LITURGIA
Pienso que las lecturas de hoy están mirando a
la Pasión, y que podemos encontrar en ellas la referencia a los padecimiento de
Jesucristo.
Sab.2,1.12-22 presenta el razonamiento equivocada de los
enemigos del “justo”. Esos enemigos interpretan que el “justo” les desafía con
su vida honrada, y eso les resulta incómodo; se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados y nos
reprende nuestra educación errada. En realidad el justo no ha dicho nada;
es la mala conciencia de esos enemigos la que piensa que la bondad del hombre
justo les da en rostro: es un reproche
para nuestras ideas y sólo verlo da grima. En consecuencia viene la
persecución de ese hombre honrado, con la decisión de matarlo. Y si es justo, hijo de Dios, Dios lo librará.
Por su parte los enemigos optan por llevarlo
a la prueba de la afrenta y la tortura, y la condenación a muerte ignominiosa.
Comenta el autor al final: No conocen los enemigos los secretos de Dios ni
estiman la recompensa de una vida intachable.
En el evangelio (Jn.2,10-25-30) Jesús se defiende de los
enemigos de varias maneras: una es evitando ser reconocido, porque los judíos
trataban de matarlo. Otra es enfrentándose en el mismo templo a esos que
quieren matarlo porque se declara Hijo de Dios. Lo que pasa es que aún no ha
llegado la hora de la muerte, y aquellos enemigos no pueden hacer otra cosa
sobre él.
[SINOPSIS 317-318;
QUIÉN ES ESTE, 128-131]
Pilato quiso
expresar su “inocencia” en la muerte de Jesús con un gesto exterior, que
era un nuevo paso de la comedia que estaba representando: Toma agua y se lava
las manos a la vista de todos y se declara inocente
de la sangre de ese justo. Lo más curioso es cómo introduce la cuestión: Viendo Pilato que no adelantaba nada… (Mt.27,24-25).
Era evidente. Pero la evidencia también estaba en que no hizo desde el
principio ningún movimiento serio para liberar a Jesús. Fue echando pasos atrás
uno tras otro, y le fueron comiendo el terreno los que iban mucho más decididos
en su intento.
“No adelantaba nada”. E indigna esa situación que ha creado
el propio presidente. Es una experiencia transportable a la persona que
reincide una y otra vez en el mismo pecado, y se confiesa compungido porque no
adelanta nada. Y el problema no es que cae; el problema es que no pone ningún
remedio; que anda flirteando con la ocasión y que bien sabe él que –puestas las
mismas causas- suceden los mismos efectos. Jesús enseñó que cuando tu ojo o tu
mano o tu pie te es ocasión de pecado, la solución tiene que ser drástica. Y
Jesús la expresa con esos extremos (como a él le gusta para hacerse entender)
de arrancar el ojo o cortar el pie o la mano. Y Pilato no hizo eso y por eso
acabó perdiendo la partida.
Hay una consecuencia no menos llamativa: los príncipes de
los sacerdotes responden al lavatorio de Pilato con una auténtica maldición
echada sobre sus hombros: Que su sangre
caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos. A mí no me gusta aplicar esta
maldición a la realidad de un pueblo que nunca está en paz, y que han pasado
los siglos y han sufrido persecuciones espantosas y siguen en permanente guerra.
Pero no me deja de impactar aquella invectiva de los sacerdotes que pidieron
sobre ellos y sus descendientes las consecuencias de aquella muerte que ellos
buscaron.
Entonces Pilato
determinó que se cumpliera su petición (Lc.23, 24-25) y les soltó al preso que pedían y había sido encarcelado por sedición y
homicidio, y les entregó a Jesús a su voluntad, para que fuese crucificado,
como concreta San Juan (19,16).
Ahora quedaba que organizar todo aquello. Había que
preparar el cortejo que condujera hasta el Gólgota. Y en una decisión muy
posiblemente improvisada, y para dar mayor apariencia de legalidad a la condena
de Jesús, decidieron sacar a crucificar a dos malhechores que estaban prisioneros.
Todo eso llevaba su tiempo.
Pienso que María, la madre de Jesús, estaba en algún rincón
de aquella plaza, acompañada de las mujeres y quizás de San Juan, que seguían a
distancia todo el proceso y que vivieron sus momentos de esperanza de que
aquello no acabara tan mal, y que hubieron de ir asimilando el mal cariz que
tomaba todo aquello, por parte de los sacerdotes y la poca personalidad de
Pilato. Y me hago cargo del destrozo moral que suponía para aquel grupo, y más
para la madre, escuchar la sentencia de muerte que pronunció Pilato. Todo un
proceso demoledor para quienes amaban a Jesús.
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