Conversión/”ARREPENTIMIENTO”
Jeremías
dijo lo que tenía que decir, porque así se lo había puesto en el alma la
Palabra que Dios le dirigió. Como esa Palabra no les iba al gusto, pueblo y
responsables lo declararon reo de muerte.
Algo así como el refrán castellano: “Muerto el perro, se acabó la rabia”. Pero Jeremías declaró dos cosas: una, que así le había llegado a él la Palabra de
Dios. Otra, que estaba en las manos de ellos, y que podían hacer con él lo que
quisieran, pero que él había dicho lo que Dios le encargó. Y que todo
tenía solución si ellos se convertían.
Y los jefes acabaron planteándose –siquiera- que NO ERA REO DE MUERTE.
Y más aún: uno de los sacerdotes tomó a Jeremías bajo su custodia para
defenderlo del pueblo, esa “mas informe” que es todo y que no es nada, y donde
radican tantos peligros para la defensa del juicio y de la justicia. Y Dios se arrepiente
de la amenaza. Era lo que
verdaderamente Dios quería.
No
corrió igual suerte Juan Bautista, que cayó en manos del propio rey, un Herodes
sin personalidad, cambiante, oportunista, adúltero…, y para más, ebrio. Por eso San Agustín resume maravillosamente
lo que ocurrió: “El premio de una bailarina
fue la cabeza de un profeta”. Hay
otra lectura mucho más profunda en lo que es el hilo conductor de la Historia
de la Salvación, que es el hilo detrás del cual va haciendo su obra Dios.
Recuerdo
el día que alguien me dijo que “no podía
haber dos cabezas”, manifestando una clarividencia laudable. Tampoco en
este momento de la llegada del Reino –con Cristo- podía haber dos cabezas,
máxime cuando eran dos concepciones de la salvación. Juan Bautista, el último
profeta del Antiguo Testamento, con sus normales formas de ese período que
preparaba al Nuevo. Él, el Bautista, el
mayor de los nacidos de mujer, pero al mismo tiempo, menor que cualquiera de quienes ya han entrado en la dinámica del Reino. Un himno del Oficio divino que se reza el día
de san Juan Bautista, lo describe: “profeta
de calamidades”. [No estoy de acuerdo con esa descripción, ni me gusta, y
afirmo que Juan Bautista merece mucha más veneración; pero simplemente relato algo que está escrito
y que se reza]. Era, pues, una “cabeza”
de mucha importancia, muy seguido por las gentes, valorado por el propio
Herodes, y con sus propios discípulos. Pero evidentemente en otra órbita de la de
Jesús. Y en la Historia que Dios escribe
derecho aunque los humanos pongamos tantos garabatos torcidos, es un hecho que
ahora sólo podía quedar una sola cabeza: entraba JESUCRISTO Y EL REINADO DE
DIOS.
Hoy
estamos celebrando al “Santo Cura de Ars”, San Juan María Vianney, un hombre
que casi lo dejaron pasar de lástima en el seminario, simplemente porque “era
bueno”, pero torpe y sin valores especiales.
Ese “cura” torpe, sin valores, llegó a ser un venerado pastor de almas,
qu pasaba horas interminables en el confesionario, porque la gente acudía a él de
todas partes. Y él mismo hacía grandes
caminatas para ir de un pueblo a otro, como un pastor auténtico que ha de derramar
misericordia de Dios. Yo he tenido la
suerte de convivir con un pastor de
almas en una ciudad en la que mi confesionario estaba frente por frente al
de él. Si digo la verdad, era hombre con
el que no se podía mantener una conversación serena en un rato de charla normal,
si se trataba de temas de principios morales.
Se conocía a todos los autores más clásicos de los antiguos libros de
moral, y en lo que era hablar con él, angustiaba lo puntilloso, lo estricto, lo
legulista, que era.
Sin
embargo su confesionario estaba siempre lleno de penitentes. Y eso significaba algo. Si en un restaurante de carretera ve uno
muchos camiones parados, ya sabe uno que allí hay buena comida, abundante y de
buen precio. Si el confesionario de mi
compañero estaba siempre lleno, ya estaba diciendo que allí había UN PASTOR. Lo
contrario de un leguleyo. Y tuve ocasión
de comprobarlo el día que –autorizado por un penitente mío- me fui a este Padre
y le dije: No me responda a mí como sacerdote; imagine que le llega a Vd tal caso. ¿Cómo resolvería
Vd? Empezó por darme la teoría de
los libros: profeta de la estricta
escueta legalidad. Luego fue “casando” textos y expresiones de los
autores. Y acabó dándome una solución
que yo jamás en mi vida hubiera sido capaz de dar. No se había salido de “la moral”. Fue un nuevo santo cura de Ars que miró a la persona; no a la ley, al escrito y
a la norma. Y como en la parábola famosa de Jesús, el padre aquel no quiso
saber más, sino gozar de la vuelta de su hijo.
Y comprendí estupendamente por qué aquel Padre tenía el confesionario
lleno: PORUE ERA UN PASTOR. Y comprendo
ahora muy bien por qué San Juan María Vianney fue el confesor de miles de almas
que lo buscaban. PORQUE ERA UN PASTOR. Y el Buen Pastor no es el que lleva a
mal a la oveja perdida sino que, por encima de todo, la carga sobre sus hombros
amorosamente porque lo que le importa es el bien de la oveja. PORQUE JESÚS
FUE BUEN PASTOR.
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