El primer día de la semana”
Aunque
sea cambiando el orden de los versículos, San Mateo, 28, 2-4, sería el punto por
el que habría que comenzar el relato de esta parte del Evangelio. Aunque
también reconozco que es pedir peras al olmo, porque aquí cambia el estilo
“histórico” por otro completamente distinto, en el que cada evangelista va por
su sitio y sigue un esquema muy diferente.
En el versículo 3 nos quiere “exponer” un hecho que si alguien pudiera
contarlo eran los soldados guardianes. Nos dice que hubo un terremoto, y que con el terremoto bajó del Cielo un ángel del Señor y apartó la piedra y se sentó sobre
ella. Su rostro era de relámpago y su vestido blanco como la nieve. Por el miedo, los guardias se desplomaron y
quedaron como muertos”. Más allá de eso, así contado por el evangelista
-¡y “contado” por soldados desvanecidos!-, no hay más testigo, ni hubo más testimonio
que viera a Jesús que salía del sepulcro. Y no es en vano que nada cuente ni pueda
contar, porque sería ir a una fantasía. Porque los evangelistas quieren dejar
todos muy claro que la fe en la resurrección no se fundamenta en “haber visto”
sino en ir después descubriendo que todo estaba escrito y todo anunciado
anteriormente por Jesús. Y eso es lo que da base a la fe en la
Resurrección, y no que los ojos humanos hubieran visto el hecho. Así lo
declarará San Juan al hablar de “la aparición a Tomás”: “dichosos los que creen sin haber visto”, después de reprocharle
que “porque me han visto has creído”.
La semana
judía acababa el sábado. Nuestro domingo era “el primer día de la semana”. El Sábado recién pasado era además el
“Gran Sábado”, la fiesta judía por excelencia. De todas formas, el hecho de ser
sábado suponía el día de descanso prescrito por Moisés, que ya les impedía la
actividad. Y en la mente farisaica aquello había subido hasta la casuística del
ridículo, que fue lo que creó la animadversión más frecuente de aquella gente
hacia Jesús.
Quiere
decir que cuando el viernes enterraron a Jesús, y hubieron de hacerlo a toda
prisa, ya no cabía mejorarlo al día siguiente. Lo más que pudieron hacer
aquellas mujeres que acompañaron al pie de la cruz, fue comprar antes de las 6
de la tarde los aromas y los elementos necesarios para hacer su obra de
sepultura digna del Maestro. Claro que
todo eso es pensando con mentalidad de mujer que vive el sentimiento como arma
básica de su actuación. Porque, si pensaban –es más, lo pensaron- ellas sabían
perfectamente que el sepulcro estaba cerrado con la gran losa rodada sobre la
entrada, y que ellas no podrían abrirlo por mucho que quisieran. Y todavía más difícil: lo que no sabían era
que Pilato había puesto guardias y había sellado la losa, a instancias de los
judíos que temieron que el anuncio hecho por Jesús de su resurrección, se
convirtiera en el engaño peor de sus discípulos que –llevándose el cadáver-
pretendieran convencer a la gente que Jesús había resucitado. Demasiadas cosas para lo que las mujeres se
lanzaron a ojos ciegas en la madrugada misma del “domingo”.
San
Mateo dice que “al alborear vino María
Magdalena y la otra María a ver el sepulcro”. San Marcos dice: “muy de mamana, al salir el sol, van al
sepulcro y decían entre ellas: ¿quién nos rodará piedra?”. San Lucas
explicita que ”muy de mañana van con
aromas que habían preparado”. San
Juan reduce la ida a María Magdalena, “cuando
todavía había tinieblas”.
Hay
algo muy claro: todas van a la búsqueda del cadáver de Jesús. No hay fe alguna
en la resurrección. Ni lo piensan. No inventaron la resurrección aquellos
amigos, aquellas mujeres que lo habían seguido hasta la cruz. De hecho en el simbolismo propio de Juan,
María Magdalena va en tinieblas…, que
están más mirando hacia la oscuridad interior de aquella mujer, que lo único
que se le ocurrirá cuando ve la piedra corrida, es que se han llevado al Señor y no sabemos donde lo han puesto. ¡Ni
sospecha de otra posibilidad! ¡Ni recuerdo del anuncio repetido tantas veces
por Jesús! Y si así es en María Magdalena, no lo es menos en las otras mujeres,
como ya iremos viendo en días sucesivos.
Y ellas son –en los tres evangelistas primeros- las que verdaderamente llegan
al sepulcro (y no Magdalena, porque Magdalena, con solo ver de lejos la losa
quitada) ya no siguió su camino.
Mucho
nos equivocaríamos los creyentes si pretendiéramos basar nuestra fe en “hechos”
palmarios o datos concretos históricos
de este período de la vida gloriosa. La
resurrección de Jesús es una experiencia sentida, palpada y vivida muchísimo
más adentro, y experimentada en una realidad inexplicable e inexpresable de un
puñado de hombres y mujeres que se sintieron transformados por algo muy real y
muy interno, que les hizo ser otros
sin dejar de ser ellos. Pero haciendo
realidad lo que Pablo expresa de si: ya
no vivo yo; es Cristo quien vive en mí..
O como dirá Tertuliano: mirad como
se aman. O el libro de los Hechos: Todos
pensaban y sentían lo mismo, y entre ellos no había necesitados porque quien
tenía, ponía lo suyo a disposición de quien carecía. Eran verdaderamente
CREYENTES.
Si verdaderamente creemos en la resurrección de Jesús podemos considerarnos bienaventurados.
ResponderEliminarSi somos realmente creyentes, ésto supone la caridad al uso de los primeros cristianos.
La liturgia del tiempo pascual nos repite con mil textos diferentes estas mismas palabras:ALEGRAOS,no perdáis la paz y la alegría jamás:servid al Señor con alegría,pues no existe otra forma de servirle.Cuando se busca al SEÑOR,el corazón rebosa de alegría.
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ResponderEliminarEn una de las apariciones de Jesus a Santa Teresa de Avila ;La
dice que todo el mal que existe en el mundo proviene que no
acabar de creer lo dicho en las sagradas escrituras .
ResponderEliminarTambien la expresa en otra aparicion que ni una tilde faltara a la
verdad de lo dicho en los evangelios ;antes de que no se cumpla
una tilde de lo dicho por Jesus en los evangelios faltaran el cielo
y la tierra .