EN EL CENÁCULO, según San Juan
San Juan está mucho más
pendiente de dar a la Iglesia el legado de Jesús. Por eso en la narración suya
no hay nadie más que los propios apóstoles, los consagrados como sacerdotes la
tarde del Jueves Santo: Haced esto en
memoria mías; y cuantas veces lo hicierais revivís mi muerte hasta que yo
vuelva. Son ellos como sacerdotes los que reciben al Resucitado en las últimas
horas del primer día de la semana. Jesús llega con su connatural saludo: Paz a vosotros. Muestra sus “credenciales”, sus llagas, y
pasa a comunicarles todo su poder. Como el Padre me envió, así os envío Yo.
Doble posible sentido; el más simple:
sigue la rueda: el padre me envía a mí…; yo os envío a vosotros; vosotros
seguiréis enviando a otros. Sentido
mucho más esencial y constituyente: Con
el mismo poder que a mí me envió el Padre, así os envío yo con tales poderes.
Y este sentido adquiere su gran valor
cuando a renglón seguido exhala su
aliento sobre ellos y les dice: recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes no se los perdonéis, no se les
perdonan. Punto crucial. Porque lo
primero es ese Pentecostés que Juan
identifica con el momento de su Resurrección. Un mismo vocablo hebreo es
repetido 3 veces en la misma frase: “exhala”, “aliento”, “Espíritu”. Porque la
lengua hebrea, en su carencia de vocablos, incluye todo eso que es inmaterial,
etéreo, espiritual…, en una misma voz.
Y el Espíritu Santo –el que el
Padre puso sobre Jesús, es el que Jesús trasmite –en gesto visible de un “soplo”-
a sus apóstoles, que en ese momento ya no son meramente los hombres que eran,
sino la Iglesia primera. Y el poder de perdonar pecados, que únicamente puede
tenerlo Dios (así lo pensaron aquellos fariseos de Mc. 2, y con razón, y que
había sido pasado a Jesús), ahora Jesús lo pone como la prueba fehaciente de la
novedad para aquellos hombres, fundamentos de la Iglesia. Y con poco que se piense, sólo ellos, y en cuanto sacerdotes, pueden perdonar los pecados. Y por
consiguiente no existe otro modo de recibir el perdón de los pecados sino a través
de los sacerdotes: a quienes vosotros no se los perdonéis, no se les
perdonan. Las inventadas “confesiones
directas con Dios” no existen, no fueron instituidas ni reconocidas por Jesús.
Tenemos constituida la Iglesia,
y en ella, los poderes de Jesús. Cabría una pregunta: no estaba Tomás… ¿Recibió
Tomás –en su ausencia esos mismos poderes? Evidentemente sí, porque no habían sido
otorgados a título personal, sino como colegio
apostólico.
Tomás, en efecto, no estaba
cuando vino Jesús. Tomás –según los rasgos que se sacan de los evangelios, era
atrevido, indómito, arriesgado… ¿Por qué se había salido del cenáculo? No lo sabemos. ¿Quizás aquel miedo a los judíos que los tenía
apestillados con las puertas cerradas, le provocó el desafío de salir se la
calle y no dejarse copar por el miedo? ¿Quizás porque ya le constaban dos apariciones
que habían hecho visible a Jesús (Magdalena y Simón) le hacía insoportable
quedarse enclaustrado allí? Solo sabemos
que no estaba cuando vino Jesús.
Al regresar (y posiblemente no
muy feliz, porque él no había tenido ninguna visita de Jesús), es recibido por
los compañeros que –pletóricos de alegría- le saludan con una gran noticia: HEMOS
VISTO AL SEÑOR. No pudo caerle peor. Y cuando uno mismo puede ser el
causante de haber perdido una oportunidad, es muy fácil esa reacción absurda de
volcar sobre otro el propio disgusto. Y
con ese carácter de Tomás, con esa falta de prudencia e incluso de respeto, reacciona
de la forma más inesperada y molesta que podía hacerlo: Si yo no lo veo, lo creo. Y si no meto mis dedos en sus manos y no meto
mi mano en su costado, no creo.
Debieron quedarse de piedra los
compañeros. No solo era el desprecio a lo que llos habían comunicad y con tanta
alegría, sino el daño que se hacía a sí mismo el compañero. Y es hermoso advertir que aquellos apóstoles
(que han recibido el Espíritu Santo y el poder y estilo de Jesús), no
responden, no se inquietan, no descargan sus iras contra la falta de respeto
del compañero. Hay un silencio. Un dejar
a Tomás que rumie a solas lo que ha dicho y hecho.
Y pasaron días y no se movió una
hoja… De seguro que algún compañero supo acercarse a Tomás y esperar que él hablara,
porque debía estar deshecho. Tomás tenía
que estar pensando su Jesús no había vuelto por su postura tan extrema… Tomás
tuvo que pensar que tenía cohibidos a los otros, aunque la vida se desarrollara por fuera como si nada. Pero dentro de cada
uno había un dolor… Y ese compañero dio pie a que Tomás se desahogara, se
destensara. Lo propio de una comunidad
donde una mano tiene que ser siempre de terciopelo para ayudar a suavizar.
Cuando a los 8 días Jesús se apareció
de nuevo…
Lo dejamos para otro día, porque
lo que no se puede es despachar en uns renglones un momento tan importante para
LA IGLESIA.
Cuanto el Señor ha hecho y hace por nosotros,es un derroche de atenciones y de gracias:su Encarnación,su Pasión y Muerte en la Cruz que hemos contemplado en estos días,el perdón de de nuestras faltas y pecados,su presencia continua en el Sagrario..Considerando todo lo que ha hecho y hace por nosotros,nunca nos debe parecer suficiente nuestra correspondecia a tanto amor.
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