LITURGIA
En una mentalidad como la del pueblo hebreo,
primitivo y por otra parte muy centrada en Dios, las serpientes que encuentran
en su paso por una parte del desierto no pueden ser para ellos otra cosa que
algo que Dios envía y para su castigo por haber murmurado contra Dios y contra
Moisés. (Num.21,4-9). De ahí su arrepentimiento y su petición de intercesión a
Moisés para que les libere Dios de aquella plaga en la que habían caído muchos.
Dios se adapta a su mentalidad primitiva y le dice a Moisés que haga una figura
de serpiente y la coloque en un mástil. Cuando alguien sea picado por las
víboras, debe mirar a esa imagen y quedará curado.
Precisamente Jesús utiliza esa misma imagen ante los
fariseos: cuando yo sea puesto en alto
sabréis que yo soy. (Jn.8,21-30) Esta expresión era muy significativa para
los judíos, a los que Dios se había manifestado en otro tiempo como “el Yo-soy”, y por tanto Jesús está
definiéndose como Hijo de Dios, que es en lo que estaban aquellas discusiones
con los fariseos, que querían saber quién era Jesús, pero como es natural sólo
veían al hombre, y no admitían las explicaciones que Jesús les daba para darse
a conocer.
Y muchos de lo que oyeron de buena fe estos discursos de
Jesús, creyeron en él.
[SINÓPSIS, 322 y 324; QUIÉN ES ESTE, pags.136-139]
La crucifixión era una práctica salvaje. Atravesar los
antebrazos del condenado a golpe de martillo, era una brutalidad manifiesta. No
es sólo el hecho en sí, considerado asépticamente. Es que aquella operación
desgarraba tendones y producía dolores muy fuertes. Los pulgares se agarrotaban
al paso de aquellos clavos toscos que atravesaban los antebrazos.
Jesús no podía menos que dejar escapar quejidos y lágrimas
de dolor. A lo que parece, los otros crucificados con él no eran atravesados
por clavos sino atados severamente con cuerdas, que también producían enormes
calambres por la dificultad de la circulación.
En Jesús cada martillazo repercutía en el dolor de todo el
cuerpo tendido en el suelo sobre las espaldas heridas. Y lo que no sabemos es
si le dejaron la corona de espinas, pues entonces era más insufrible el
sufrimiento de la cabeza, que reposaba sobre el madero. Estamos acostumbrados a
ver los crucificados con su corona de espinas. Si eso fue así, el sufrimiento
era para enloquecer.
Cuando quedaron clavados los brazos, vino izar el madero
hasta el mástil vertical, siendo así que la única sujeción del cuerpo eran los
brazos crucificados, con los músculos
del pecho forzados por la tensión del estiramiento. Es de pensar que
ayudaban los verdugos a sostener el peso del cuerpo hasta que quedara encajado
en su sitio, y los pies tuvieran el reposo del saliente de la cruz destinado a
ellos. O quizás el sedil que sobresalía en la entrepierna para que el cuerpo
tuviera una cierta sujeción.
Venía ahora clavar los dos maderos, clavar los pies,
forzando la posición de uno sobre otro, y todo eso cimbreándose todo y
reproduciendo cada uno de los sufrimientos del ajusticiado. Y un último toque,
también a base de golpes, clavar el letrero de la condena en la parte alta de
la cruz.
No puede uno explicarse cómo se soportan tamaños
sufrimientos y cómo hay un cuerpo que lo resista. Pero por ahí pasó Jesús. Yo
digo siempre que la Pasión encierra milagros, pero no para suavizar y
solucionar sino para hacer posible sufrir más. El “ángel que confortaba” a
Jesús en el Huerto, en realidad fue la fuerza sobrehumana para poder padecer
más y más.
De los labios de Jesús no se escapó en este trances más que
una palabra: Perdónalos, Padre, porque no
saben lo que hacen. (Lc.23.34) ¿Sabían los verdugos lo que estaban
haciendo? –Por supuesto que sí. Era su oficio y no era la primera ni única vez.
¿Sabía el pueblo la brutalidad que estaba presenciando? –Evidentemente. Pero ya
se sabe que el pueblo es aficionado a estos sucesos y que es sádico por
naturaleza. ¿Sabía Pilato lo que había hecho? –Naturalmente que sí. Pero él se
quedó en su Palacio y ya no quiso saber más. ¿Sabían los sacerdotes? -Tan lo
sabían que es lo que habían pedido insistentemente.
Y sin embargo, lo que nadie sabía era que estaban
crucificando al Hijo de Dios. Y Jesús pidió para todos ese perdón: porque no saben lo que hacen. Más de una
vez tendríamos que saber usar esa frase ante situaciones duras para nosotros.
Hay quien hace el mal, y sin embargo “no saben lo que hacen”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!