MARÍA Y LA
COMPAÑÍA DE JESÚS
El
22 de abril de 1541, San Ignacio y cinco compañeros emitieron sus Votos solemnes
en la Capilla de Nuestra Señora de San Pablo Extramuros. Y desde ese momento se
consideró a la Virgen como el comienzo o NACIMIENTO de la Compañía de Jesús.
Por eso los jesuitas celebramos hoy como FIESTA esta fecha del 22 de abril en
honor de la Virgen, como Reina y Madre
de la Compañía de Jesús.
En
la liturgia se ha elegido una primera lectura del libro de Judith. Judith
aparece como heroína que vence al enemigo Holofernes, por la acción decidida de
esa mujer, que salvó a su pueblo de un desastre. Y en consecuencia, cuando
regresa a su Pueblo es agasajada por el sacerdote Joaquín como la
gloria de Jerusalén, el orgullo de Israel, el honor de nuestro pueblo. Lo has hecho todo con tu mano. Has devuelto
la dicha a Israel, y Dios se ha complacido. La bendición del Señor todopoderoso
te acompañe todos los siglos.
La
proeza de Judith se hace con la típica violencia del pueblo judío; pero en la
alabanza de Joaquín hay una figura que no puede encerrarse en la persona de esa
mujer. La bendición del Dios todopoderoso que ha de acompañarle por los siglos,
da el salto hacia la figura de MARÍA, a la que llamarán dichosa todas las generaciones. En María se cumple en plenitud espiritual
cuanto en Judith fue una victoria material. En María, la MUJER del Génesis,
está iniciada la victoria sobre la serpiente engañosa, diabólica, Ella será la
que trae al mundo al Salvador, que aplastará la cabeza de la serpiente. Y su
victoria trasciende ya todos los siglos, aunque es una mujer sencilla del
pueblo, pero que ha recibido una misión extrema de Dios el día que el ángel le
anunció.
Ese
es el Evangelio de la fiesta pero en la relación dura de San Mateo, en la que
María hubiera sido abandonada por José, si Dios no le comunica en sueños que lo
que hay en María es obra directa de Dios, y que la criatura que lleva en su
seno es EL SALVADOR (=Jesús).
La
Compañía de Jesús sintió la fuerza de MARÍA y la experimentó como REINA Y como
MADRE. Puede no tener hoy buna prensa
eso de “Reina”, pero no hay muchos otros modos de expresar el sentido de
acogida poderosa que necesitamos los jesuitas por parte de María.
A
la Compañía de Jesús le han encomendado los Papas con mucha frecuencia lo que
se llaman apostolados de frontera,
que son aquellos en los que se dirime “por centímetros” la gloria de Dios en
una obra de Iglesia. Y por lo mismo, tan fácil es llegar a esa “gloria de la
Iglesia” como a llevarse los riesgos del
error. Y por eso la Compañía ha sido tan
ensalzada como vituperada, tan alabada como denostada, tan puesta en el
candelero como llevarse los palos más fuertes, de dentro y de fuera, en lo
político y en lo eclesial, de los de arriba y de los de abajo.
Judith
arriesgó su vida, llegó a poder estar casi en las manos de Holofernes que
quería poseerla… Ella jugó esa baza “de frontera” y salió incólume y
victoriosa. Y se llevó las alabanzas, y honores.
Un pequeño error le hubiera costado la vida, bien a manos del ejército de
Holofernes, bien el desprecio de su propio Pueblo.
María
arriesgó mucho cuando dijo SÍ a la propuesta de Dios. Era persona ya prometida
en matrimonio a José, y su concepción misteriosa podía costarle hasta la vida.
También Ella arriesgó “en la frontera”. Y quedó incólume, inmaculada, virgen, y
reconocida como bienaventurada sobre
todas las mujeres, porque Dios había hecho cosas grandes por medio de Ella.
La
Compañía de Jesús lleva ese carisma desde San Ignacio, su fundador, tantas
veces perseguido, encarcelado, acusado… Desde entonces sabemos los jesuitas que
está ahí una parte de nuestra esencia. Y unas veces en cosas grandes (cuando se
implica a la Compañía como tal), otras veces en niveles menos llamativos, pero
donde se lleva el jesuita las bofetadas por la derecha y por la izquierda. El jesuita lleva la marca de “la hipocresía” hasta el punto de que fue la primera acepción
que dio el diccionario de la Real Academia al definir el vocablo “Jesuita”. Y
en cierto modo nos complace porque somos –como dice Pablo de sí- los
despreciados pero no derrotados…, etc.
Hemos de llevar la sana
hipocresía de ir bandeando situaciones más o menos fronterizas, que acaban
por no ser reconocidas ni valoradas, en las que –pese a todo- se actúa con una
rectitud derivada de esa parte del carisma ignaciano que es el discernimiento. Hemos de actuar con estudio de oración, con
horas de reflexión, sopesando pros y contras, llegando a conclusiones que
pueden ser comprendidas o no, pero que han sido ponderadas y llevadas ante Dios
y arriesgando siempre la posibilidad del error.
Pero partiendo de la mejor buena fe. “Hipócritas” que no sacamos a flote
los porqués de determinadas actitudes, situaciones, soluciones, por el respeto
que nos producen todos, y lo que hemos de guardar secreto sin que nadie pueda
saber lo que tantas veces sufre uno por dentro. “Hipócritas” como Judith y como
María, que en situaciones de frontera (mayor o menos; de importancia o menos),
toca arrostrar.
Voy a basar mi comentario sobre el salmo correspondiente al lunes de la cuarta semana de Pascua.
ResponderEliminar"MI ALMA TIENE SED DE DIOS,DEL DIOS VIVO".
El ciervo que desea saciar su sed en la fuente,es la figura que emplea el salmista el deseo de Dios que anida en el corazón de un hombre recto.
¿Es compatible esa sed con la experiencia de nuestros defectos y nuestras caídas¿.Yo creo que sí,porque los santos no son santos por no haber pecado nunca,sino porque se han levantado siempre.
Mantengamos vivo el deseo de Dios;encendamos cada día la hoguera de nuestra fe y nuestra esperanza con el fuego del amor a Dios,que aviva nuestras virtudes y quema nuestras miserias,y saciaremos nuestra fe de santidad,con el agua que salta hasta la vida eterna.