HOY HAY ESCUELA DE ORACIÓN,
A LAS 5'30 DE LA TARDE
en el SALÓN DE ACTOS
de la Casa de los Jesuitas (Plaza de san Ignacio; MÁLAGA.
El tema estará sobre el Capítulo 21 de San Juan
DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN
San
Lucas nos dice que los apóstoles, discípulos, y las mujeres, con María, la madre
de Jesús, bajaron a Jerusalén con gozo. Y esto ya se me hace
llamativo porque la realidad –de tejas abajo- es que se han quedado huérfanos. Jesús se ha ido al Cielo y ellos han quedado
en la tierra, sin tener ya la esperanza de volver a encontrar a Jesús en alguno
de aquellos caminos.
Es
una buena prueba de que la historia sagrada tiene otra lectura desde la fe, y
muy en concreto, en razón de la resurrección y definitivo triunfo final de Jesús,
quien ha cerrado ya el “círculo” que había venido a realizar en la Tierra, y
ahora vuelve triunfal al Padre, de donde salió.
Si todo eso se mira desde los ojos humanos, los gustos humanos, es
evidente que no era para estar gozosos. Si eso lo miran unos ojos que ya han
gustado de la fe en la Resurrección, y con una mirada ancha que hace propio el
gozo de Jesús, entonces se entiende perfectamente que ellos estuvieran gozándose
por tanta gloria y gozo de Cristo nuestro
Señor. Es exactamente la petición
que pone San Ignacio de Loyola en los Ejercicios, al contemplar los misterios
gloriosos de Jesucristo.
[Reconozco el mal efecto que me causa un Himno del Oficio litúrgico de la
fiesta de la Ascensión, que parece estar lloroso porque Jesús se ha ido. Y tengo que confesar que esa sensación de
tristeza la viví yo a mis 17 años cuando hice por primera vez el MES de
Ejercicios ignacianos, y hube de enfrentarme a esa “ida” de Jesús, con quien
había “convivido” tantas horas de contemplación, y me dejaba la impresión de “quedarme
sin Él”. Era lógico para un muchacho que había encontrado aquel filón
impresionante de Jesús, y que ahora ese Jesús se iba… Hoy, con 53 años de sacerdocio (que cumplí
ayer), y tantas horas de evangelio en mi haber…, y con una muy diferente
experiencia espiritual, me es completamente comprensible el gozo de aquellos que saben ya sentir la alegría y el gozo de Cristo
nuestro Señor, porque lo miran más a Él, a su triunfo, que a uno mismo].
Pero
es que, con nada que se piense y se sienta en clave de fe, el gozo de Cristo triunfal,
sentado ya a la derecha del trono de Dios, no es una visión hacia afuera solamente.
Es que en el triunfo de Jesucristo está
ya nuestro triunfo, porque subiendo, llevó
cautivos a los que estaban cautivos. Había una cautividad de tantas almas
que aún tenían cerrado el Cielo porque la llave la llevaba Cristo. Y tenía Él
que subir para liberar de una cautividad de ausencia y llevar a una muy
distinta cautividad de presencia. Los nuevos cautivos
lo eran del AMOR DE JESÚS, quien llevaba consigo, como triunfal cortejo, a todos
los que esperaban que se abrieran aquellas puertas que el pecado había cerrado.
Y tras de ellos, y por su orden, estamos también nosotros. Por tanto el gozo de
quienes asistieron al momento de la ascensión del Señor, era más que
justificado.
Pero
aún tenemos un motivo de reflexión que se añade a ese. Y es que Jesús, mientras
está en Palestina, queda supeditado geográficamente a un “lugar”, y lo gozarían
sólo en ese lugar. Jesucristo sube al
Cielo y queda unido mucho más cercanamente a toda la humanidad. Ya no hay que ir a Palestina. Ya lo tenemos al
alcance de la mano.
Por
eso, en el libro de los Hechos nos dice San Lucas que todos se reunieron en el
Cenáculo y perseveraron en la oración. Y hay varias notas claves en esa oración: un mismo sentir entre todos, y constantemente alabando a Dios. Allí aguardan a esa fuerza de lo alto a la que Jesús les había remitido tras abrirles el
entendimiento para entender las Escrituras.
San
Marcos concluirá su evangelio adelantando acontecimientos, porque nos sitúa ya
a los apóstoles marchando a predicar por todas partes. Y como lo inmediato
anterior ha sido la exposición de Jesús sobre unos signos distintivos del que cree,
ahora Marcos ratifica que El Señor cooperó
y confirmó la predicación de los apóstoles con los signos que le acompañaron.
Son
textos que no se quedan en “contar hechos” sino que están mirando a tantos y tantos
que venimos después. Porque el gozo aquel debe ser gozo en nosotros (“un cristiano triste es un triste cristiano”);
porque hay que buscar tantos elementos que unen, para orar con un mismo sentir; porque la predicación tiene que tener unos signos con que queda avalada por Jesús,
y tales signos que quedan patentes por
todas partes. Y porque la vida no se
compone de compartimentos tan estancos que se pueda dividir o seccionar en
partes opuestas diferenciadas. Todos nuestros signos van en una dirección; todas nuestras ideas y predicación van
en una dirección. O quiero decir: tienen que ir. Y será ese el gozo final de
quien realmente HA ASCENDIDO, y va siendo cautivo del amor, con ese Cristo que
sube y que está sentado a la derecha de Dios, y allí mismo va situando a la
humanidad. Que todos seamos parte de esa
humanidad gozosa, cautiva de amor, y unida a Jesús como el aglutinante que
supera todas las diferencias.
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