LITURGIA
Ha acabado el “día de Resurrección” y ya nos
disponemos a seguir el ritmo del tiempo pascual, con la segunda semana. Ahora
durante unos días seguiremos con los discursos de Pedro en los Hech. (4,23-31)
en el que se resalta el hecho fundamental de nuestra fe.
Tras la prohibición de los sacerdotes a predicar “en nombre
de Ese”, Pedro y Juan –puestos en libertad- se volvieron al grupo de los suyos
y les contaron lo que les había sucedido. La comunidad cristiana invocó a Dios,
y recordaron una vez más los puntos esenciales del caso: Herodes y Poncio
Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel se aliaron contra Jesús, el
Ungido del Señor. En el momento actual, dice Pedro, nos amenazan. Y pide
fuerzas para mantenerse fieles en la confesión del nombre de Jesús, cuyo brazo
sigue haciendo curaciones, signos y prodigios.
Al terminar la oración, retembló el lugar donde estaban
reunidos. Como un nuevo Pentecostés, el Espíritu Santo invadió a todos, y así
anunciaban con valentía la palabra de Dios.
En el evangelio (Jn.3,1-8) tenemos el encuentro de Jesús
con Nicodemo, ese que permaneció discípulo oculto de Jesús. Era un fariseo pero
de buena fe, que se interesa en el programa de Jesús, y busca hallar la verdad
poniendo a Jesús en la oportunidad de expresarse. La conversación es muy
sabrosa, muy al estilo rabínico, en el que Nicodemo pregunta con ingenuidad y
Jesús le va metiendo en imposibles que son posibles en la nueva realidad.
Nicodemo le dice a Jesús: sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie
puede hacer las obras que tú haces, si Dios no está con él.
Y Jesús se lo lleva a un terreno sorpresivo: Te lo aseguro, el que no nace de nuevo, Dios
no está con el. Nicodemo no era tan simple que fuera a tomar aquellas
palabras al pie de la letra, pero se hace el niño y pregunta para sacar verdad:
¿Cómo puede nacer de nuevo un hombre
siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el seno de su madre?
Y Jesús le explica llevándole al imposible de entender a
simple vista y metiéndole en otro terreno: Te
aseguro, el que no nazca del agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de
Dios. Y le argumenta con ese estilo especial, que lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del espíritu, es
espíritu.
Por eso no te extrañe
que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”.
Ahora juega Jesús con palabra hebrea que es igual para todo
lo inmaterial: la palabra ruaj. Y
dice: el viento sopla donde quiere y oyes
su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.
¡Lo imprevisible del Espíritu y hacia dónde nos conduce y
cuándo actúa! Lo importante es dejarse llevar de él. Y el Espíritu conduce
siempre al bien, a la altura de miras, a sintonizar con los deseos de Dios. Así
es todo el que ha nacido de nuevo, es decir, ha nacido del Espíritu, ha nacido
a la vida sobrenatural.
Cuando ya está escrito lo anterior, siguiendo el ritmo del
tiempo pascual, advierto que hoy se celebra con rango de fiesta litúrgica el
día de San Catalina de Siena, por lo que pueden ser otras las lecturas que
encontremos en nuestras Misas del día. Haré alusión directa al Evangelio
(Mt.11,25-30), el conocido y consolador: venid
a mí, en el que Jesús se nos presenta como el verdadero poder de mitigación
de nuestras cargas, angustias y cansancios, porque el que se llega a él, Yo os aliviaré…, porque mi yugo es llevadero
y mi carga ligera. No se trata de pensar que el seguimiento de Jesucristo supone
ya la vida del cielo en la tierra. Sigue habiendo cargas, las que sean, las de
la vida diaria…, pero pasadas bajo la mano del Señor, tienen otro peso y son
otro tipo de carga. Verdaderamente el que haya tenido la gracia de elevarse al
terreno del espíritu y de ir a Jesús,
pronto habrá experimentado que los pesos son menos pesados y las cargas son más
llevaderas. Está ahí. No se han eliminado, La vida manda. Pero la persona nota
claramente que Jesús ha tomado parte de su vida y que ya va en volandas aún en
medio de los momentos que se hacen difíciles en la vida. Dios está por encima y
su mano nos sostiene. Jesús hace más llevadero el peso de nuestras cargas,
porque él hace de Cireneo nuestro y él carga con una parte de nuestros pesos.
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