Mc. 3, 31-35
Yo considero el Evangelio un Libro
de Vida; no un libro piadoso. Y al ir a él llevo ya delante la realidad
cotidiana que se da, bajo mil formas, en ese devenir de la historia humana. Comienzo así porque voy a explicar una
interpretación que yo hago y que no es que tenga fundamentos bíblicos ni exegéticos;
quiero decir: que puede no ser “científica”, pero que la creo muy razonable,
porque –además- yo la he vivido en mis carnes. A la otra parte está el sentimiento piadoso,
devoto, espiritual o espiritualista de aquella señora –de cultura muy religiosa
de allende los mares- que creyó que mi interpretación desdoraba a María, la
Madre de Jesús, a quien esta señora atribuía el conocimiento de todo lo que podía
suceder, y que, por tanto, no era posible que los parientes la llevaran engañada
a ese encuentro con Jesús, que se narra en el texto que comento.
Y vamos a ver si aterrizamos. No hace apenas nada que aquellos parientes, mucho
más desconocedores del misterio de Cristo y de su misión mesiánica, vienen a
Jesús con la intención de llevárselo al pueblo, porque lo que Jesús está
haciendo, enseñando y aun enfrentándose con los fariseos, lo consideran
aquellos parientes como una locura de Jesús,
un no estar en sus cabales, un estar fuera de sí. Y como están viendo desde un plano meramente
emocional, humano, y que no entienden ni sospechan más allá de lo que ven, Jesús
ha perdido el equilibrio mental y se ha creído a sí mismo como un enviado de
Dios. Perdonadme los lectores la
comparación: es como quien llegara a creerse que él es Napoleón. Por eso lo
mejor que pueden intentar es sacarlo de aquella situación, llevárselo al pueblo,
y que vaya perdiendo fantasías. No les
salió aquel intento. Y ahora lo repiten pero con el anzuelo de traer a la
Madre, a la que invitan a ir a ver a Jesús. Y que María, con su bondad natural
y limpieza de pensamiento, acepta sin saber ni sospechar la coartada que se
trama.
Aquí entra nuestro texto de hoy y
mi modo de entenderlo, que está ya dicho, en síntesis, en esas líneas
anteriores.
Y cuando Jesús está en plena misión,
en su enseñanza, en su labor de explicación y propagación del Reino de Dios,
recibe un recado de sus parientes: Tu
Madre y tu familia están ahí fuera y quieren verte. Tomado llanamente, no tendría más trastienda. Aunque la realidad más normal hubiera sido
esperar que acabara su momento de enseñanza, y luego acercarse con la mayor
naturalidad para verlo.
Jesús no ve nada claro aquello,
teniendo los antecedentes que tuvo la anterior llegada de aquellos familiares. Y mucho menos claro que su Madre se meta en
ese modo de proceder, puesto que María ha sido siempre la gran Mujer que ha vivido
con fidelidad suprema y respeto absoluto los diversos pasos de Jesús.
María, por su parte, vive ajena a
la trama que hay debajo de esta invitación que se le ha hecho a venir a ver a
su Hijo. Y tiene mucha ilusión en verlo, pero jamás interfiriendo su obra. Por eso nada le extraña a Ella la respuesta
que devuelve Jesús a los recaderos: ¿Quiénes
son mi madre y mis hermanos? Y
recorriendo con su mirada al grupo que tiene delante y que está acogiendo su
predicación, responde: Mi madre y mi familia son éstos. Pues el que hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano y
mi hermana y mi madre. Repito: a
María no le extraña nada aquella respuesta que, por otra parte, Ella acepta con
inmenso gozo, puesto que se hizo esclava
del Señor y no deseó otra cosa sino que se
hiciera en Ella conforme a la Palabra de Dios.
Por eso lo que ahora descubre María
es que no ha sido todo limpio en aquella invitación de la familia. Que la familia no entiende, evidentemente, lo
que hay en Jesús. Y aunque lo afectivo
en María es encontrarse con Jesús, ahora se siente incomodada, porque ve a las
claras que aquello no ha ido con limpieza. ¡Y lejos de Ella estorbar, ni lejanamente y ni
por mucho que le tire su afectividad, los planes de Jesús y la voluntad de
Dios, a quien Ella se da absolutamente!
Y si el Evangelio es –decía yo al
comienzo- UN LIBRO DE VIDA, no sé leerlo de modo espiritualista, sino enfrentándome
a las realidades del día a día. Y está
patente que la parte emocional y emotiva propia y del entorno, nos puede
separar de esa línea diáfana, de pureza extrema del corazón, por la que
nuestras formas de proceder carezcan de la necesaria libertad de espíritu que
nos pide una visión de la vida desde el Evangelio. Cuando hoy estamos a vueltas
con la nueva evangelización, podemos
caer en el error de verla como “meditar más el evangelio”, “estudiarlo mejor”, “predicarlo
más”…, y que seamos capaces de quedarnos al margen, como quien ve pasar… Y esa no es la nueva evangelización, sino hacer el Evangelio VIDA, ir a las raíces,
tomárselo en serio para uno mismo, cambiar actitudes, dejar a un lado tantas
cosas con las que nos hemos acostumbrado a vivir con una vela a Dios en la mano
y otra al egoísmo propio en la otra mano.
Porque ¿cuántos fieles cristianos practicantes
y seriamente buenos, estamos viviendo a medias tintas, saltándonos aquellas
partes del Evangelio que no nos resultan cómodas? ¿Matrimonios…? ¿Hijos en el matrimonio? ¿”Medios”
en el matrimonio? En otros casos: el
mal uso del Internet, con una adicción a páginas inadmisibles para una
conciencia recta cristiana. No dejemos a un lado las injusticias sociales, los
abusos de los más débiles económicamente, el fraude, el engaño, la “cultura del
pelotazo”…, que se viven simultáneamente a las apariencias religiosas. O la
mentira para salir adelante, la competitividad inmoral que pisa el derecho del
otro…; el egoísmo que encierra en los propios intereses… Sin olvidar la
facilidad con que “separados”, “divorciados”…, parejas…, dicen vivir su fe en
Dios muy de verdad, mientras están al margen de los mandamientos de Dios. Y los “pecados menores” del disimulo, las
sensibilidades no dominadas, el orgullo de “la verdad poseída” y de n
plantearse nunca la duda de si puedo estar errado… Y cada “etcétera” que
podamos añadirle cada uno de nosotros. Porque
aquellos parientes de Jesús creían hacer una buena obra trayendo a María como
coartada…, y pretendiendo llevarse a Jesús y quitarlo de la obra que llevaba a
cabo.
¿Estará aquí la urgencia de nueva
evangelización, a la luz de una lectura “muy humana” de realidades que
están ahí en el Evangelio?
Ni mucho menos María se sentiría dolida por aquellas palabras de Jesús:MI MADRE Y MIS HERMANOS SON AQUELLOS QUE CUMPLEN LA VOLUNTAD DE MI PADRE"¿Quién mejor que ELLA cumplió la voluntad del Padre?Yo pienso que se sentiría contenta al oir esas palabras que seguramente las dijo Jesús mirando a su Madre.
ResponderEliminarEn el Evangelio de la misa de hoy, Jesús dice:MI PAZ OS DEJO,MI PAZ OS DOY".A los discípulos les encarga una misión de paz.El tener paz en nuestra alma,es condición para poder comunicarla;es señal cierta de queDios está cerca de nosotros;es fruto del ESPIRITU SANTO.
San Pablo exhortaba con frecuencia a los primeros cristianos:"alegraos..,vivid en paz y el Dios de la caridad estará con vosotros"