JUEVES SANTO,
59º aniversario de mi Ordenación Sacerdotal
27,786 Misas en mi cuenta particular.
Dad gracias al Señor,
porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Y cuantos seguís este
blog, ayudadme a dar gracias en este aniversario del acontecimiento más grande
que me ha dado el Señor a vivir. Y gracias por la proyección que ha tenido mi
sacerdocio en muchas almas a través de este dilatado período de vida.
LITURGIA
Celebramos hoy la triple festividad de la
INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTIA, EL SACERDOCIO y EL MANDAMIENTO DEL AMOR. Tres
facetas de una misma realidad, donde cada una implica a las demás.
La institución de la Eucaristía quedaría reducida al
momento aquel si al mismo tiempo no hubiera Jesús traspasado a sus apóstoles (y
sucesores) la facultad de perpetuarla a través de los tiempos. Esto es mi Cuerpo; Éste es el cáliz de mi
sangre…, pero juntamente cuantas
veces hagáis esto, hacedlo en memoria mía, que es el momento en que Jesús
traspasa su poder a aquellos hombres para que ellos a su vez lo prolonguen en
la Iglesia.
Pero es el caso que un acontecimiento tan grande, un
milagro que se va a prolongar por los siglos, no lo cuenta San Juan, el
evangelista de los grandes detalles y sublimes momentos de la vida de Jesús. En
su lugar nos cuenta el lavatorio de los pies (13,1-15), que da paso a la
explicación de Jesús: Me llamáis el
Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el
Señor, lo he hecho así con vosotros, es para que vosotros lo hagáis entre
vosotros: éste es mi mandato, que os
améis unos a otros como yo os he amado. Queda, pues, también instituido
el nuevo mandamiento y núcleo de la experiencia cristiana. No sólo el amor a
los enemigos, ni sólo el amor como a uno mismo, sino como yo os he amado. Ese amor que va por encima aún de la propia
vida y acaba dándose a sí mismo para vida y alimento y estímulo. Con razón este
momento lo inicia el evangelista con esa introducción sublime: Sabiendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó extremadamente. Es
el reventón del amor, que culminará en la muerte de cruz por la salvación de
todos.
[SINOPSIS 337; QUIÉN
ES ESTE, pgs.154-156]
En el Calvario quedan los grupos reducidos de quienes
vigilan o acompañan a los crucificados. Los sacerdotes han pedido a Pilato que
baje de la cruz a los ajusticiados para que no permanezcan allí sus cuerpos en
el momento de la fiesta grande de los judíos, que comenzaba dentro de unas
pocas horas.
Sube al Calvario un destacamento de soldados con el encargo
de quebrarles las piernas a los crucificados para que no puedan apoyarse y
respirar y así se acelere su muerte. Ejecutan el macabro encargo con los dos
malhechores que estaban crucificados con Jesús. Pero al llegar a Jesús y viendo
que ya había muerto, aquella acción no tenía razón de ser. Pero uno de los
soldados, de forma instintiva más que racional, da una lanzada al pecho de
Jesús, que cimbrea toda la cruz, y que –aunque a Jesús ya no podía hacerle
daño- atravesó cruelmente el corazón de su madre, que entendió mejor que nunca
que una espada de dolor atravesaría su
alma, como le había profetizado Simeón.
De aquella llaga abierta en el costado derecho de Jesús
brotó como un borbotón sangre y agua,
lo que mostraba a las claras que le había atravesado el corazón y se derramaba,
junto a la sangre, el suero del pericardio. Así no quedaba en aquel cuerpo ni
una gota que no se hubiera derramado. La redención del mundo era completa. El
corazón de la madre, partido también.
El evangelista nos lo testifica (Jn.19,31-37) con casi
juramento, afirmando que dice verdad porque lo ha visto él personalmente, y su
testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que vosotros también
creáis. Y concreta que todas estas cosas sucedieron para que se cumpliese la
Escritura: No será quebrado hueso alguno
y también aquella otra: Mirarán al que
traspasaron.
Bien podemos decir que con este episodio de tanta fuerza,
queda cerrada la Pasión del Señor.
Que el Señor nos siga regalando sacerdotes santos. Gracias a usted por su fecunda labor sacerdotal.
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