UNA CONVERSACIÓN ENTRE “CURAS”
Muchas
veces ha surgido entre miembros de una comunidad religiosa, o entre sacerdotes
de un arciprestazgo, o en planes pastorales de una diócesis, la idea de buscar la preparación
en común de la homilía. Idea que a mí me resulta imposible de llevar a cabo
porque jamás hay dos enfoques iguales, y porque cada uno cree que la suya es la
única. Que fuera mejor, más completa, más
estudiada, más exegética…, sería hasta admisible. Que “mi idea” sea la ´”única”,
porque en el libro del que yo me sirvo es la que dice, no cabe más que en
personas cerradas y muy pagadas de sí, como si tuvieran el monopolio del Espíritu
Santo.
Hoy
he asistido involuntariamente a una conversación en la que se hablaba del riquísimo
evangelio del Domingo 3º de Pascua, que abarca casi el capítulo 21 de San Juan,
un texto tan rico y con tanta variedad de detalles, que sería muy difícil, por
no decir imposible, coincidir en qué punto está la clave de esa perícopa [un determinado trozo del evangelio].
Uno
defendía que el tema está todo orientado expresamente a la comunidad cristiana posterior y que, por tanto, todo el texto es
simbólico y que la confesión de amor
o el sígueme, sólo hacen referencia a
nosotros que somos hoy los que tenemos que vivir el amor y el seguimiento.
Otro
hacía su hincapié en el número de discípulos que están juntos…: siete. Y que “siete” es número de
totalidad. Y no sólo de los Once sino de toda aquella comunidad a la que está
dirigido ese evangelio.
Otro
ponía todo el acento en los peces sobre
las brasas y el pan, para asegurar como único intento del evangelista “la
Eucaristía”. Y las razones es que el pez es el ijcis que aparece desde las primeras iconografías cristianas para
representar a Jesucristo. Pez y pan también como referencia a la multiplicación
de los panes y peces que, en Juan, es eminentemente un relato hacia la Eucaristía.
Otro
ha insistido en la doble vertiente de Eucaristía y Palabra, porque ahí se
fundamente la Iglesia. Lo que no he
captado es dónde encontraba hoy esa “palabra” que nos llevara a esa conclusión.
Otro
ha citado a Benedicto XVI en la homilía primera de su pontificado en la que
dicen que dijo: aquella red, entrando
tantos pescados, y grandes, no se rompió. Hoy la red está rota. (¿?).
Ha
salido por allí otra afirmación: cuando se escribió este evangelio Pedro ya había
muerto. [Lo que no sé es si con eso pretendía explicar algo sobre el sentido
del primado de Pedro (“apacienta mis
corderos..”). Porque el que Pedro estuviera muerto no influiría nada en el relato,
puesto que lo que interesa es ponernos en situación de una serie de realidades
esenciales que expresamente se añadieron al evangelio de Juan, que de hecho había
tenido ya su epílogo al final del capítulo 20].
Traigo
todo esto a colación de la riqueza del Evangelio, a la múltiple posibilidad que
tiene para adentrarse en detalles sobre detalles, en los muchos que se nos
pasan por alto (por más que los leamos). [Hoy mismo me han hecho observar dos
vocablos diversos que emplea la traducción litúrgica oficial, cuando Jesús
encarga a Pedro “apacentar mis corderos”;
“pastorear mis ovejas”. ¿Tiene alguna
intención el uso de dos verbos diferentes?
¡Nunca lo he observados, porque –entre otras cosas- la mayoría de las
traducciones no cambia el verbo]. El hecho es que el Evangelio no tiene fin, no
tiene límites, y siempre le cabe más. Lo
que sí llega uno a la evidencia de que nadie lo posee completo, y que quien se
cree haber obtenido la fórmula mágica final es precisamente quien menos ha entendido.
Si en 5 “curas” unidos no había modo de
ponerse de acuerdo siquiera en el meollo central, y hasta había quien defendía
con tal emotividad “su” interpretación como “la única” y no dejaba paso a
ninguna otra, llegamos a la conclusión de que el error está en ese exclusivismo. No lo está en la variedad, en la riqueza de
acentos, en que un punto sea mejor que otro para la pastoral hacia los fieles.
Lo que no ha habido
ni uno solo, y eso sí me parece más penoso, es que se haya hablado de
relacionar los otros textos de la liturgia del día. Porque ahí sí que hay un
fallo evidente. Si la liturgia pretendiera
mostrar sólo el Evangelio, no llevaría por delante la primera lectura. Y cuando se
va a hacer una comunicación del mensaje litúrgico de cada domingo, yerra el que
se limita a hacer una meditación o una exégesis o una aplicación del Evangelio
del día. Porque la otra lectura está
puesta para algo y es la que determina el mensaje litúrgico que la Iglesia
pretende un día determinado. Y
generalmente es muy distinto de la “meditación” o “aplicación” que cada
sacerdote pueda hacer de un texto evangélico. Más allá está el mensaje que cada “HOY” nos ha pretendido poner delante la Iglesia
al señalarnos los textos que nos ha señalado.
Y
aprovecho para hacer la observación de algún que otro comentario que alguna vez
ha aparecido en el blog del Apostolado, corrigiéndome algunos comentarios míos
a una liturgia dominical, por interpretar que “he manipulado” el texto evangélico
al no hacer una “tradicional” referencia a aquello que siempre se predicó a
propósito de… Se ve que desconocen lo
que es UNA HOMILÍA, y que no es manipulación el intentar descubrir el hilo
conductor (o como hoy se dice: transversal)
que se da entre los textos que se han señalado para un día determinado. No hay
que agotar (y menos en plan “moralista”) cada dato de todo un texto evangélico.
Hay que intentar succionar el néctar común
que enriquece recíprocamente los dos textos que llevan la voz cantante.
Magnifica exposición de una realidad. En los comentarios evangélicos del P. Cantero encuentro con frecuencia enfoques absolutamente nuevos, el fijarse en puntos en los que con frecuencia no nos hemos fijado. Creo que hay una manifestación de los carismas de cada sacerdote y me atrevería a decir de cada cristiano que enfoca como punto a tener en cuenta ese día una nueva idea contenida en el texto.
ResponderEliminarTambién he de decir que algunos predicadores pierden la oportunidad de exponer alguna nueva idea basada en las lecturas del día que aproveche espiritualmente a los asistentes. Hay ocasiones que se siente vergüenza ajena al oir alguna predicación.
Hace años era obligatorio hablar sin ningún guión escrito, hoy todos vemos razonable que si alguien quiere exponer un conjunto de ideas con orden, cohesión, una exposición razonada con principio, fundamentación y final.
No me parece bien una homilia "buenista" dedicada a personas a las que se les supone sin cultura alguna, cuando en realidad hay un nivel cultural mucho mas alto que hace sesenta años.
Yo rogaria a todos los sacerdotes que, después de una oración sobre los temas del día,escriban un guión en base a las lecturas, hablen sencillo pero no inculto y tengan en cuenta que su explicación es muy importante y deben despertar interés en los oyentes.
El predicador tiene que transmitir lo que predica. Puede decir muchas palabras, pero como no viva lo que predica, se le nota mucho. Cuando hablamos transmitimos más allá de las palabras, transmitimos todo lo que somos al otro.
ResponderEliminarEn segundo lugar, humildemente digo que CUIDADO con las interpretaciones de sacerdotes que lleven a poner en duda las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia que forman parte del Depósito de la fe. CUIDADO con sembrar confusión en nuestros hermanos.
ResponderEliminarComo aconseja Santa Teresa de Jesús ;" Jamás hablar mal de un sacerdote ".La Santa llego un momento de su vida ;en que los sacerdotes
no querian confesarla y decian que lo que le ocurria era cosa del demonio ;
tuvo dificultades porque muchos de ellos la reuian y no querian atenderla.
Tambien dice en el libro de la vida que era aficcionada a Todaslas homilias ;
aun cuando se dijese que el predicador no era del todo bueno ;
ella lo expresa mejor y con gracia por que eso si ;era simpatiquisima,
Lo traduciria literal PEro no sE DONDe ESTA la CIta EN CUESTION.
Siempre agradezco, Lola, el matiz de tus intervenciones. Creo que construyen desde la simpatía (lo digo en el sentido etimológico de la palabra, y que significa un estar en consonancia constructiva). Porque todo lo que construye es lo que necesitamos para el buen caminar. Lo contrario son las estacas en las ruedas. Y -gracias a Dios- tu nunca lo haces así.
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