LITURGIA
La historia de la Pasión tiene en los profetas
su anuncio y en algunos su experiencia personal. Jeremías es uno de los que han
padecido el acoso de los dirigentes del pueblo y del mismo pueblo. Y clama el
profeta (20,10-13) exponiendo su sensación: Pavor
en torno. Delatadlo, vamos a delatarlo. A ver si se deja seducir y lo
seduciremos y lo cogeremos y nos vengaremos de él. Es un sentimiento que
muy bien puede expresar al Cristo del Huerto de los Olivos, de quien también se
dice que sintió pavor y terror.
Y fue confortado, como nos dice San Lucas. Y Jeremías dice:
Pero el Señor está conmigo como fuerte
soldado; mis enemigos se avergonzaran de su fracaso con sonrojo eterno que no
se olvidará.
En el evangelio de Jn 10,31-42 tenemos una nueva ocasión en
la que la gente quiere apedrear a Jesús, porque
siendo un hombre, se hace Dios. Jesús les arguye con la realidad de sus
obras, que son las que dan testimonio de él, y de que lo que hace son obras de
Dios. Podrán dudar de sus palabras, pero no pueden dudar de sus obras. Y es
que, dice Jesús: El Padre está en mí y yo
estoy en el Padre. Nueva razón para querer apedrearlo. Y Jesús tiene que
retirarse al otro lado del Jordán, porque ve que la tensión ha llegado a
mayores.
[SINOPSIS 328; QUIÉN ES ESTE, pgs. 140-142]
Jesús, en medio de su sufrimiento, lleva ya un rato que se
ha olvidado de sus dolencias para ocuparse de los otros. Lo primero, que ya lo
hemos citado, es pedir perdón para los que han intervenido en su condena. Y no
sólo pedir perdón sino dar una justificación para ello: porque no saben lo que hacen. Verdaderamente no sabían que estaban
condenando y crucificando al Hijo de Dios. Nosotros diríamos que era en algunos
una ignorancia culpable. Y de hecho el Señor le dijo a Pilato que los que me han entregado a ti tienen más
culpa. El mundo religioso de los sacerdotes y de los fariseos deberían
haber ido con mejor intención a escudriñar las Escrituras santas. Por eso son
más culpables. Y pese a todo, “no saben lo que hacen”, aunque su ignorancia es
culpable. Pero no saben el meollo de todo lo que está sucediendo. Parece una
contradicción, y no lo es, y lo podremos comprobar en nuestra vida: ¿No somos
culpables de nuestros pecados? ¿No somos culpables de no huir de las ocasiones
e incluso buscarlas, bien a sabiendas de que metidos en la tentación acabamos
cayendo? Y sin embargo, allá al fondo de todo “no sabemos lo que hacemos”, no
nos damos cuenta completa de la gravedad de nuestra inconsciencia. Por eso
Jesús llevaba razón en las dos ocasiones: “el que me entrego tiene un pecado
mayor”…, y “no saben lo que hacen”.
Otro momento de olvido de Jesús de sí mismo es su atención
a la súplica del malhechor que se vuelve a él en demanda de su reino. Jesús se
olvida de su propio sufrimiento para llevarle al hombre el consuelo de que le
ha escuchado su petición en toda la profundidad que tenía. Y le promete “hoy
mismo” la llegada a su Paraíso. Le separa poco tiempo porque Jesús y él están
“en el mismo suplicio”, que es mortal de necesidad.
A estas alturas ya habían permitido a los deudos acompañar
a sus correspondientes crucificados. Y Jesús ahora mira al grupo de sus
incondicionales: 5 personas como mucho, los únicos que se han mostrado fieles
hasta la última hora. Está naturalmente su madre. Y con ella, dos o tres
mujeres, con María Magdalena entre ellas. Está también el llamado “discípulo a
quien amaba el Señor”, a quien la tradición identifica como el apóstol Juan.
Jesús piensa ahora en su madre, y en los suyos (y más allá,
en su Iglesia futura que nace de este momento de su sacrificio), y le dice, con
expresión bíblica (como en las bodas de Caná): Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn.19,25-27). La madre, que quedaba
huérfana, en realidad queda confiada a la Iglesia, a la par que ella era
constituida Maestra de la nueva presencia de Jesús, en la Iglesia. “Mujer” es
un término que va más allá que el de “madre”, porque representa a la Mujer
asociada al misterio de Cristo, que es la Iglesia.
A su vez, al discípulo: Ahí
tienes a tu madre. Por una parte, es un encargo para que la cuide y
acompañe. Pero “el discípulo” es algo más que una persona determinada. Que por
eso el evangelista no se nombra a sí mismo: hay una trascendencia mucho más
amplia. Cada uno de nosotros ha de encontrar en María a su madre. Y la Iglesia
recibe a María como el icono que debe venerar con especial cariño. Jesús se
va…, pero se queda. Y María es Madre de la Iglesia, y la Iglesia es Tipo de
María.
Ya se ha despojado Jesús de todo, aún de lo más íntimo
suyo.
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