Para algunos lectores que se
comunican conmigo a través del correo electrónico, les hago saber que les estoy
contestando a sus preguntas…, que los correos salen de mi ordenador, pero que
no llegan a su destino. Vamos a ver si
logro solucionarlo.
A CADA CUAL, LO SUYO
No creo que esta vez haya que
dar muchas vueltas para encontrarse con afirmaciones normalísimas en
Ezequiel. Incluso me atrevería a decir
que mucho más “lógicas” que en otros libros de la Biblia. Se me ha venido a la
mente el episodio del ciego de nacimiento en el que los apóstoles preguntan
(con una mentalidad mucho más atrasada) si
pecó éste a sus padres para que naciera ciego. Lo que Dios expresa por medio del profeta es
que cada uno carga con lo suyo. El bueno
obra el bien, y no va a acarrear el fallo del hijo que sea malo. Ni el hijo que sea malo va a sacar un
privilegio porque sus padres fueron buenos.
No dejo tampoco de pensar en esos padres que se culpan innecesariamente
de los hijos “que le salen malos” cuando los padres los llevaron siempre por
buen camino. Ni llevan razón los hijos
que acaban descargando las culpas propias en sus padres, cuando fuero los hijos
quienes quisieron ser tan “libres” que no se dejaron orientar.
Los que estamos en contacto con tantas gentes y recibimos tantas
angustias, tantas acusaciones que unas veces son contra uno mismo y otras que
descargan las culpas en otros (padres, maestros, curas, Iglesia, familiares,
etc.), podemos comprobar cómo estamos mucho más metidos en pensamientos de mal
entendimiento del Antiguo Testamento que en la luz de una nueva era que ha
venido a traer Jesucristo que se ocupa de descargar las angustias de los
corazones, porque Él ha traído BONDAD, PAZ…, y ha sido quien se ha puesto EN
LUGAR DE TODOS, y así ha liberado al mundo del dominio del mal. Por supuesto
que el mal existe, y que estamos bajo el misterio
de la maldad del que habla San Pablo: esa situación ambiental que contagia
mal. Pero por la misma regla de tres cada
cual es responsable de crear ambiente de bien si cada buena
persona (que las hay a montones) siembra el bien, lucha contra la infección del
mal. Porque estamos montados sobre LA
GRACIA DE DIOS, la fuerza de la Cruz, el sentido luminoso de la redención y LA
RESURRECCIÓN de Jesucristo.
En Ezequiel Dios afirma aquí claramente que cada uno es quien es y como
es, y cada uno carga con su propio fardo.
Habla de “muerte” que nosotros tenemos traducido a pecado mortal. En efecto, crea muerte en su alma quien se
aparta y se aleja del bien. De ahí la exhortación del propio Dios: Convertíos
de vuestros pecados; haceos un corazón y un espíritu nuevo… Que Yo no me complazco en la muerte de
nadie, sea quien sea. CONVERTIOS Y
VIVID. Dios ha creado, pues, las
condiciones de bien. CADA CUAL TOME, PUES SU RESPONSABILIDAD PERSONAL
Lo que el Salmo traduce en pedir un
corazón puro.
El Evangelio es todo simplicidad que invita a la simplicidad. Dejad que los niños se acerquen a Mí; de los que son como ellos, es el Reino de los
Cielos. Por tanto, muy a las claras,
el Reino anida en corazones sencillos, capaces de admirarse y dejarse
sorprender. Corazones capaces de que la
Palabra de Dios tome en ellos la iniciativa, y seamos siempre capaces de leerla
en positivo. Lo que repito siempre –y es
un axioma evidente- es que cada vez que nos encontramos con una Palabra de la
sagrada Escritura, el foco que ilumina y explica es único y esencial: DIOS ES BUENO, SIEMPRE BUENO, POR TODAS
PARTES BUENO. Y luego se leerá esa
Palabra desde ese prisma esencial. Por
tanto, cuanto haya debajo de una narración, mostrará necesariamente la bondad
de Dios. Y cuando no se descubre tal, o
no hemos entendido, o ha intervenido el lógico pensamiento y expresión del
escritor sagrado –hijo de su época y cultura y modo de expresión- que nos
trasmite algo que nosotros tenemos que traducir con el único diccionario de que
Dios jamás puede hacer el mal,
porque va contra su propia esencia. Lo mismo que una simple piedra no puede dar
agua, ni un melocotonero puede dar higos, así Dios NO PUEDE hacer mal ni
conducir al mal. Un niño, o el que se
hace como niño, es capaz de aceptar esa realidad sin dificultad alguna. De ahí
esa atención y acogida de Jesús a los niños.
Porque ellos están abiertos a la sorpresa y gozan con ella, porque su
corazón no está maleado.
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