LA ASCENSIÓN
El
evangelio de San Mateo concluye con una referencia escueta a la ascensión: después de conversar con ellos, fue
arrebatado al Cielo y se sentó a la derecha de Dios. En muy pocas palabras ha cerrado el gran círculo.
El que fue anunciado a José como el Salvador, que estaba engendrado en el seno
de María, su esposa, por obra del Espíritu Santo, ha regresado a su lugar, y ha sentado a la humanidad misma
a la derecha del trono de Dios Padre.
San
Marcos no hace mención.
San
Lucas desdobla su exposición entre el evangelio y el libro de los Hechos. En el
Evangelio casi repite lo mismo que ha dicho San Mateo. En los “Hechos” expresa
que en la famosa Cena del domingo de resurrección, alguno de los discípulos le
preguntó a Jesús si era ahora cuando iba
a restaurar el reino de Israel. Seguían sin entender… Jesús se salió un
poco por la tangente y dejó el asunto en manos de Dios: no os toca a vosotros conocer el tiempo y la hora. Vuelve a repetir que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y
a hará testigos míos.
Luego
los saca fuera –al Monte de los Olivos (como puede verse en el relato de “Hechos”
(v. 12)- y allí va a elevarse al Cielo ante la mirada de los suyos, apóstoles,
discípulos y discípulas, y naturalmente de su propia Madre. No nos cuenta San
Lucas cómo fueron aquellos instantes previos a su ida, pero yo no puedo
concebirlos fríamente como si los que están allí fueran meros espectadores. Yo
pienso que tanto el Corazón de Cristo como el de ellos todos, necesitaban
sentir el calor humano y la emoción de la despedida. Y que Jesús fue dedicando
a cada cual una palabra, una significativa y casi identificativa palabra, que
venía a ser como el retrato de la relación personal que habían tenido entre tal
persona y Jesús. Y lo mismo hemos de
pensar que cada uno de ellos quiso condensar en una palabra lo que Jesús había
sido para él. Por poner un ejemplo, tan
reciente, Simón Pedro tenía esa palabra clave: Ti, Señor, sabes todas las cosas y Tú sabes que te quiero. Eso sintetizaba
toda su vida. Y a Jesús le bastó una
palabra: Sígueme.
Pues
así pienso que podríamos incluirnos cada uno de nosotros en esta escena. Porque
la mirada de Jesús sobre cada cual y la palabra que define la relación mutua de
Jesús y de esa persona, deben saberse descubrir… Un poco de aquella pregunta de
Jesús: ¿Y tú, quién dices que soy Yo? Y la correspondiente nuestra a Jesús: Y Tú, Jesús, ¿quién dices que soy yo? Todo esto tiene que meditarse, rumiarse…, y
tendrá que irse puliendo, concretando, enriqueciéndose…, en el día a día. Jesús no se despide sin más. Jesús está ahí al lado de cada persona y se
tiene que establecer una relación muy personal e íntima entre los dos. Cuando hablemos de Jesús, no podemos dar una
simple respuesta de catecismo, casi memorizada. Hace falta que cada uno pueda encontrar ese
punto básico de contacto y relación personal, al que Jesús –por supuesto- tiene
siempre una palabra muy suya, intransferible…, porque para Jesús cada uno es el
que es, y es aceptado como es y amado como es…, y por tanto la palabra con que
Jesús puede definirme, es solamente mía y para mí. Para su Madre, Jesús tiene
una palabra esencial: Más dichosos los
que escucharon la palabra de Dios y la vivieron. Respuesta inconfundible de
María: Yo soy la esclava…; hágase en mí.
Después
Jesús elevó sus brazos, fue arrebatado al Cielo…, y todos nos quedamos
boquiabiertos, pretendiendo seguir con la mirada el vuelo de Jesús, pero una
oportuna nube se cruza en ese horizonte y nos oculta la figura humana de Jesús.
Porque lo que ahora toca es –como dicen
aquellos misteriosos varones vestidos de
blanco es volver la mirada a la tierra, porque ese mismo Jesús que se ha ido al
Cielo, viene cada día y a cada instante y se plasma en realidades del día
a día: en cosas, en personas, en situaciones…
Que
Jesús bajara a nuestro mundo fue para abrirnos mirada hacia este mismo mundo
pero desde otra perspectiva. Cuando Él
se va, ha quedado abierto el horizonte diverso que tienen las cosas. Ya no podemos embobarnos en espiritualismos
que miran al cielo; ahora hay que vivir el momento presente y en las reales
circunstancias presentes.
Y
por otra parte, al ascender al Cielo, a la derecha de Dios Padre, lo que supone
es que su “ida” ha sido en realidad un acercamiento a cada persona, porque ya
no hay que buscarlo en Palestina del siglo I. Jesús está ahora vivo y activo en cada alma, en
cada momento, para toda situación. Lo tenemos muy a la mano, y siempre a
nuestro lado. Y nosotros tenemos el gran
regalo de tenerlo aquí mismo, en mi momento presente. El mismo que subió, y que ya ha bajado. Siempre está aquí junto a cualquiera de nosotros.
Que es un pensamiento “muy bonito” para un misticismo sin cuerpo. Y que es mucho
más exigente y transcendental para quien se toma en serio esta presencia de Jesús,
a la que sabe que hay que ir correspondiendo.
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