigencia levantó en
mí lo meditado, qué malas hierbas tengo que segar, qué buenas semillas he de
plantar…? Sin ese examen, comentaba
el P. Adolfo Nicolás, nunca habrá un cambio ni en las personas ni en las
estructuras, ni en la Iglesia. Por eso,
la única esperanza de un resurgir de la vida de fe auténtica está en ese
discernimiento que seamos capaces de hacer sobre nosotros mismos, día a día, y
honradamente a fondo y de frente.
Ahí comenzará la santidad personal.
PARA LOS QUE ESTÁN ACOSTUMBRADOS A LEER SOLAMENTE LO DEL DÍA, LES ADVIERTO QUE HAY DOS ENTRADAS NUEVAS DE AYER NOCHE.
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