LITURGIA
Pedro y Juan hablaban a las gentes en el
templo. Allí se les presentaron los jefes religiosos: sacerdotes, el comisario
del templo y los saduceos (que no creen en la resurrección), y conminaron a los dos apóstoles, indignados de
que anunciaran la resurrección de los muertos. Y los mandaron prender y los
metieron en la cárcel hasta el día siguiente. Muchos de los fieles que los
habían escuchado abrazaron la fe. (Hech.4,1-12).
Llegado el día siguiente los convocaron ante el tribunal,
con los sacerdotes Anás y Caifás y Alejandro, y los que eran familia de ellos,
y les interrogaron diciendo: ¿Con qué
poder o en nombre de quién habéis hecho eso? Y Pedro, lleno del Espíritu
Santo les respondió la gran verdad de la que estaba imbuido: Porque le hemos hecho un bien a un enfermo,
nos interrogáis hoy para averiguar quién ha curado a ese hombre. Pues quede bien claro a todos vosotros y a
todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros
crucificasteis y a quien Dios resucitó
de entre los muertos: por su nombre se presenta éste sano ante vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha
convertido en piedra angular: ningún otro bajo el cielo puede salvar.
Ahí se cierra hoy la lectura. Ha dejado constancia de la
realidad de la resurrección, y del triunfo de Cristo, a quien ellos habían
pretendido eliminar con la muerte en la cruz.
El evangelio que nos pone hoy la liturgia (Jn.21,1-14) en
realidad no está en su sitio. Concluye diciendo que “ésta fue la 3ª vez que se
apareció a los Once”, cuando en realidad sólo se ha leído hasta ahora una sola.
La liturgia quiere dejar cerrado el círculo, y lo adelanta a hoy. Es el
conocido pasaje de la aparición en el Lago a siete discípulos del Señor, que se
han encontrado juntos alrededor de Pedro en ese período en que aún no tienen
una misión definida, y por otra pare tienen que buscarse la vida y que ocupar
el tiempo.
Pedro con su espontaneidad, toma la iniciativa sin
preguntar más, y dice: Me voy a pescar.
Y los demás se suman a la idea y le responden: Nosotros vamos también contigo. Y dicho y hecho, se suben a la
barca y, llegado el momento, echan las redes. Y he aquí que no pescan nada.
Estaban pescadores tan avezados como Simón
y Andrés, Santiago y Juan. Y por más que pusieron sus conocimientos en
hacer lo que habían hecho tantas veces, no lograron pescar nada. Y optaron por
dejarse relajar en la barca y entre cabezadas y conversaciones y recuerdos,
dejaron pasar la noche.
A la madrugada, entre las claras del alba, vieron un hombre
que paseaba por la playa, y que en un momento determinado les pregunta: Muchachos, ¿tenéis pescado? Cómo les
cayó aquella pregunta después del fracaso de la noche, queda patente en la
respuesta escueta que dan. Un No sin
más. No estaban para mucho más después de la noche, en la que seguramente
habían hecho otros varios intentos de pesca.
El hombre de la playa les dice: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Dicen los
expertos que en ocasiones se veían desde la playa los bancos de peces que no se
descubrían desde la barca. De todas formas habían intentado la pesca a la
derecha y la izquierda. Pero pensaron que no perdían nada con intentarlo de
nuevo. Y la sorpresa fue mayúscula cuando encontraron una pesca abundante, que
no tenían fuerzas para sacar la red.
Y el mismo discípulo “que tanto quería el Señor”, tiene la
intuición de que aquel hombre de la playa ES EL SEÑOR. Y así lo comenta a los
compañeros.
Simón Pedro debió irse con su mente a aquella otra pesca
milagrosa, cuando Jesús los llamó por primera vez, y sin pensárselo más, se
echó al agua para llegar a nado hasta la orilla. Los demás vinieron casi al
mismo tiempo remando, pues la barca no estaba lejos de la playa. Y cuando Pedro
se pone a descargar la pesca, cuenta hasta 153 peces grandes, y aunque eran
tantos, no se rompió la red.
Allí cerca había ya asándose unos peces, y el hombre de la
playa les dice: Vamos, desayunad. Y
ninguno se atrevió a preguntarle: tú,
¿quién eres?, sabiendo bien que era EL
SEÑOR. A mí me ha llamado siempre la atención este final porque deja la
idea de que no es que han descubierto la figura de Jesús (holgaba “atreverse a
hacer la pregunta”). El descubrimiento era mucho más de fe: de SABER que era el
Señor. Y es que en las apariciones, más que la visión de la figura, está la
afirmación de las Escrituras, por la que se sabe que es el Señor. Lo que dice
mucho para nosotros, que SABEMOS aunque no vemos.
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