SÍGUEME
Nos coincide hoy el evangelio del Domingo con este
punto en que estamos de nuestra contemplación diaria sobre la Vida Gloriosa de
Jesús. Solo que el evangelio se queda en el punto en que hoy sería para
nosotros un comienzo. El Evangelio acabe en ese “Sígueme”, y nosotros vamos a pararnos en lo que esa última palabra
encierra en este momento, en la conclusión del relato de Juan.
Simón
ha confesado su amistad plena a Jesús; ha reiterado su total confianza, que le
deja a la voluntad de ese Amigo por el que acepta la cruz que le ha anunciado
para cundo sea viejo…, y otro le ciña…,
mientras Simón se limita a extender los brazos…, dando gloria a Dios en la
forma que Jesús le está diciendo. No hay resistencia. Está abandonado a la voluntad
del Resucitado.
Y
entones Jesús lleva a Simón Pedro hasta el extremo del misterio. Comienza con
un Sígueme
que podría extrañar a estas alturas, cuando Simón lleva ya tres años siguiendo
a Jesús. Y sin embargo aquel primer
seguimiento requiere ahora una confirmación, un profundizar, un hacerlo mucho más
maduro. El primer seguimiento lleva
consigo una dosis de poesía, de idealismo, de ilusión hacia el futuro
desconocido…, hasta de cierta aventura. No dejaba de ser –entonces- una
emocionante novedad de pescar hombres.
Han
pasado años. Han sucedido muchas cosas. Ha habido errores, y algunos de ellos
de bulto. Tres años en que el horizonte no es de triunfadores sino de
seguidores de quien no es aceptado, es perseguido y hasta es llevado al patíbulo…,
no es un panorama que entusiasme.
Ahora
estamos en un tiempo posterior. Todo eso ha sucedido, y también h sucedido que
Jesús ha salido triunfante de todo aquello, y que en este momento –a punto de
despedida- repite la misma palabra del inicio. Si Simón está convencido, ahora debe
ratificarlo, ya con las cartas boca arriba y sabiendo que él mismo va a seguir
idéntico camino.
Hay
una novedad que hace distinto el “Sígueme” actual: entones estaban Andrés,
Santiago y Juan. Ahora se le dice a él
solo. Y cuando él pretende volver la cabeza hacia el compañero y pregunta: Señor, ¿y éste qué?, la respuesta mete a
Simón Pedro en un misterio que no tiene respuesta. Porque si quiero que éste se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti, qué? [Surgió la
habladuría de que “el otro discípulo no moriría”…, pero el evangelista se queda
en reiteración del misterio, repitiendo exactamente las mismas palabras: no dijo que no moriría sino: “si Yo quiero
que éste se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?”. Y no hay más explicación. Porque la vida de seguimiento de Jesús mantiene
siempre el misterio. Y porque el seguir a Jesús, en etapa ya de final, es muy a
título personal, con características muy particulares, sin que una llamada sea
igual a la otra, ni una respuesta igual a la otra].
Hoy, en este domingo 3º de Pascua estamos ante
ese misterio que se va desgranando. Los
sacerdotes pretenden acallar a Pedro y a los apóstoles para que ni nombren a
Jesús. Los detienen, los azotan, los conminan a no volver a hablar de “ese”. Y
Simón Pedro replica con toda valentía y fidelidad que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Y salen gozosos de
la humillación y azotes que han sufrido…, y siguen predicando y anunciando a
Jesús resucitado…, al que los judíos mataron y sin embargo vive. Porque “digno
es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la
fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Y en el Cielo todos se postran ante ese
Cordero que ha triunfado y que vive por
los siglos de los siglos.
Es
nuestra EUCARISTÍA la que nos sitúa ante esta inmensa gran experiencia, adelantándonos
ya a esa fiesta eterna, y participando desde ahora de los grandes beneficios
del misterio que proclama la muerte y la resurrección de Jesucristo.
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