ASUNCIÓN DE MARÍA
Día
grande en la Iglesia y día grande en muchos pueblos y ciudades, que se han
situado bajo el patronazgo de esta Virgen
de Agosto. Sea cual sea el sentido
que se le pueda dar en la vida social, el hecho es que emerge María como figura
determinante en la razón de festejar.
La
Liturgia de hoy pone primero la imagen del Arca de la Alianza, esa forma de
sentir el pueblo hebreo las presencias de Dios, a través de objetos sagrados
que se guardaban en el Arca, haciendo permanentemente presente las maravillas
de Dios con su Pueblo. A María se le invoca en la letanías como Arca de la Nueva Alianza porque María no
sólo fue un “arca” que guardara objetos representativos de la presencia de
Dios, sino porque llevó en su claustro materno a Dios mismo, a Jesús , el Hijo
del Altísimo. Y María es identificada
entonces con LA MUJER prometida por Dios en los albores de la vida, como el
instrumento obediente y fiel a Dios –frente a la otra mujer, Eva, que había
desobedecido-. María ahora aparece como
signo en el Cielo. Tan por encima de
aquella otra mujer que ésta lleva la luna bajo los pies (Ella está por encima);
las estrellas le hacen de corona y la viste el mismo sol… Cuando el dragón, aquel que engañó a Eva,
pretende su nueva jugada, de infestar a la Mujer y tragarse el Hijo que lleva
en sus entrañas, Dios mimo interviene arrebatándola hasta el Cielo, dándole
alas de águila para sobrevolar sobre todo lo creado… Y así Dios lleva al Cielo a esta MUJER sin
que pueda mancillarla con su baba el dragón infernal. María, pues, es llevada al Cielo, junto al trono
de Dios.
Llegará
en su momento, por su orden. Primero será Cristo, el que aplasta la cabeza
del dragón. Y en su ascensión, llevará cautivos de amor y de gloria todos los que permanecieron fieles. Y , por
su orden, María es la que lleva la primacía.
Ella,
que es bendita entre todas las mujeres y sobre todas las criaturas,
porque es la Madre de mi Señor, como la define Isabel. Eso sí:
Para María no es un título ni grandeza que se apropie como suyo. Ella lo refiere todo a Dios, y con su
maternidad divina proclama a Dios como
el digno de toda alabanza, el que hizo en en Ella, su pobre esclava, todas
las maravillas.
Cuando
hoy vivimos la Eucaristía, una mirada se eleva hacia el Cielo, atraídos por el
movimiento de asunción de María, y nos ha de hacer levantarnos sobre lo
terreno, que siempre apega y abaja esa llamada que Dios nos hace
permanentemente a subir. Porque los que hemos resucitado con Cristo, y nos
sentimos hijos de María, hemos de mirar hacia las cosas de arriba, sin
detenernos tanto en las cosas de abajo
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