No es fácil
Sencillamente voy a acudir a la cita, pero confesando que
en esta temporada carezco de elementos necesarios para dar una explicación de
aquellos textos que necesito estudiar antes de hablar, que es norma básica de
toda intervención. La realidad es que no
hablo de lo que no sé, aunque haya ocasiones en que sé pero no hablo, sea
porque no construiría, sea porque prefiero no dar pábulo a lo inútil.
Y es el caso que Ezequiel tiene
descripciones que son muy simbólicas y que son símbolos que están indicando
situaciones concretas en las que se sabe su referencia o no se sabe. De ahí que
no arriesgo una explicación que no sé. Exactamente
como ocurre en el Apocalipsis, que va metiendo simbólicamente la propia
historia de Roma, y si no se lleva al lado un Comentario autorizado, no dice
uno lo que realmente pretendió San Juan.
Hoy
podríamos decir muy simplemente que esta 1ª
lectura pone ante los ojos de la imaginación una aparición y manifestación de Dios.
Todo envuelto en tantas comparaciones y símbolos que es fácil saber de
qué habla y –al mismo tiempo- perderse uno en los detalles. De hecho aquí hay
más tela que cortar porque no es un mera visión del Profeta, como podría
pensarse, sino una visión en el exilio de Babilonia, junto al río Quebar, adonde
Nabucodonosor había instalado a los deportados de Israel. Y Dios quiere enseñarles (aunque están siendo
idolátricos, abandonada su fe) que Dios también se manifiesta en país
extranjero, y se muestra con todo su esplendor.
De hecho gran parte del libro de Ezequiel es de los más desagradables a
través de 24 capítulos, porque expresa con mucha crudeza los males a los que
quedará sometido ese pueblo de Dios infiel y apartado de su Dios. Evidentemente
atribuirá a Dios todos esos males, como “el castigo” por su pecado impenitente. Pero no adelantemos más. Nos quedamos con la
fantasía simbólica de hoy, que expresa algo sublime y fuera de todo lo
normal. Así quiere Dios hacer saber a su
pueblo que Dios siempre permanece.
No
lo pone más fácil el Evangelio. Leído
tal cual, es muy simple. Jesús es fiel en pagar sus tributos, máxime cuando son
religiosos (y este tributo lo estableció Nehemías para las necesidades del
Templo. Siendo Jesús el Mesías, no le
corresponderá pagarlo. Pero para no hacer excepción, paga el tributo. El
detalle colorista del pez es ya lo de menos en el conjunto de la narración.
Lo que sí es básico es que Jesús
ha mostrado su realidad mesiánica con el nuevo anuncio que hace a sus
apóstoles. Como siempre acaba anunciando
su resurrección, pero de ella nunca se hacían eco los apóstoles. Lo que sí nos dice el Evangelio es que se
pusieron muy tristes. Desde luego no
fueron ellos ni los que “inventaron” la resurrección, ni los que vivían el
verdadero sentido mesiánico de Jesús.
Por eso el detalle de la moneda resalta algo que se sale de lo normal, a
ver si así fueran capaces los discípulos de aceptar ya esa realidad de su
Maestro.
Lo que me sale espontáneamente de ambas lecturas es
descubrir la Presencia de Dios en lo más abstruso y recóndito de cada rincón
bíblico. Que “leo” la Palabra de Dios y
que siempre está Dios detrás, pero no como quien dicta –porque eso es
absurdo- sino como el Dios providente que comunica. Que leo la Palabra de Dios sin que me
estorben (ni divinice) los instrumentos humanos, su estilo, su idiosincrasia,
su forma absolutamente diferente de expresar, a lo que haríamos nosotros. Que
sólo desde el profundísimo estudio de los investigadores de siglos podemos
acercarnos a esa particularidad de su narración, y que somos niños de teta en
poder comprender lo que se escribió hace miles de años, en una cultura muy
primitiva, rodeada de influencias de pueblos mucho más desarrollados, con
figuras literarias muy particulares, y con un modo muy global de recuerdos, al
cabo -tantas veces- de un siglo de lo sucedido, pero con una memoria
privilegiada, aunque no esa memoria “occidental” que se detiene en el detalle
histórico. Todo eso, y mucho más, está
encerrado en esos Sagrados Libros de la Biblia, y que acercarnos a ellos
aplicando nuestros modos y estilos, siempre los dejamos cortos. Y los dejamos
más cortos todavía cuando no sabemos entender que la HISTORIA DE LA SALVACIÓN
es la que Dios realizó, saliendo muy por encima de nuestras concepciones y
puntualizaciones. Leer el hilo conductor es realmente la
verdadera lectura. Pararse en que el perro de Tobías movía el rabo, y si ese
detalle –que está allí descrito- es “palabra de Dios”, aleja mucho de ayudar a
hacer conocer la profunda intencionalidad del Espíritu Santo al depositar en nuestras
manos este conjunto de libros que se llama BIBLIA.
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