Un final en San Lucas (24,
44-49)
La
realidad es que lo que hoy tomo como “final” está tocado en el evangelio de Lucas
como continuación-sin separación- de lo que narra él como ocurrido en el Cenáculo
la tarde –noche del domingo de Resurrección. Pero hay autores que hacen esta
división y yo voy a seguirla.
Jesús
dice a los discípulos que sus palabras (podríamos añadir: “de despedida”) son
las que ya anunció Él cuando estaba yendo y viniendo con ellos…, y que eran
palabras que tenían que cumplirse, porque estaban escritas en los Profetas y en
Moisés. Y les abrió el entendimiento para entender las Escrituras. Había que entender –es el primer paso- que
está escrito que el Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos
al tercer día, y predicarse en su nombre el perdón de los pecados; vosotros sois testigos de esto. El primer
paso de “entender”, de acoger, de aceptar, de no escandalizarse de esa
realidad, tantas veces anunciada, es un paso previo. No suficiente. Ya dice San Pablo que los demonios también
saben y se condenan. Pero si no se sabe, no habrá manera de seguir adelante. Si no se empieza por aceptar que el sacrificio
es parte de la obra salvadora, y que Cristo pasa por ese sacrificio de muerte
como algo que estaba escrito y previsto en los planes de la redención, no habrá
manera de aceptar el camino cuando se trata de la realidad. Porque detrás de ese sacrificio de Cristo
viene la penitencia y el perdón de los
pecados…, y malamente se va uno a someter a ese despojo de sí cuando no ha
digerido siquiera el de Cristo, y le busca uno muchas sordinas y, en el fondo,
está uno en pleno escándalo de lo que supone de despojo pertenecer a este
Cristo y a esta forma de vida.
Parecería
que ya estaba todo hecho y que, entendidas
las Escrituras, poco más hay que añadir. Y sin embargo concluye este trozo de Evangelio
con algo que es esencial y básico para toda auténtica experiencia interna: esperar
en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto. Aquí se pasa de “entender” a “ser revestidos”…;
de “saber” a la acción misma del Espíritu Santo; o lo que es igual: del saber
al orar y dejarle a Dios su espacio de acción, que superar todo conocimiento…
Ahí donde ya no es lo que uno ve y comprende sino la Gracia de Dios que ilumina, supera, y ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el
entendimiento humano alcanza a comprender. Éste es el punto clave del final de san
Lucas. De aquí a narrar que Jesús subió
al Cielo, es un paso. Con todo no entraremos hoy en ello, y donde tenemos que
parar la atención es la urgencia de ese dejarnos revestir. A sabiendas de que
no ocurre de una vez para siempre, ni de forma tumultuosa, ni a veces
perceptible. Dios tiene sus momentos y sus ritmos en cada alma y lo único que
queda es que saber “poner la bandeja” para ese momento en que Dios quiere
llegar. Y saber esperar más “de rodillas” que de “codos hincados”, y con más
humildad que libros. ORAR es la única
postura en que podemos ser revestidos generalmente
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