5º domingo de
Pascua (C)
He
de confesar que no me es fácil enfocar el tema que nos quieren trasmitir las
lecturas de hoy, y por tanto la intención pedagógica concebida para este
domingo. Por eso, forzando seguramente
la construcción de la liturgia de este día, vendría a ser la 2ª lectura (que
generalmente está al margen del argumento de cada domingo), la que puede abrirnos
el cauce del tema que está en la base de hoy.
En
el Apocalipsis (21, 1-5), el evangelista Juan nos comunica una visión que ha
tenido: Vi un cielo nuevo y una tierra
nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado. San Juan está vislumbrando en su visión una
realidad nueva que, sin embargo, se da en la tierra. Y describe una ciudad santa, una Jerusalén que desciende del cielo, enviada por
Dios, arreglada como una novia que se adorna para su Esposo. San Juan está describiendo a la Iglesia. Dentro de la realidad humana, ya es una “ciudad
santa”, una ciudad que –aunque terrena- desciende del cielo enviada por Dios, y
cuya ilusión y posibilidades son como los de una novia que se engalana para presentarse
ante su esposo. Y el Esposo es Cristo.
La
Iglesia como morada de Dios con los hombres, un Dios que acampa entre
nosotros (ellos serán mi pueblo y Yo
estaré con ellos), y viene a enjugar las lágrimas de nuestros ojos, y así
establece un lugar en el que no habrá
llanto, ni luto, ni dolor. Porque ahora HAGO NUEVO EL UNIVERSO.
Todo
lo cual se vive en una “glorificación” que no es puro gozo ni puro cielo
todavía. Las palabras que el Evangelio
ha recogido está pronunciadas por Jesús en el mismo momento en que Judas sale
del Cenáculo, llevado por los demonios, dispuesto a entregar a Jesús a los
enemigos. Y en ese instante, con doble
sentido, Jesús se siente glorificado.
De una parte, porque el lastre que suponía Judas en esa comunidad, dificultaba
la espontaneidad y la alegría. De otra,
porque Jesús queda ya abocado a su definitiva glorificación, su muerte
que da paso a la Vida sin fin en la Gloria del Padre. Y aquí, y en ese mismo momento, da paso a la
Eucaristía, la que –en el evangelio de San Juan- se define precisamente por el
lavatorio de los pies y por el mandato
nuevo de Jesús: que os améis unos a
otros COMO YO OS HE AMADO. ¡Esa
es la Iglesia! Esa es la Iglesia santa
que Jesús viene a crear.
Y
la Iglesia de aquellos cristianos a los que atienden Bernabé y Pablo,
exhortándolos y animándolos a perseverar
en la fe, a sabiendas de que hay que pasar
mucho para entrar en el Reino de Dios (=la Iglesia). Y aquellos primeros grupos de creyentes
cristianos se van expandiendo, y formando comunidades en las que cuentan las
maravillas que por medio de ellos ha hecho el Señor, abriendo a los gentiles las puertas de la fe. Estamos claramente ante la IGLESIA, en su
catolicidad universal, como tema de este domingo.
Y
la reacción instintiva que surge es muy fácil de captar: ¿realmente la Iglesia
es esa ciudad santa? ¿Realmente
estamos ante una Iglesia en la que todo
es nuevo…, que desciende del cielo…, que está como novia adornada para su
Esposo? Y la tentación es descubrir
los defectos de una Iglesia, tan hecha entre hombres, y donde queda demasiado
ocultada su procedencia del Cielo.
Y
sin embargo es la misma Iglesia que eligió Jesús cuando soñó con sus Doce…,
pero uno le salió malo. La misma Iglesia en la que Jesucristo padece
tribulaciones…, y sin embargo se siente glorificado,
y en la que instituye la EUCARISTÍA, y en la lava del polvo los pies de sus
hijos…, y nos vuelve repetir ahora el mensaje de entonces: que os améis unos a otros COMO YO OS HE AMADO…, y que como Yo os he
lavado los pies, así lo hagáis entre vosotros.
Una
Iglesia con una llave esencial, LA EUCARISTÍA, la que existe aunque haya pecado
en medio de la Iglesia, pero donde somos abocados a LA UNIÓN COMÚN, a no renunciar
a ese día en que seamos capaces de ponernos a los pies de los otros, y vayamos
llevando a realidad esa ciudad nueva
en la que no haya ni llanto, ni luto, ni
dolor…
Una
Iglesia que sigue haciéndose, que no hemos podido aún llevar a plenitud, y que –no
obstante- camina hacia esa plenitud que va a unir los horizontes del Cielo y de
la tierra…, de Dios y de la humanidad…, en la que verdaderamente vamos a ser novias enamoradas que se atavían con las
mejores galas para ir al encuentro del ESPOSO.
Estamos en ese
estadio intermedio en el que todavía no se ha realizado la plenitud…, pero
seguimos perseverando para alcanzarla.
La
pena son los creyentes de poca fe, o de fe desviada y errónea, que se
escandalizan por la parte humana de la Iglesia, y han dejado de mirar la
historia real, la que Cristo ha creado, y en la que Cristo sigue actuando. Y la
que Cristo va conduciendo a plenitud. En
esa barca estamos todos: los que caminamos, la de los que aún no caminan y
hasta viven alejados y hasta escandalizados; en la que estamos los que tengan
la suerte de creer a pie juntillas, y los que siguen desbrozando muchas marañas
interiores o exteriores pero caminan y mantienen su fe a trancas y barrancas. Estamos
todos los que no hemos renunciado a aceptar que la Iglesia fue instituida entre
humanos y constituida por ellos, bajo el cayado del BUEN PASTOR.
Hoy me quedo con ese... "perseverar en la fe..." a la que animan Bernabé y Pablo. Me apena encontrarme a personas que por vivir dificultades, contrariedades fuertes en la vida... arrojan la toalla de la fe. En la bonanza, cuando todo nos va bien, ... nada nos planteamos (a veces, ni el agradecimiento), sin embargo cuando la vida muestra su lado menos agradable, cuestionamos y a veces, nos apartamos "heridos". La Iglesia, con aciertos y errores, es signo de perseverancia y, sin duda, el mejor instrumento al que asirnos como seguidores del Evangelio y camino que nos lleva a vivir el mandamiento nuevo de Jesús.
ResponderEliminarLa Iglesia da muestras de su fortaleza resistiendo inconmovible todos los embates de las persecuciones.El Señor mira por ella,y cuando la ve en peligro,la libra de los oleajes de la tempestad,y una vez,calmado y una vez calmado y apaciguado el mar, la consuela con aquella paz que sobrepuja todo entendimiento (Flp 4,7).
ResponderEliminarYa en tiempos de San Agustin los paganos afirmaban:"La Iglesia va a perecer,los cristianos ya han terminado".Alo cual respondía el Santo Doctor:"SIN EMBARGO,YO OS VEO MORIR CADA DÍA Y LA IGLESIA PERMANECE SIEMPRE EN PIE,ANUNCIANDO EL PODER DE DIOS A LAS SUCESIVAS GENERACIONES.
La INDEFECTIBILIDAD de la Iglesia,significa que esta tiene carácter imperecedero,es decir,que durará hasta el fin del mundo.