Ánimo, soy yo,
no temáis
Una
buena prueba de que lo antiguo va preparando momentos mejores…, que incluso hay
concepciones que podemos entender mucho mejor desde de nuestra mentalidad
moderna y occidental, nos la brinda ho Jeremías, al que hay quien le tiene
recelo por sus exposiciones. Hoy
Jeremías nos trasmite una Palabra de Dios que podemos entender muy bien: tienes una herida incurable porque tus
enemigos te han puesto así. Tu llaga es incurable por el cúmulo de tus
crímenes. Hasta tus amigos te olvidaron…
Una buena descripción de adónde conduce el mal hacer de una nación, de
un grupo, de una persona. Y, no
obstante, a renglón seguido, aparece la acción protectora de Dios, que no
abandona aunque le abandonen: Yo cambiaré
vuestra suerte; me compadeceré. De ti saldrán alabanzas y gritos de
alegría. Os multiplicaré. Saldrá de ti un príncipe. Me acercaré…: vosotros sois mi pueblo; Yo soy vuestro Dios. Un conjunto de afirmaciones de Dios que muy
bien podrían estar dichas por el propio Jesús.
El
Evangelio bien lo manifiesta, y da
pautas esenciales de vida. San Mateo ha
contado la muerte del Bautista, decapitado por Herodes. Como en muchas
ocasiones Jesús no hace cara a lo imposible, y opta por pasarse a la otra
orilla…, al lado opuesto. Como quien
dice: ni entablar discusión con aquel engendro de zorro que es Herodes. El alma de Jesús va amarga por aquello que ha
ocurrido con quien era “más que profeta”, hombre recio, cabal y sacrificado. Bien pueden comprobar los apóstoles que Jesús
va silencioso, entristecido. Desembarcan
en la otra ribera y algo cambia completamente la situación anímica de
Jesús: multitud de personas…, enfermos
en camillas…, necesidades evidentes… Un
pueblo que también sufre las consecuencias de tanta maldad del corazón
enviciado de un dirigente civil, lo que lleva a esa multitud a buscar la bondad
misericordiosa del Maestro que siempre hace el bien. Jesús mismo cambia su semblante. Si Herodes
es quien es, el pueblo es el rebaño que busca pastor. Y Jesús se va derecho a las gentes, saluda,
agradece…, y pasa interesándose por aquellos enfermos, y curándolos. No: no era sólo que tocaran su manto… Era el
propio Jesús quien ponía las manos sobre sus cabezas…, quien se inclinaba para
atender a los más desfavorecidos… Acabó
aquel día y Jesús mandó a sus apóstoles embarcarse solos y regresar; despidió a
la gente y Él se fue a orar al Monte, donde tantas cosas tenía que hablar con
Dios, y esperar esa respuesta de Dios que siempre habla, aun a través de tantos
renglones torcidos de lo humano.
Los
apóstoles navegaban, y no iban de buen talante. Antes que la tempestad del Lago
les estaba haciendo sufrir aquel viaje sin Jesús. Y pasó buena parte de la
noche así, hasta que irrumpió ya la tempestad violenta de las aguas, el viento
y las olas. ¡Y no va Jesús con
ellos! Lo que ellos no pensaban es que
Jesús no los había dejado a su suerte, y que si oraba a Dios en el monte, un
ojo estaba puerto es sus apóstoles. Y
cuando fue necesario, no es que Jesús dejó de orar sino que cambió su oración
en servicio…, “dejó a Dios” por más servir a Dios y llevarlo allí donde ahora
hacía más falta. ¿Andando sobre el
mar? - Pues si eso es lo necesario
ahora, así lo hace. En medio de la
tormenta, de las brumas, del ruido de las olas y el viento, divisar los apóstoles
la silueta blanca en medio del agua, les hundió más en su terror. ¡No podía ser otra cosa que un fantasma! Y gritaron despavoridos. La voz de Jesús se elevó sobre aquellos
ruidos con tres palabras clase: Ánimo – no temáis – soy Yo. Hubiera bastado. Pero allí está Pedro para
pedir lo inaudito: Si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua. No dejaba de ser
original. No me cabe duda que a Jesús se
le tuvo que venir una amplia sonrisa ante aquella chiquillada… y debió ser hasta
curioso el tono con que le dijo, como lo más natural: ¡VEN! Y no menos curioso y llamativo que Pedro,
ante el estupor de sus compañeros, se echó al agua y caminó hacia Jesús, con
los ojos muy abiertos y fijos en Él. De pronto bramó el viento y una ola le
tambaleó. Pedro se dio entonces cuenta de que la vida es la vida y que él
estaba haciendo “lo imposible”. Se miró
a sí mismo…, y lo inmediato fue empezar a hundirse, porque lo humano no da para
más. Un grito gutural salió de su garganta angustiada: Señor, sálvame. Estaba ya a dos pasos de Jesús. A Jesús le bastó alargar la mano y
sostenerlo. Y otra vez con preciosa
ironía y gran lección esencial, le dijo: ¡Poca
fe: ¿por qué has dudado? [Es que no
se puede perder una palabra del relato].
Le tendría que haber bastado las primeras palabras, porque “ánimo, soy Yo, no temáis”, porque son
como emblema de Jesús, y distintivos evidentes:
ÁNIMO, es propio de Jesús. Jesús
jamás provoca desánimo, alteración, impaciencia, angustia, ansiedad, inquietud… NO TEMÁIS fue el constante signo de las
manifestaciones de Dios, desde el Antiguo Testamento. Pero lo definitivo
bíblico es el SOY YO, porque precisamente fue la respuesta de Dios a Moisés
cuando Moisés le preguntó: ¿Cuál es tu
nombre? Y Dios respondió: “YO SOY”. Bien podría traducirse: Soy quien nunca
falla, quien siempre ES, quien está siempre a vuestro lado. Por eso, al subir Jesús a la barca, todo fue
ya serenidad en aquel mar que había sido turbulento.
Podría haber dicho...porque Jesús es Dios, y la Palabra de Dios también está en el Antiguo Testamento.
ResponderEliminarJesús jamás provoca desánimo, alteración, impaciencia, angustia, ansiedad, inquietud…
ResponderEliminarPero Jesús si se entristece y llora, como demuestran las Escrituras. Jesús siente y manifiesta sus emociones también. Siente angustia manifestada en Getsemaní, y probablemente ansiedad ante la proximidad de su pasión, su alma está inquieta y hay algo de alteración emocional. Jesús ora, y Dios le conforta.