LITURGIA
La 1ª lectura (Gn.17,3-9)es el pacto de Dios
con Abrán, al que le cambia el nombre como signo de la presencia de Dios, por
el de Abrahán, que indica su misión en la vida: la de ser padre de una
incontable multitud, de la que nacerán pueblos y hasta reyes. Dios se
compromete a que su pacto durará por generaciones. Y alcanzará su plenitud en
la persona de Jesús.
En el evangelio continúa la discusión de Jesús con los
judíos. Hoy, a propósito de la afirmación de Jesús de que quien guarde mi palabra, vivirá eternamente. Lo que provoca la
reacción de la gente que considera absurdo ese dicho porque murieron Abrahán y
los profetas. ¿Acaso eres tú mayor que
ellos? Y la respuesta de Jesús les pone en contra, hasta el punto que
querer apedrearlo por blasfemo. Porque Jesús les ha dicho que Antes que Abrahán, existo yo; Abrahán vio mi
día y se llenó de alegría. Afirmación de la divinidad, por la que quieren
apedrearlo.
[SINOPSIS 327; QUIÉN ES ESTE, pg. 140]
Cuando leemos las tentaciones de Jesús, tenemos la idea de
que el demonio apareció a la vista de Jesús y lo llevó de un lugar para otro,
hasta el mismo alero del templo y le incitó a tirarse desde la altura para que
todos creyeran en él. Es evidente que esa tentación no es tal como allí se
expresa. Sin embargo tiene su realización plena en ese momento que hemos
meditado de sacerdotes, pueblo, soldados…, incitando a Jesús a bajarse de la
cruz para creer en él. Es exactamente el momento de la tentación aquella, que
es ahora cuando se produce de una forma real y descarnada. Pero Jesús no se
bajó de la cruz, aunque casi que nosotros hubiéramos dicho que se bajara y que
dejara a todos aquellos con la palabra en la boca, y al mismo tiempo teniendo
que cumplir su reto: creer en Jesús.
Y sin embargo tenemos que estar muy agradecidos a Jesús que
no se bajó de la cruz; que no cedió a la tentación de lo llamativo, sino que
permaneció fiel al plan de Dios y a su voluntad de obedecer hasta la muerte.
Hoy se añade también otro personaje en esa pretensión de
que Jesús se baje de la cruz. En principio, según San Mateo que suele hablar en
plural, los dos malhechores se vuelven contra Jesús. (27,44). Pero San Lucas (23,39-43)
nos singulariza la acción en uno de ellos, que también se encara con Jesús,
para que bajándose él de la cruz, también los baje a ellos: ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti y a
nosotros. Era lo que a ese hombre le importaba. Por lo
demás, se sumaba a aquellas protestas de la muchedumbre.
Pero el otro malhechor ha observado más, y le ha
impresionado todo el proceso de Jesús desde el vía crucis y en el trance
espantoso de la crucifixión. Se ha quedado mirándolo y alzando la vista ha
leído el letrero de la cruz y ha meditado en todo aquello, mientras las gentes
se burlaban y su mismo compañero retaba a Jesús. Y se enfrentó al otro y le
preguntó si aun estando en el mismo
suplicio no teme a Dios… No se trataba de tomar miedo, pero sí de sentir un
respetuoso temor a todo lo que están viviendo, que él percibe como algo
sobrenatural. Y se le encara al otro y
le dice: Nosotros recibimos lo merecido
por nuestras obras. Pero éste, ¿qué mal ha hecho?
Era evidente que este hombre se había convertido y que
estaba a un paso de su salvación. Y, en efecto, volviéndose hacia Jesús, le
pide algo que es un reconocimiento de la divinidad de este compañero de tortura: Jesús: acuérdate de mí cuando estés en tu reino. El hombre se había
tomado en serio el letrero de la cruz, y confiesa que Jesús es un rey que tiene
un reino. Y como ese reino evidentemente no es de aquí –pues aquí muere
ajusticiado- lo que pide es otro reino que Jesús debe tener.
Y Jesús recoge el guante y le asegura: En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso. Jesús
se olvidaba de sí mismo por segunda vez. Antes había pedido el perdón para sus
acusadores; ahora le ofrece su Paraíso a
este malhechor.
“Hoy mismo” quiere decir que el paso entre la vida y la
muerte es el paso entre la tierra y el Cielo cuando se está en amistad con
Jesús. Y esto es muy significativo para la paz de los que muchas veces viven
con cierta angustia una idea de “período intermedio”. La verdad es que Jesús
nunca nombró tal período. Y que esta afirmación a un malhechor que se ha
convertido a última hora, debe ser muy consoladora para esas personas.
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